sábado, 13 de diciembre de 2008

La Imagen de Guadalupe, pistas para una crítica...
Pbro. Miguel Zavala-Múgica+
Seguramente las discusiones que confrontan a las personas y caldean los ánimos, son estériles y preparan a la violencia; sin embargo, el debate respetuoso de las ideas requiere información que cada persona evalúe internamente y con la cual pueda llegar a sus propias conclusiones.
Actitudes para abordar este asunto.
Al analizar el tema de la Virgen de Guadalupe y del guadalupanismo, yo he distinguido varias actitudes de aproximación ante este objeto de estudio.
Por una parte, están algunas de las diversas ortodoxias del cristianismo (sobre todo las del protestantismo, aunque también en el catolicismo romano) que rechazan --nótese que siempre por razones religiosas--, el aparicionismo y el culto mariano tal como se han desarrollado a partir de la tradición popular española, mexicana y latinoamericana, en estas ortodoxias no deja de haber ciertos ingredientes de intransigencia.
Por otra parte, están el catolicismo romano popular y los diversos paganismos --antiguos y modernos--, que ponen, de uno u otro modo, la figura de la Madre de Guadalupe en el centro de su fe religiosa. Dicha sea la palabra "paganismo" con toda sana intención y respeto a los creyentes respectivos.
Está también el empeño de ciertas jerarquías religiosas, políticas y mediáticas --a fe mía manipuladoras de la historia nacional, y de los sentimientos del pueblo mexicano y de quienes se relacionen con él. Este empeño ha llegado al colmo de no bastarle la interpretación simbólica del mito guadalupano (dicho sea en el sentido antropológico de la palabra "mito", y no en el sentido de "embuste"), para buscar innecesarias justificaciones en el campo de la pseudo-ciencia, tanto histórica como médica, bioquímica y hasta nuclear.

Otro enfoque desde las iglesias mismas (y no sólo la católica romana), es el de las comunidades solidarias que apoyan los procesos del pueblo, y toman el relato guadalupano (generalmente tomando su sentido mítico sin crítica documental, que -para el caso, no parece necesaria), en el sentido de la opción preferencial por los pobres del Vaticano II y de la hoy proscrita --pero nunca inoportuna-- Teología de la Liberación. En este sentido, muchas de las ortodoxias cristianas (al fin ortodoxias), se pierden un análisis que pone de manifiesto los valores evangélicos del relato guadalupano (los textos en náhuatl Nican Mopohua, Huey Tlamahuizoltica, etc.).
Es que no se trata de aceptar la creencia guadalupana, sino de entender el núcleo de las íntimas necesidades y de las esperanzas puestas por innumerables personas en un objeto y un fenómeno que --mejor o peor--, ha demostrado su capacidad de respuesta. La jerarquía eclesiástica --interpuesta entre el pueblo y la Guadalupana--, tan sólo ha sabido colocarse y administrar (bien o mal) esta relación que -en realidad-, tiene vida propia, esto último me parece más que evidente.
Todavía, por otra parte, quizá podamos distinguir dos actitudes más, provenientes del racionalismo: uno científico e historicista, completamente agnóstico, y otro que --tratando de rescatar las intuiciones de la religiosidad popular--, se empeña en la difícil tarea de encuadrar la visión de la Guadalupana en el marco del cristianismo.En la primera de estas actitudes, cabe destacar los análisis de Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad, y de Edmundo O'Gorman en El Guadalupanismo mexicano.
La Virgen de Guadalupe tiene múltiples enfoques para su estudio, y es preciso no confundir los negocios o manipulaciones que se hagan o puedan hacerse con ella, con el hecho antropológico, psicológico e iconológico que este ícono maravilloso implica.
Guadalupe reúne todas las cualidades de una diosa madre --independientemente de que se la asuma de esa manera. No sólo se trata de la Tonantzin prehispánica, sino de la Diosa, un auténtico arquetipo de la psiquis humana universal; el que el catolicismo romano la haya apropiado y adecuado a su cuerpo doctrinal identificándola con la Virgen María, puede ser justificable o no, pero es un asunto diferente dentro del mismo tema.
No deja de ser una actitud un tanto cuanto miope, el que desde otras iglesias cristianas que aceptan una especial devoción mariana, como la Ortodoxia o el Anglicanismo, se critique (en bloque y sin análisis) el guadalupanismo, cuando toda la mariología a lo largo de la historia de la Iglesia --de un modo u otro--, ha sido un esfuerzo más o menos consciente por armonizar la figura de la humilde muchacha de Nazaret, con el mito de la Diosa.
Se puede aceptar o no fenómenos y procesos como la configuración de la imagen de María en el cristianismo general, tanto como la de Guadalupe --y las razones pueden ser más o menos válidas, según el paradigma desde donde se consideren; pero se trata de objetos ante los cuales hay que aproximarse con cautela y ojos bien abiertos.
Cuando me planteo este asunto, me abro preguntas que aún no he podido responderme satisfactoriamente:
Guadalupe y la figura de María, en general:
¿Es una manera de responder a la imagen de Dios que --revelado en la Biblia con ternura y poder--, no se le ha descubierto suficientemente, sin embargo, el rostro femenino y maternal? Ese Yahvéh rajamán ("compasivo"), lleva en este adjetivo el sello de un amor de madre (rajamim = "útero", "entrañas").
Los cristianos hemos sido prolijos en atribuir diversas imágenes a Dios: un niño, un anciano barbado, con corona imperial o tiara pontificia, efigies con tres rostros iguales, y hasta de animales, como corderos, palomas y pelícanos, haciéndolo a nuestra imagen y semejanza. ¿Qué argumentos habría en contra de atribuir a Dios una imagen femenina? ¿Acaso solamente los varones hemos sido hechos a imagen de Dios?, ¿las mujeres no reflejan --en nada-- la bondad, el amor y el poder de Dios?
La imagen guadalupana podrá adolescer de una más grande o más pequeña heterodoxia (¿y qué imagen no?); pero --aceptando que se se le ha manipulado ampliamente--, ¿no estará el pueblo respondiéndose a través de ella --a medias quizá--, inquietudes que el cristianismo institucional no ha sabido o no ha podido atender?
¿Contribuye la imagen guadalupana --y mariana, en general-- a la eternización de la minoría de edad de un pueblo?, ¿representa procesos no superados en la psicología de las masas?, y --si así fuera--, ¿cuál es la manera de resolver esa problemática?
Guadalupe en el paradigma trinitario.
Hace ya varios años pude ver --en una estación de microbuses, a la salida del Metro General Anaya, en la Ciudad de México--, una imagen guadalupana pintada en la pared, en memoria de un conductor que recientemente había muerto. Una enorme Virgen de Guadalupe sostenía maternalmente los brazos de la Cruz donde el Hijo --Jesucristo--, lanzaba el último suspiro; al mismo tiempo, del pecho de la Guadalupana salía la paloma representativa del Espíritu Santo.
Al primer golpe de vista de un ojo teológico ortodoxo, se trata de un disparate, una herejía: María (¿María?) --desproporcionada hasta en el tamaño de la imagen--, ocupa un lugar que no le corresponde: debería estar al pie de la Cruz: en lugar de ello, se coloca en el lugar que la iconografía cristiana ha reservado, durante siglos a la primera persona de la Trinidad: el Padre, quien sostiene a su Hijo Unigénito en su Pasión y "espira" al "Espíritu que del Padre procede..."
Esta imagen me ha dejado impresionado durante todos estos años.
Se trata de una pequeña gran obra de arte popular..., de hecho era un grafiti hecho con aerosoles de brillante y variopinto color. Con el adjetivo "popular" suele conjurarse que el pensamiento o la expresión artística de las personas comunes pueda considerarse teológico, al menos en cierto sentido. La obra sería --según la sentencia eclesiástica--, una pequeña gran herejía. Pero... ¿quién dijo que se trata necesariamente de María? Las personas --sobre todo las humildes y pobres--, hablan de "la Virgencita", o de la "Santísima Virgen", porque es el lenguaje de que les hemos provisto los guardianes de las ortodoxias y, en apariencia, siguen el paradigma dogmático que les hemos propuesto.
¿Cuál es el sentido del paradigma popular? ¿Cuál la manera en que la mente (o mentes) popular(es) reorganizan de modo más --o menos consciente--, los datos aprendidos de la tradición generacional y de la tradición eclesial, así como su propia reflexión experiencial? Los anglicanos solemos decir que respetamos el proceso de esta razón de experiencia (o experiencia de razón) en la gente, como un vehículo de expresión de la Palabra de Dios.
En el ícono propuesto, y --por ende--, en la mente popular, ¿la Guadalupana representa realmente de María?, ¿o a la primera Persona de la Trinidad?; entonces --aceptado esto--, ¿la Primera Persona --el Padre--, puede ser Madre? Dios --el Espíritu puro y absoluto, el SER--, no aprisionado por condicionamientos humanos, ni por la dualidad hombre-mujer, Dios --el UNO absoluto--, ¿puede o no ser representado?, ¿vale la pena expresarlo en términos de uno u otro sexo?
"¡No te harás imagen alguna...!", parece resonar el Decálogo en este punto. ¿Y el ser humano, hecho a imagen de Dios?, ¿y Cristo, el Dios hecho a imagen del ser humano?
Indudablemente el arte ha hecho al mundo. Divina o humana (eso no ha sido tema de nuestra disertación), el ícono guadalupano no deja de ser una obra de arte, y expresa... ¿expresa a Dios o a María? Entre todos estos procesos, creo que el más vertebral y medular es el proceso de hacernos conscientes de ellos.

U.I.O.G.D.
Para que en todas las cosas sea Dios glorificado...