lunes, 6 de julio de 2009

Neoliberalismo:
Su crisis, su agonía.
Carlos Ramírez Powell
Pleiotropik@gmail.com
26 de junio de 2009

Universidad de Guadalajara
Coordinación de Vinculación y Servicio Social

La palabra sola evoca toda una era de victorias, reales o ficticias.

Del neoliberalismo es la era de Ronald Reagan; de la caída del muro de Berlín; de la desintegración de la URSS y de la decadencia e implosión de la Yugoslavia de Tito.

Del neoliberalismo es la era en donde Estados Unidos se soñó a sí mismo como hiperpotencia dominante y única sobre el planeta y en donde su voluntad explícita se tenía que acatar. En términos históricos la cresta máxima de la etapa del neoliberalismo como discurso dominante se da el día en que caen las torres gemelas en Nueva York.

En ese momento, toda la fundamentación teórica que había preparado el ala más radical de la clase gobernante en Washington se completa: Estados Unidos había sido atacada y eso le daba derecho a responder donde y como fuera que encontrara enemigos, reales o supuestos.

A la par de la expansión militar sucede otro fenómeno que no tiene paralelo histórico más que como pequeño ensayo en los años previos a la gran depresión del 29: se da una expansión de la actividad financiera que a los ojos de un simple mortal pareciera ser la creación de riquezas sin fin para toda la población norteamericana como nunca lo había logrado ninguna civilización: enormes mansiones, construidas por millones son vendidas en términos crediticios fraudulentos a millones de familias de bajos recursos.

El neoliberalismo es una lámpara de Aladino que puebla el paisaje de Norteamérica de lujos expresados en Automóviles deportivos o grandes camionetas, televisores de pantalla plana del tamaño necesario para equipar un pequeño cine, cocinas gigantescas y con planchas de granito... Hiperconsumo en toda su expresión. Un gran castillo del tamaño de la nación más rica de la historia para cada uno de sus habitantes... esa era la promesa que pareciera cumplirse en la primera mitad de esta década.

El neoliberalismo había triunfado. Nada se le oponía y todo estaba por delante de él como fuerza imbatible y arrolladora expresada en ese doble símbolo del poderío militar arrollador del choque y asombro en Afganistán e Irak y la tarjeta de crédito sin tope ni límite que valiera. Y precisamente en esos años del triunfo, con el presidente del discurso cantinflesco al timón, comienza la decadencia del neoliberalismo. Un solo enemigo tuvo esta ideología pero resultó este ser mucho mejor que todos los sueños convertidos en castillos y la sobrada vanagloria de sus victorias militares. Un solo enemigo que silenciosamente minó el proyecto del siglo americano: La aritmética.



El neoliberalismo es en el fondo un fraude del tipo pirámide. Es la promesa de la concentración de la riqueza en la que todos pueden participar aportando algo; que a la vuelta volverá con el reclutamiento de más entusiastas participantes en la pirámide. En un mundo sin límites, jamás se llegaría al final de esta pirámide.

¡Oh sorpresa! el mundo sí que tenía límites... Las casas, los carros, las televisiones, los roperos llenos de prendas, todo eso era deuda... y la deuda resultó ser impagable. La riqueza era deuda, la deuda era impagable y los acreedores amenazaron con la bancarrota al gobierno.

El fin del neoliberalismo se expresa así plenamente: la bancarrota generalizada de una pirámide fraudulenta de obligaciones cruzadas, todas favoreciendo a los más ricos que a final de cuentas no tenían cable a tierra en la capacidad productiva del mundo. Estados Unidos, Europa, Japón. Están en bancarrota.

De momento -pero esto será relativamente breve- El gobierno norteamericano rescató al sistema bancario comprometiendo 10 tantos la recaudación fiscal de un año del sistema impositivo. Esto será en extremo breve porque se asumió que la recaudación fiscal iba a mantenerse relativamente estable... Pero esta se desploma conforme la nómina cae y el desempleo crece y el consumo enfila rumbo a lo que solamente es estrictamente necesario para la supervivencia. Hasta el momento la recaudación ya cayó poco más del 30%... Pero este es un proceso aún en marcha.

El neoliberalismo agoniza por razones relativamente sencillas: uno más uno nunca podrá sumar diez millones. Los paladines de esta ideología pregonaban no sólo que esto era posible sino que era una realidad palpable. Claro que para llegar a este extremo de delirio fue
necesaria la participación -inocente o dolosa, de grandes sectores de la población norteamericana...

Ahora en el desengaño podremos ser testigos a lo largo de este año y el siguiente, el cúmulo de mutuas recriminaciones que se harán sus dirigentes tratando de exculparse echando tierra al vecino... estos debates ya comienzan pero crecerán en intensidad. Habrá que leerlos con cierto placer literario conforme se entierran mutuamente con epítetos y acusaciones de fechorías reales y supuestas.

Con el fin de esta era, sin embargo, urge construir el discurso alternativo. Uno que no venda falsos paraísos buscando sustituir un espejismo a cambio de una alucinación. En esta etapa de derrumbes del discurso y de derrumbes de promesas será de la más crítica importancia poner pies bien plantados en la tierra. Comienza un larguísimo período de reconstrucción y de sacrificios. Y esto, se puede comenzar a hacer ahora, aunque resulte harto difícil; primero que nada prometiendo sobria austeridad.



NOTA EDITORIAL:

El autor es un economista y comunicador
relacionado con la Universidad de Guadalajara.
Carlos Ramírez Powell otorgó amablemente
su permiso para colgar en este blog
el presente artículo cuyo vínculo de origen es:
http://www.cvss.udg.mx/micartera/5.pdf .

Lo incluimos aquí, dado que julio es el mes
de San Benito; y los valores cristianos
–especialmente en la tradición monástica-,
tienen gran compromiso con una sobriedad
y sencillez que tanto hacen falta en el trasfondo
y fundamento vital y ético que necesitamos
para un nuevo sistema económico mundial.
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U.I.O.G.D.
“…Para que en todas las cosas sea Dios glorificado”