domingo, 8 de junio de 2008

HOMILÍA DOMINICAL
08 DE JUNIO DEL A.D. 2008.

Pbro. Miguel Zavala-Múgica+

El Profeta Oseas es uno de los más duros a la hora de denunciar los abusos y crueldades de los poderosos y defender a los pobres y desposeídos. A los ricos injustos que creen que están dando culto a Dios con meras manifestaciones externas, se las pinta clarísima: “Lo que quiero de ustedes es que me amen, y no que me ofrezcan sacrificios; que me reconozcan como Dios, y no que me ofrezcan holocaustos”; estas palabras Jesús las repite luego en el Evangelio de hoy: “Misericordia quiero, no sacrificios”, o bien: “Lo que quiero es que sean compasivos, y no que ofrezcan sacrificios”.

A nosotros los cristianos (y cristianos mexicanos de hoy), el Profeta Oseas nos diría un par de verdades parecidas a eso: “Déjense ustedes de poner tanta atención en sus misas con ornamentos lujosos, y en sus cultos con instrumentos musicales caros, y preocúpense más por los pobres y por las personas solas y con problemas de su comunidad.”

Es increíble la cantidad de personas honradas y trabajadoras a quienes les va mal económicamente… son las mismas personas que se sientan a nuestro lado o quizá a un par de bancas de distancia en la misma eucaristía o servicio religioso al que asistimos. Digo: ¿nos importa acaso a los curas y pastores la suerte de estas personas?, ¡así nos ha de ir como no pongamos atención en esto!, ¡así nos ha de ir…! lo dice la propia palabra de Dios en el Salmo 50: “¡les voy a ajustar las cuentas!”

No se trata nomás de hacer “caridades”, dándole a la gente un poco de lo que nos sobra, sino de hacer una verdadera obra pastoral, esto requiere visitas a las personas que integran cada congregación, darnos cuenta de la situación espiritual y material de nuestros pobres, de nuestros ancianos, de las familias cuyos padre o madre no tienen trabajo, o tienen uno de esos trabajos en los que no se da Seguro Social ni se respeta la dignidad de las personas. Esto no es sólo labor de un clérigo, sino de los laicos que trabajan en la iglesia, ¡¡y sí tiene que ver con la religión y con la iglesia!!

Dios no reprueba que nos reunamos con alegría y con amor a celebrar públicamente el culto; pero nos deja claro que los actos exteriores son INSUFICIENTES ante Él, y cuál es la clase de actitud interior que exige de nosotros y la manera como eso tiene que reflejarse en nuestra conducta externa…

Cuando Dios hizo su alianza con Abraham, no existía aún Moisés, ni se habían dado las circunstancias históricas que dieron origen a que el pueblo de Israel recibiese la Ley. La relación entre Dios y Abraham fue de confianza, amistad e intimidad. San Pablo habla de esto en la Carta a los Romanos. La fe expresada en la Biblia, es la emunáh, que significa “estar firme” y es lo mismo que una inquebrantable confianza, y es la única actitud (“virtud” se diría en un lenguaje tradicional), que Dios pide como una condición previa para relacionarnos con él.

No se trata de que no cumplamos con la Ley de Dios, sino que este cumplimiento viene como una consecuencia, como una actitud de gratitud de los seres humanos hacia Dios. En la segunda lectura, San Pablo quiere dejar claro que la salvación y la amistad de Dios es lo mismo para los judíos, cuya religión se basa en el cumplimiento de la Ley de Moisés, como para los creyentes que han venido del paganismo, porque todos están ahora bajo la Gracia.

Abraham creyó “cuando ya no había esperanza alguna”, ello lo hace “padre de los creyentes” (de los que tenemos fe y confianza en Dios como él).

Siempre me han impresionado las palabras de Dios a los poderosos y a los pastores del pueblo, en el Salmo 50: “¿Con qué derecho citas mis leyes o mencionas mi alianza, si no te agrada que yo te corrija ni das importancia a mis palabras? Al ladrón lo recibes con los brazos abiertos; ¡te juntas con gente adúltera! Para el mal e inventar mentiras la lengua y los labios se te sueltan.”

Estas palabras parecen escritas para todos y cada uno de los que ejercemos algún tipo de gobierno o guía del pueblo de Dios. Es muy importante que no nos confundamos. Jesús vino a reunirse y a convivir con nosotros, en nuestra condición de pecadores, aceptó comer y hospedarse en nuestras casas, aun a riesgo de ser criticado por los que se consideran “más dignos y decentes que otros”. Este era el caso de su apóstol Mateo, quien se dedicaba a la triste y deprimente chamba de traicionar y vender a su pueblo a los extranjeros, y extorsionar a los pobres.

Sin embargo, Jesús resistió siempre a quienes no cambiaban su actitud interior, a quienes confiaban en sus propias obras y en su posición social y no en la Gracia y la misericordia de Dios. Ya va siendo hora de que las iglesias y sus ministros dejemos de poner tanta atención en nuestro culto externo y en nuestros “problemas” materiales…, si tan sólo pusiéramos manos a la obra con lo que el Señor manda, ya veríamos como “lo de-más” sería “lo de menos”.

U.I.O.G.D.

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