miércoles, 6 de mayo de 2009

¿A quién botaremos
del barco...?
Miguel Zavala-Múgica

Iba yo en el 2o. año de la escuela Secundaria --de eso ya hace como treinta años-, que no es tanto. Aquel colegio era el Fernando de Magallanes, que estaba en la calle de Sadi Carnot, sì... esa calle sospechosa y misteriosa de la Colonia San Rafael de la Ciudad de Mèxico... esa mera.

Total que nuestros profesores se las arreglaban para que hubiera una clase que se llamaba Ética; por supuesto --como sabéis muchos de vosotros-, la clase de Ètica era --en realidad--, la catequesis escolarizada (por cierto: con catecismos españoleees, ¡ole con oleee...!).

Pero se daba una paradoja muy graciosa... muchos de los profesores se las arreglaban, para que la Clase de Religión se convirtiese en una verdadera Clase de Ètica... ¿Dialéctica tal vez?... ¿antìtesis vence tesis y a ambas las vence la sìntesis?, bueno, pues un poco de eso quizà... pero más que nada, creo que se imponía una necesidad de forjar espíritus jóvenes, y no importaba si era en el marco de una clase laica o de una clase de religión, lo que importaba era el debate de las ideas y el descubrimiento de que necesitamos ÈTICA: principios comunes reconocidos por la colectividad, para evitar que acabemos los unos con los otros.

Bueno pues... el caso es que aquel dìa el profesor --Mario Luis Pedroza Ramírez, se llamaba--, nos puso a hacer un ejercicio del cual me voy a acordar siempre, y que espero que siga siendo ingrediente de mis decisiones personales, y que tambièn, sirva para que otros lo tomen en consideraciòn.

Se trataba de una propuesta situacional: Estamos todos juntos en un barco..., el barco tiene una terrible rajadura por donde hace agua, y en determinado tiempo comenzarà a hundirse: eso no tiene vuelta, de que se hunde: se hunde... ya se ve venir eso.

--"Ahora bien, compañeros... No hay modo de salvarnos todos, no hay salvavidas suficientes, no alcanzan las barcazas para sacar a todos los ocupantes del barco..." --sentenció el profesor. "Vamos a defender el derecho que cada uno tiene a salvarse y a seguir vivo, asì que os propongo que cada uno se defienda y explique por què tiene que dàrsele salvavidas o un lugar en una barcaza..."

...Y comenzò la discusiòn. Preciosa..., habìa que ver con què vehemencia cada uno defendìamos nuestras propias razones para tener un salvavidas. La cosa es que estaba para verse aquel espectàculo de oratoria por parte de los que mejor sabìamos hablar, no faltò algùn grandulòn que dijera... --"Si a mì no me quieren dar salvavidas, lo arrebato y ya..., y me vale..."

En seguida, el profesor --con gusto porque creo que vio que su plan iba dando resultado--, propuso un cambio. --"Bien, veamos, todos tenéis buenas razones para reclamar vuestro derecho a sobrevivir, y habéis comenzado a armar polèmica... que si tenéis familia, que si no...; que qué harían vuestros padres sin vosotros (y viceversa), que si vuestra madre està enferma... que si sois buenos y prometedores alumnos.

"Vamos a hacer algo màs pràctico... --siguió el profesor--, ¿por què no consensuamos en quiènes son los --digamos--, principales "enemigos pùblicos" aquí del salón; vamos a eliminar --por democrático consenso--, a quiénes NO quiere la mayorìa de nosotros... a quiènes habrìa que ir dejando a su suerte, sin salvavidas y sin lugar en la barca..., digo, porque tampoco somos asesinos, ¿verdad?, simplemente se trata de NO incluirlos, y nada màs..., no de tirarlos por la borda."

Y habrìa que haber visto còmo se encendiò aùn màs aquella polèmica... comenzaron a salir nombres... ¡NOMBRES!, de los indeseables, y con los nombres las razones (y las sinrazones) sobre el por què habìa que dejar a fulano o a zutano sin barca y sin corcho... Salieron antiguos motivos, viejas rencillas; se expusieron antipatìas --algunas anteriormente ocultas, de hecho hasta se formaban alianzas y simpatìas furtivas entre la clase.

En fin... que nos tardamos un rato; pero de repente un chico --uno muy inteligente por cierto, hijo de japonès y mexicana--, se puso de pie enfadado, molesto (era bastante simpàtico por lo regular), y pidiò la palabra, y preguntò:

--"¿¡Por qué tenemos que estar descalificándonos de esa manera!? ¿¡Quién dijo que era una condición para nosotros tener que decidir quién vive y quién no!? ¿por qué partimos de ese punto? Yo propongo el mismo ejercicio... ¿por qué no partimos de que es importante y vital que nos salvemos todos, y nos enfocamos a cooperar entre nosotros para salvarnos TODOS y que no falte nadie?

"Yo veo --siguió diciendo Luis Roberto Okamoto Arriaga, que así se llamaba el compañero--, que, si de verdad estuviésemos en ese barco listo a hundirse, estaríamos gastando un montón de energías (vitales para salvarnos), en conspirar mutuamente para ver cómo nos matamos, o vemos el modo de que otro lo haga por nosotros..."

"Me disculpa, Profesor, pero yo creo que el derecho a vivir no se discute; se discute cómo vamos a hacer para lograr que ese derecho prevalezca... y aquí, Usted nos está poniendo a pelear entre nosotros, y de eso sí no hay derecho... Mire nada más en qué poco tiempo ya estamos todos armando el modo de acabar unos con otros, y para lo único que nos hemos puesto de acuerdo es para concluir que tres o cuatro compañeros no nos gustan y que por eso, de una vez hay que despacharlos... No se vale, Profe..."

Bendita claridad de mente de muchacho; creo que eso es una señal de que las personas tenemos esperanza.

Quiero decir --en favor del Profesor--, que en realidad el hombre ya estaba preocupado por la forma en que el ejercicio fluía entre todos nosotros, y con mucho gusto dejó que Okamoto hablara por un buen rato... Por supuesto, no es que yo recuerde palabra por palabra todo lo que dijo mi compañero; pero hoy --desde mi edad adulta--, puedo prestarle algo de la manera de hablar que ahora tengo, porque en verdad, aquellos eran sus sentimientos y ese era su corazón.

Desafortunadamente, en muchas de nuestras sociedades: hogares, centros de trabajo, escuelas, universidades... ¡iglesiaaas!, ese proceder hipócrita, estúpido, desleal y acojonadamente lleno de miedo, es el que priva. Estamos de dar mieeedo... Y la cosa no es de hoy, son nuestros demonios de siempre.

La lucha contra los demonios es real... pero esos demonios no son los de un infierno dantesco ni mitológico --como quisieran hacernos creer para distraernos la atención algunos emisarios del medioevo..., sino que son los enemigos ocultos de nuestra psique, y que tienen un poder tremendo, son capaces de hacer de personas comunes y corrientes, verdaderos monstruos: monstruitos de trece o catorce años como éramos nosotros en aquel tiempo...

Ah... Y esto no ha sido ningún sermón, ni fervorín de iglesia tampoco. ¿Por qué? Pues porque sencillamente, de vez en vez hay que tener la madurez y la higiene mental, de que --aunque seamos creyentes--, no usemos nuestra fe ni nuestros recursos religiosos a defecto de una buena voluntad y una sensatez humanas que hay que poner a trabajar. No es que esté mal la religión, ni nuestros valores religiosos, sino que más frecuente que ocasionalmente, no los usamos como texto, sino como pretexto de los valores en los que nos apoyamos..., no fuera a ser que alguno de los motivos pa'botar del barco a alguno fuera su divergencia de opinión religiosa... ¿O no?

¿Qué os parece? Aquí lo importante son vuestras opiniones (mejores o peores).

Un gustazo...

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