jueves, 2 de julio de 2009

Pena de... ¡Muerte...! a
secuestradores y asesinos...
Orar por nuestros enemigos: ¿Cosa posible?



Pbro. Miguel Zavala-Múgica+

Hace poco, un querido hermano ha padecido la pena de tener desaparecido a un familiar suyo; así que pidió a sus amigos que circulásemos un mensaje con su media filiación levantada por la policía. Yo además pedí a mis contactos en línea que orasen por las personas desaparecidas y secuestradas, así como por la conversión de los secuestradores.
Al común de las personas decentes, la simple mención de los secuestradores le causa una justísima indignación y enfado; y a una mayoría le causa extrañeza el que se sugiera orar por los secuestradores.
Esto de orar por nuestros enemigos, o como quiera decirse: por los que hacen el mal, etc., no es cuestión de desearles que se saquen la lotería, ni que les vaya de lujo... No. En primer lugar se trata de orar por su conversión y cambio de vida; esto es -sin duda-, orar por el bien de ellos; pero no debe confundirse el Bien con la comodidad o lujos materiales.
Orar no es --por lo menos
no en primer lugar--, "pedir cosas".
El Padre Ripalda, autor de un viejo catecismo católico romano, dice algo con lo que estoy de acuerdo al 100%: "Orar es elevar el alma a Dios y pedirle mercedes..." ; pero Ripalda no profundizó mucho en lo de "elevar el alma", y las personas en general exageramos en lo de "pedir mercedes".
Lo primero de orar es saber escuchar, escuchar a Dios: no se trata de "oír voces" a lo paranoide, pero sí de limpiar la mente y repetir en una actitud de sencillez y humildad: "Habla Señor, que tu siervo escucha". Dios habla de muchas maneras: através de acontecimientos sociales, familiares, y/o de las operaciones internas de nuestro corazón, de lo que se trata es de ponerse en condición de aprestarse a su voluntad.
¿Y cuál es la voluntad de Dios? Por la 1a. de Timoteo, el Apóstol dijo:


"Dios quiere que toda persona se salve y
llegue al conocimiento pleno de la verdad".


He ahí de lo que se trata en relación a los secuestradores y a toda esa casta de malhechores: "llegar al conocimiento de la verdad".
Jesús -el Divino Maestro de Nazaret-, quien para mí y para todos los que nos confesamos crtistianos, es el más humilde e inocente de los seres humanos -condenado a muerte ante su juez terrenal-, dijo:


"Todo Aquél que es de la Verdad,
oye mi voz..."

Pilato, por su parte, replicó: "¿Y qué es la Verdad?" Según el texto juanino, el Salvador nada respondió: creo yo que lo que no hubo fue una respuesta verbal inmediata, pero respuesta, sí que la hubo, porque el Maestro era conducido a su Pasión, a su Cruz, a padecer -precisamente-, una infamante y terrible pena capital.
La Cruz es una respuesta harto contundente, pero que está abierta a varias experiencias personales, porque la verdad es como un diamante: podrá ser una sola, pero tiene muchas aristas y caras.
Esa pena capital hoy -muchas veces de manera hipócrita- se invoca para secuestradores y asesinos, abusando y chantajeando moralmente con ello, los sentimientos y ánimos de las víctimas, aprovechándose infamemente de los tiempos que se viven en nuestra patria-, so pretexto de justicia.
¿Quiénes han de ser las víctimas frecuentísimas de una pena capital restaurada, si no los pobres y quienes no puedan pagarse una buena defensa abogacial, o quienes sean señalados por un juez corrupto o una conspiración de poder?
El ejemplo mismo de la Pasión de Nuestro Señor es una muestra bien clara de lo anterior... Y si Dios quiere que toda persona llegue a conocer plenamente la verdad, ¿no lo querrá particularmente en el caso de los más espantosamente equivocados de sus hijos?
Nuestra sociedad tiene que hallar un punto medio entre la justicia que castiga al malhechor y la justicia que resarce a la víctima. Lo que no se puede hacer sin que medie otra injusticia, es lucrar moral y políticamente con las esperanzas y la fe de las personas.
Es cierto que hay gente muy dura, que jamás llega a cambiar:
¿determina eso que otros muchos no quieran hacerlo?
La Fe NO es un negarse empecinadamente a ver la realidad (como esta realidad horrenda de crimen y violencia), sino que se trata de un don, de una gracia; no se tiene nomás porque sí, ni cualquier crédulo la tiene por el mero hecho de "creer".
En cambio, la Fe es un mirar allende la realidad, es querer mirar con la mirada de Dios (incluso, a veces, con la mirada de Cristo desde lo alto de la Cruz), y eso es un compromiso muy gordo:
Cuando presumimos creer en Dios, ¿tratamos de saber si Dios cree en nosotros? Así como orar es más estar en disposición de escuchar que de hablar, tener fe consiste más en poner atención en que Dios crea en nosotros, que del solo hecho de que nosotros creamos en él ( "...hasta los demonios creen, no obstante tiemblan". Epístola de Santiago).
Al final del día, Fe es tener -firme en el corazón- la convicción de que Dios puede lo que nosotros no podemos, donde nosotros no podemos y cuando nosotros no podemos. Es a la vez estabilidad en el corazón y fuerza para ir donde sea necesario --como las dos columnas del Templo que es el Cuerpo Místico de Cristo.
Ojalá que las iglesias y sus pastores principales y los concilios y sínodos -haciendo temporalmente a un lado esos asuntos internos tan importantes concernientes a su propia sobrevivencia-, se decidan a voltear hacia afuera -al mundo-, y a incluir en sus agendas, y a ejercer su misión profética con estos temas que tienen que de verdad tienen que ver con el Reino de Dios.


U.I.O.G.D.
...Para que en todas las cosas sea Dios glorificado.







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