sábado, 12 de julio de 2008

Europa en manos de
los hijos de San Benito
+ La obra de Benito de Aniano: “El Segundo Benito”
+ Cluny: el poder central de la Iglesia Occidental
+ Inicios del Císter.
Compilado y editado por el Pbro. Miguel Zavala-Múgica+, a partir de:
1. San Benito de Aniano, en
Wikipedia, la enciclopedia libre.
http://es.wikipedia.org/wiki/Benito_de_Aniane
2. Arte-Historia:
http://www.artehistoria.jcyl.es/civilizaciones/contextos/8213.htm
Y la revista…
3.
Imágenes de la Fe No. 146 “San Benito, Maestro de Sabiduría”.
El título y atributos que lleva Benito de Nursia como Padre de Europa o Patriarca de los monjes de Occidente, es –en gran parte-, mérito de un monje benedictino homónimo suyo: Benito de Aniano (Languedoc, 750-821), cuya obra de reforma del monaquismo es esencial para el benedictinismo de Europa. En el Calendario de la Iglesia Romana, su fiesta se celebra el 12 de febrero.

Regla de todos los monjes de Occidente.
Ya sabemos que al morir Benito en 547, no había dejado fundación de orden religiosa alguna. Sin embargo, la Regla existía ya –sin la cual la obra personal de Benito de Nursia se habría perdido en la noche de la Europa germánica. En 577 los lombardos arrasan Montecassino -destrucción que la leyenda, recogida por Gregorio Magno, dice que había sido predicha por Benito junto con las otras dos que le han seguido. Los monjes huyen, rescatando el manuscrito de la Regla, y se refugian en Roma, al amparo de Gregorio. El Papa –monje él mismo-, se interesa en la vida y obra de Benito y se anima a incluir su vida en el segundo volumen de sus Diálogos.
Monjes misioneros.
En vida de Benito de Nursia, casi toda la Europa del Norte era pagana. La Iglesia estaba establecida en lo que hoy son las Islas británicas, y había toda una institución de Iglesia y monacato celtas, sin embargo, la invasión de anglos y sajones retrajo a los celtas cristianos y fue motivo de que Gregorio Magno empleara a monjes benedictinos (Agustín de Canterbury) en la re-evangelización de lo que se llamaría ahora Inglaterra. La obra resulta sumamente exitosa, y muy pronto Inglaterra envía monjes, desde monasterios benedictinos propios a evangelizar lo que hoy son: Holanda (Willibrordo) y Alemania (Bonifacio, véase su biografía en este BLOG). Serán monjes benedictinos quienes lleven la fe cristiana a Escandinavia, Bohemia, Polonia y Prusia.
Benito de Aniano.
Poco a poco la Regla permea todos los monasterios de Occidente, pero ha ido poco a poco, de casa en casa. Llega el siglo VII, y bajo el Emperador Ludovico Pío (814-840), emerge también la figura de Benito de Aniano –español, nacido en el Languedoc-, con él se logra que los abades de los más importantes monasterios de Europa –reunidos en Aquisgrán-, adopten la Regla de San Benito universalmente.
Originalmente, se llamaba Witiza, hijo de Aigulfo, conde visigodo de Maguelona; educado en la corte de Pipino el Breve y después en la de Carlomagno. En 774 profesa en Saint-Seine, cerca de Dijón, pero abandona la abadía ante la falta de rigor de los monjes. Marcha a Aniane, cerca de Montpellier y vive como anacoreta. En 782 funda un cenobio próximo a Aniano donde, con unos cuantos discípulos, puede llevar la vida ascética que predica. Éste tarda en desarrollarse debido a su rigor y, Benito decide adoptar la Regla de Benito de Nursia (c. 480-547) cuya aplicación le parece más práctica.
En 792, la Abadía de Aniano pasa a patronato regio; Benito la convierte en centro de radiación del benedictinismo en Aquitania; es aceptado en Languedoc, Auvergne y Borgoña. Ludovico Pío se interesa por la nueva regla para imponer unidad religiosa en su Imperio, y cita a Benito a Inden, donde prepara tres sínodos para tratar la reforma del monaquismo en 816, 817 y 818-en 819. Se impone la Regla de San Benito; las abadías se integran en las instituciones del Imperio; los abades se convierten en verdaderos señores feudales y junto con la organización, comienza también la corrupción y el tráfico de influencias.
La obra de Benito de Aniano, no es sólo de unificación, sino también una lucha contra la doctrina cristológica conocida como adopcionismo (Cristo humano, adoptado por Dios como Hijo en su bautismo, pero no de naturaleza divina, como predica la ortodoxia), difundida a través de ciertos entendimientos de los textos de la liturgia romano-franca. Con Benito de Aniano, en el scriptorium -o taller de creación, copia e iluminación de textos, de cada monasterio-, se va creando la escritura minúscula. Los cambios aportados se adoptan rápidamente en Sajonia e Italia entre 820-830. El benedictinismo va imponiéndose en Europa y termina creándose la gran Abadía de Cluny, que tendrá enorme influjo en toda Europa. Sin embargo, a partir de esta regla única, se crearán normas propias en cada abadía.
La reforma de Cluny.
Con Carlomagno, al iniciarse el siglo IX, Europa estaba organizada y en relativa paz, y la alianza entre el trono y el altar, permitió un tipo especial de organización en el que la Iglesia y el monacato, cumplieron un papel esencial. Al morir Carlomagno, el imperio se repartió –como si de una propiedad personal se tratase-, y comenzaron las pugnas internas entre sus hijos y nietos, aunadas al desastre de nuevos invasores: normandos, sarracenos, húngaros, etc. Las instituciones eclesiásticas quedan a merced de los abusos de los nobles.
En 910, nace en la oscuridad del bosque de Borgoña, la comunidad de Cluny, que practica la Regla de San Benito, con su hospitalidad generosa hacia los pobres y un desarrollo de los estudios y la práctica del culto divino. El 11 de septiembre de 909 Guillermo III de Aquitania concede al monje Bernón un solar en la región de Mâçonnais (Borgoña) para edificar un monasterio. Desde un principio, Bernón y sus compañeros se acogían a la “inalienable propiedad de los Santos Pedro y Pablo”: a la directa protección de la sede de Roma. Esta libertas romana –confirmada en 932 por Juan XI mediante solemne privilegio-, implicaba la independencia del monasterio respecto de cualquier poder laico o eclesiástico, ello iba a permitir a Cluny convertirse en el principal de los monasterios europeos hasta bien entrado el siglo XII.
Bajo el Abad Hugo el Grande, calificado por sus adversarios como verdadero “rey de Cluny”, se sistematizaron definitivamente los aspectos organizativos de la orden.
Hugo llegó a tener una enorme influencia, en el manuscrito iluminado que se ve al lado, aparece apoyando al rey Enrique IV -en 1115-, ante la Condesa matilde de Canossa, para que ésta interceda para que el Papa Gregorio VII le levantase la excomunión.
La Abadía de Cluny, en su máximo apogeo, llegó a contar entre 400 y 700 monjes, era el centro de la federación y poseía una autoridad indiscutida sobre los monasterios dependientes. A fines del siglo XI, la orden contaba unas 850 casas en Francia, 109 en Alemania, 52 en Italia, 43 en Gran Bretaña y 23 en la Península Ibérica, agrupando a más de diez mil monjes, sin contar el innumerable personal subalterno.
Las abadías se dividían en prioratos, cuyo prior era designado casi siempre, por el abad de Cluny, y que debían pagar un importante censo anual (modelo del que Cluny enviaba a su vez a Roma) como signo de sumisión; había abadías subordinadas, con poderes de elección del abad aunque de limitada autonomía, y abadías afiliadas, con poderes mayores. Predominaba la estructura piramidal, y se rendía un vasallaje feudal a la Abadía madre. Este imperio monástico era regido con mano de hierro por los abades de Cluny, elegidos por cooptación; sus frecuentes visitas a cada monasterio recuerdan la actitud de los señores feudales contemporáneos. Sus viajes, igualmente frecuentes a Roma y el hecho de que numerosos Pontífices salieran de las filas de la Orden, justifica la consideración de los abades de Cluny como segundos jefes de la Cristiandad.

Esta clase de monasticismo es la auténtica génesis del poder temporal de la Iglesia Católica Romana, y la fuente de su poder frente a otros poderes temporales en Europa. Floreció en Cluny y sus fundaciones la cultura cristiana, pero también se concentraron la cultura secular y el poder económico y político, sin posibilidades de compartirse con la sociedades no monásticas.

Resulta lógico que –durante la Reforma en Inglaterra-, Enrique VIII –no por motivos religiosos, pero sí políticos-, arrasara con el sistema monástico inglés y sustituyera las abadías por catedrales (a los abades por obispos, al clero regular por clero secular).
Cluny: luces y sombras.
El objetivo original de Cluny era volver al espíritu y letra de la Regla Benedictina: castidad, obediencia y estabilidad, potenció el rezo litúrgico por encima de cualquier otra consideración. Pero el Opus Dei u Oficio Divino y la celebración coral de la Eucaristía se convirtieron pronto en la principal, por no decir única, actividad del monje. El importante papel concedido en concreto a las preces por los patronos desaparecidos no hacía sino favorecer las donaciones y otras continuas muestras de favor de los poderosos seculares, muchos de cuyos hijos segundones formaban parte de la orden y aspiraban al abaciato.
Las consuetudines (costumbres consagradas) de la orden, adaptación de la primitiva regla, apostaban por una moderna ascesis que se plasmaba tanto en el régimen alimenticio como en la práctica ausencia de trabajos físicos. Para evitar el cansancio y permitir el decoro en las celebraciones colectivas, la alimentación de los monjes era abundante y variada: pescado, leche, huevos, legumbres, carne (en caso de enfermedad) e incluso una medida de vino diaria.

El trabajo manual prácticamente se proscribió, efectuado tan sólo por los conversi, personal subalterno que no se beneficiaba espiritualmente de su presencia en el monasterio, y a su vez era auxiliado por siervos y aparceros. ¡Qué lejos de las palabras de Benito de Nursia!: “Cuando ganéis con vuestras manos, vuestro propio sustento, seréis verdaderamente monjes…”

Por todas esas causas, unidas a la especial atención a la calidad de los vestidos y a las normas de higiene, cualquier personaje de origen aristocrático podía encontrarse a gusto en Cluny, como en efecto fue. La especialización litúrgica impidió sin embargo un verdadero desarrollo intelectual, por más que los scriptoria (plural de scriptorium) de la orden realizasen una permanente y febril actividad de copia de manuscritos. Cluny disputó, con Montecassino, la primacía de las bibliotecas de Occidente entre los siglos X-XII, pero su escuela monástica jamás alcanzó un puesto de relevancia. Cluny realizó una importante tarea en la difusión del arte románico y como foco inspirador de intelectuales tan destacados como: Abdón de Fleury, Raul Glaber, Orderico Vital, Walter de Coincy, Guillermo de Dijon, etc.

Los cluniacenses apoyaron, consciente o inconscientemente, la definitiva clericalización del monacato y –peor aún-, la monastización del clero. Frente a la figura antigua y altomedieval del monje como laico, asistido por uno o dos sacerdotes por comunidad, Cluny multiplicó el número de sacerdotes entre sus miembros. El decisivo papel otorgado a la misa en la espiritualidad cluniacense, hasta el punto de que tras la celebración conventual numerosos monjes solían celebrar misas privadas, explica por qué el cluniacense, más que un penitente ya, “tiende a ser un clérigo regular que oficia” (Chelini).

Los papas y obispos benedictinos cluniacenses comenzaron el proceso de imposición de normas monásticas a un clero secular que aún podía casarse, llevar una vida de familia y vivir de un oficio secular, además de su ministerio pastoral. Evidentemente, la parte corruptiva del imperio monástico, se extendía a toda la Iglesia Occidental, y fortalecía su poder central.

Gran número de aristócratas profesó en la orden, Cluny, lejos de enfrentarse al orden feudal, apoyó su legitimación, con una extraordinaria habilidad en reforzar la propia autonomía partiendo del acuerdo con la nobleza. Por lo general la orden mantuvo relaciones cordiales con los obispos y a menudo ejerció –desde los monasterios-, una labor catequética sobre el medio rural, lo que no podía sino favorecer los intereses de los prelados. Suplió una estructura parroquial todavía incipiente; como propagadores de la Paz y Tregua de Dios, los monasterios favorecieron la cristalización de la autoridad episcopal.
Cluny y la política eclesiástica papal.
Cluny jamás rechazó el sistema de la iglesia propia: lo utilizó a su favor mediante la cesión a la orden de los derechos de los propietarios. “…El sistema de la iglesia privada es la base jurídica de la orden de Cluny” (Paul). Tampoco ésta actuó como tal en la querella de las investiduras apoyando al Papado, ni intervino en el espinoso asunto de las relaciones monarquía-episcopado. Sin embargo, por la simple reforma impuesta en sus monasterios, por el papel de los intelectuales vinculados directa o indirectamente a la orden, acervos contrincantes del nicolaísmo y la simonía, por su positiva acción educadora de la capa dirigente y, por su directa vinculación a Roma, cuyo primado moral siempre defendieron, los cluniacenses constituyeron globalmente un elemento fundamental en la consolidación de la reforma de Gregorio VII a favor de la autonomía de la Iglesia frente a los poderes seculares. A largo plazo, el Papado no dudó en utilizar siempre que pudo, a Cluny como punta de lanza de su política de centralización, como en la Península Ibérica, donde la abolición del rito mozárabe y la reorganización eclesiástico-monástica estuvieron unidas íntimamente.
Debacle de Cluny.
Cluny empezó a demostrar síntomas de agotamiento desde principios del siglo XII. Tras el negativo gobierno de Pons de Melqueil (1109-1132), el encabezado por su último gran abad, Pedro el Venerable (1132-1156), no pudo detener la crisis que tras su muerte se apoderó de la orden.
Varias causas parecen explicar el agotamiento del modelo de Cluny, la más importante es la rigidez de su propia estructura. La excesiva centralización orgánica de la orden, que hacía descansar todo en la figura del abad del monasterio fundacional, impedía la más mínima flexibilidad entre las distintas casas, paralizando a toda la orden. Otro elemento a destacar fue el de la profesión, imparable desde fines del siglo XI, de gran numero de monjes atraídos más por el prestigio y la seguridad que la orden ofrecía que por una verdadera vocación. Serlon de Bayeux, denunciaba la entrada en el claustro de caballeros arruinados, con el único objeto de salir de su pobreza, cosa que intentó atajar, sin éxito, Pedro el Venerable. Sus medidas, tendentes a detener la creciente mundanización de Cluny, denunciada repetidamente por San Bernardo en su polémica con el abad borgoñón, llegaron demasiado tarde como para poder hacerse efectivas.
Sería injusto presentar la aparición del Císter o la Cartuja como el simple producto de la decadencia de Cluny. Más bien, el cambio general de orientación del monaquismo occidental –más favorable desde principios del siglo XII a los aspectos eremíticos y ascéticos-, fue lo que permitió el nacimiento de nuevas órdenes. La especialización de la vida monástica en sus distintas vertientes militar, asistencial y ascética, obedeció no tanto a la corrupción del espíritu de Cluny cuanto a su superación histórica.
Inicios del Císter.
El siglo XI será de un intenso fervor evangélico, la ascesis y la vida eremítica vuelven con fuerza a la cristiandad, y los lugares despoblados conocen la presencia de numerosos ermitaños. San Romualdo y San Bruno fundan, respectivamente, sus comunidades de Camaldoli (camaldulenses) y Chartreuse (cartujos), e insisten en una vida más solitaria y pobre; por supuesto, los sueños duran poco, y es necesario insistir continuamente en la vuelta al espíritu original. Las grandes abadías de estas comunidades, eventualmente fueron templos suntuosos y llenos de un lujo escandaloso.
Roberto de Solesmes y sus compañeros monjes, hallan un páramo, en la cuenca del río Saôna que en francés se llamaba Citteaux, y en la Galia romana se conocía como Cistercium, de ahí “cistercienses”; conformes con la Regla de San Benito, quieren vivir una existencia de aislamiento del mundo, silencio, pobreza, trabajo y oración. En 1112, Bernardo de Clairvaux (Claraval), un noble con un especial carisma, llega al Císter y atrae a familiares y amigos a la nueva obra y le da un empuje fenomenal: se convierte en padre y animador espiritual de muchos otros monjes, fundadores y escritores, como Aelredo de Rievaulx, en Inglaterra, a quien anima a escribir su tratado De Amicitia Spirituale (“Sobre la Amistad Espiritual”), una joya de la espiritualidad y la madurez humana en el Alto Medioevo. Bernardo será el motor detrás de la fundación de los Caballeros Templarios.
Los cistercienses –la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia-, son los llamados “monjes blancos”, a causa del hábito benedictino que llevan –por sencillez-, de lana cruda sin teñir, así se diferencian visualmente de los “monjes negros” de Cluny. En dos siglos, Europa quedará tachonada de monasterios del Císter…
Para saber más sobre la Orden y la Abadía de Cluny:
U.I.O.G.D.

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