jueves, 21 de agosto de 2008

CATEQUESIS DOMINICAL
24 de agosto, A.D. 2008
Discernimiento y Decisión.
Pbro. Miguel Zavala-Múgica+
El presente texto NO ES UN SERMÓN, está pensado para leer en lo personal durante la semana, o bien para que los clérigos o maestros organicen material para un estudio con la comunidad. También, si se desea, se puede usar para resumir un Sermón u Homilía.
Léanse las lecturas del artículo siguiente:
Propios de la Santa Eucaristía.
Propio 16, Año A

Éxodo 1: 8-2: 10
Salmo 124
Romanos 12: 1-8
San Mateo 16: 13-20
Israel no existía como pueblo cuando comenzó esta Historia de Salvación que parte de su esclavitud en Egipto; pero el Pueblo Judío ha tenido siempre la conciencia histórica de una continuidad histórica con sus antepasados hapiru (de donde viene: “hebreos”), que ingresaron a Egipto como inmigrantes, debido a la hambruna y la falta de oportunidades y recursos en su lejana región de origen en la antigua Mesopotamia (actualmente Irak). Esta historia sigue con un relato de esclavitud y opresión por parte del poder establecido.
¿Dónde habremos oído esto antes?
No hemos hecho más que empezar y ya saltan las palabras clave: inmigrantes, hambruna, falta de oportunidades y recursos, esclavitud, opresión, poder establecido… ¿¡Dónde habremos oído eso?!
La Historia de la Salvación comienza con la memoria psicológica e histórica de un pueblo que se sabe originario de esta circunstancia. El interés de Dios en la humanidad comienza metiéndose hondamente en lo profundo de las preocupaciones concretas de personas reales.
Para seguir con esto, resulta que el poderoso en turno, el Faraón de Egipto, dice cosas que suenan como si fueran el resumen descriptivo de situaciones actuales en varios países del mundo:
--“Miren que los hijos de Israel forman un pueblo más numeroso y fuerte que nosotros. Tomemos precauciones contra él para que no siga multiplicándose, no vaya a suceder que –si estalla una guerra-, se una a nuestros enemigos para luchar contra nosotros y escapar del país.” Les pusieron entonces capataces a los israelitas, para sobrecargarlos con duros trabajos.”

“Los egipcios trataron con brutalidad a los Israelitas y los redujeron a esclavitud; les amargaron la vida con duros trabajos de arcilla y ladrillos, y con toda clase de labores campesinas y toda clase de servidumbres que les imponían por la fuerza.”
Incluso, la narración habla de cómo el Faraón ordenó la exterminación de los niños recién nacidos de los hebreos, persuadiendo a dos parteras o comadronas quienes –sin embargo-, logran, con astucia, esquivar al poderoso y respetar la justicia que Dios les exige.
Muchas cosas en este relato son simbólicas y resumen situaciones más complejas, como el hecho de que se tratara sólo de dos parteras para todo un pueblo, o que no hubiera otros ministros encargados del trabajo sucio de persuadirlas y que tuviera que hacerlo el propio Faraón; pero esto se debe a la manera de escribir propia de la época, así como a la necesidad de resumir y transmitir las cosas breve y concisamente, eso no afecta en lo esencial la verdad de fondo del relato.
También aquí tengo cierta tentación por encontrar un paralelo con ciertas políticas de población de nuestro mundo actual. Cuidado…, no me considero un activista Pro-Vida, ni mucho menos; el aborto y la anticoncepción, son asuntos que deben tratarse con mucha más decencia, seriedad y competencia científica de cómo suelen hacerlo algunas iglesias y los políticos en turno. Pero sí estoy de acuerdo en que --en muchos casos--, ciertas políticas nacionales o mundiales de población se diseñan para afectar únicamente a los pobres, o bien, pasan por encima de derechos fundamentales de las personas.
Entonces, este inicio de la Historia de Israel sigue siendo una llamada de atención de cómo Dios habla a través de la perspectiva de los escritores israelitas.
Cuando alguien es escogido para efectuar la liberación que Dios quiere…
En seguida tenemos la historia del nacimiento del más grandioso guía y conductor de Israel: Moisés. Es tan importante la historia de la persona de Moisés, que los escritores israelitas recogieron relatos mucho más antiguos –como el del origen del rey sumerio Sargón de Agadé-, para aplicarlos a su propio líder. No se trata de un plagio –aunque en nuestros días –con nuestra cultura de copyright, o derechos de autor, podemos verlo así. En el antiguo Medio Oriente, las cosas funcionaban de otra manera, y esta era la forma de señalar que algo tenía mucha importancia, aunque se descuidara la exactitud que ahora es tan importante para los periodistas e historiadores modernos.
Este relato significa principalmente que Moisés ES un niño nacido de una familia hebrea, él mismo –en su persona-, es un patrimonio del Pueblo Israelita, aunque haya crecido como hijo de la hija del Faraón. En esto vamos a detenernos un poco…
La hija del Faraón es la propia encargada de descubrir al bebé Moisés y prohijarlo (es decir: adoptarlo como suyo); de entrada, el texto nos invita a ver cómo la compasión y el amor pueden habitar en cualquier corazón humano –aún en los de las familias que forman parte del sistema opresor.
Es muy importante para los autores, que Moisés tenga una doble herencia: hebrea y egipcia: será hijo del pueblo oprimido, pero también del pueblo opresor; esto también es una invitación a ver –de una manera simbólica (el símbolo es Moisés mismo)-, cómo la liberación y el avance de un pueblo afectan a pobres y ricos, a oprimidos y a opresores, y tienen que partir de una cierta conciliación inicial entre ambos, y son para todos. Moisés no habría hecho nada de no haber sido instruido en la cultura a la que tenían acceso los poderosos, pero tampoco habría hecho nada de no haber vivido la experiencia de opresión de los pobres a los que salvó, ambas cosas son necesarias.
“…Cuando tuvieron que abandonarlo, la hija del faraón lo recogió y lo crió como si fuera su propio hijo. De esa manera Moisés fue iniciado en la sabiduría de los egipcios, y fue un hombre poderoso en palabras y en hechos.”

(Hechos de los Apóstoles 7: 21, 22).

El origen del nombre de Moisés –según el texto-, significa en hebreo “salvado de las aguas”:
“Ella lo llamó Moisés, pues, dijo: “lo he sacado de las aguas.”
En realidad, se trata de un intento deliberado por hebraizar lo que más bien tiene todo para ser un nombre egipcio, o –mejor dicho-, una parte de un nombre egipcio: Môseh (literalmente: “ha nacido”), aparece como parte de nombres de faraones como: Rahmôseh (Ramsés, o “ha nacido –el dios- Ra), Tutmôseh (Tutmosis, o “ha nacido –el dios- Toth”). Esto que vemos con el nombre, es lo que pasa con la persona. Es muy probable que Moisés haya sido de origen egipcio, pero las circunstancias y la voluntad de Dios pusieron sus conocimientos y su capacidad al servicio de los pobres y humildes de su tiempo.
Sigmund Freud –el padre del Psicoanálisis, quien además era judío-, concluyó, en su libro Moisés y el Monoteísmo –un análisis muy frío, exacto y despiadado-, que Moisés era egipcio y que la mente colectiva hebrea lo había apropiado. Años después, cuando vinieron los horrores de la persecución Nazi y el exterminio, Freud –quien perdió a familiares directos en esa circunstancia-, lleno de amargura, dijo que mientras su pueblo pasaba por sus peores momentos, él mismo “le había arrebatado a su mejor hombre”.
Freud comprendió la lección. La historia del nacimiento y adopción de Moisés, son la historia de cómo un pueblo hace suyos a sus hijos, a sus héroes y liberadores. Y en otras palabras, también nos habla de cómo Dios da sentido a nuestras vidas e historias. Lo importante no es que la historia sea exactamente como nos la han contado, sino la interpretación que hacemos de ella, el valor ético y vital que damos a sus símbolos…
Dios –al elaborar su Plan de Salvación, y al revelar su voluntad-, toma en cuenta nuestras experiencias y nuestra manera de relatarlas y darles sentido, así, nos pide que veamos hacia nuestra vida e historia y descubramos en ellas su intervención salvadora que quiere darle un sentido más amplio y profundo a toda la vida humana.
Al tiempo de la oración...
El Salmo 124 está inspirado en el paso de Israel por el Mar Rojo, y en el paso del bebé Moisés por las aguas del Nilo –como nuestro canto de meditación para estas lecturas-, nos ayuda a conectarnos más íntimamente con el sentimiento humano (nuestro y ajeno), de quienes han pasado por el hundimiento en la angustia, la depresión y la desesperación –como cuando nos hundimos en las místicas aguas caóticas del Bautismo y brotamos de ellas liberados y llenos de nueva vida, gracias a la intervención salvadora de Dios.
"Nos habrían sumergido las aguas, hasta el cuello habría subido el torrente; Hasta el cuello habrían subido las aguas furiosas."

(Salmo 124: 4, 5)

Un culto racional, lógico… Adorar a Dios con discernimiento.
El Dios que se revela en la Biblia, no es un tirano que exija sacrificios de sangre, por ello San Pablo (en la segunda lectura), invoca “la gran ternura de Dios”, para pedirnos el máximo de lo que un ser humano puede ofrecer: su propia persona. Pero usa una expresión griega muy docta y clara την λογικην λατρειαν logikê latría (“culto racional”, “adoración lógica”): “el culto conviene a criaturas que tienen juicio”.
Invita también a un empeño por “transformarnos mediante la renovación de la mente”
“…transfórmense a partir de una renovación interior.”

En otras palabras, lo más importante que Dios quiere de nosotros es que –al entregarnos a Él y vivir en su comunión-, iniciemos un camino de discernimiento, de ser conscientes de nosotros mismos, de nuestros propios procesos y cambios en la vida, y de lo que quiere Dios para nuestras vidas. Esto incluye el saber valorarnos a nosotros mismos en nuestros talentos y bendiciones propios, a eso se refiere cuando habla de “el carisma que Dios le ha entregado a cada uno”.
El Bautismo incluye también –entre los beneficios que obtenemos de él-, el injertarnos en un solo Cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo… somos miembros suyos en la diversidad de nuestros dones, aunque en la unidad del vínculo común en Él.
“Miren cuántas partes tiene nuestro cuerpo, y es Uno, aunque las distintas partes no desempeñan la misma función. Así también nosotros formamos un solo Cuerpo en Cristo; dependemos unos de otros y tenemos carismas diferentes según el don que hemos recibido.”

Entonces, cuando enlazamos esta segunda lectura con la primera, vamos encontrando que nuestro proceso de liberación –según la voluntad de Dios-, toma en cuenta las injusticias sociales y políticas del mundo, se arraiga en un proceso de cambio interno basado en el discernimiento y pasa por nuestras crisis y angustias más terribles. Pero el proyecto de Dios para nosotros es llevarnos a una realización de la comunión, de la comunidad humana; para ello propone la unidad “por Cristo, con él y en él…”, y nuestra realización personal, aportando nuestras propias bendiciones y talentos, las cosas que mejor sabemos hacer, decir y pensar: nuestros carismas.
¿Ves por qué culminamos la ofrenda eucarística cantando o proclamando estas palabras?: "Por Él con Él y en Él..."
Esto no quiere decir que las personas no-cristianas no estén invitadas al proyecto de Dios para la humanidad, o –peor aún-, que haya que forzarlas a entrar en los planes de Dios obligándoles a hacerse cristianos o presionándolos imponiendo medidas “cristianas” obligatorias en la sociedad o en el gobierno. Significa que la comunión es el proyecto de Dios, que toma en cuenta a cada persona en particular, y que Cristo lo realizó en su propia persona, haciéndose ofrenda para Dios, lo mismo que nos propone a nosotros.
El vicio y el pecado humanos pueden hacer que esa ofrenda se convierta en un sacrificio cruento –como el de Jesús-, que por cierto, es más que suficiente para nuestra salvación; pero Dios nos pide un “culto racional, juicioso…”, cuando nuestra fe y amor llegan al heroísmo, estamos en libertad para llegar hasta la ofrenda de nuestra propia vida, pero Dios no nos presiona, ni nos exige volvernos “kamikazes” a nadie, ni menos aún ser “kamikazes” contra nadie.
Dar sentido a lo que vivimos y a lo que creemos.
Al platicar sobre la primera lectura, vimos lo importante que es construir lo que creemos acerca de las cosas en nuestra vida; es esencial el significado que damos a las cosas. La ciencia histórica y la psicológica, permitieron a Freud descubrir que –con muchas probabilidades-, Moisés no fue un israelita, sino un egipcio a quien la mente colectiva de Israel adoptó como suyo… Muy bien…, la ciencia es la ciencia, tiene sus propias reglas y exigencias y no hay que escabullirse, hasta el clero tenemos que entrarle a esto (aunque haya “mentes brillantes” que digan que no…); pero, muy bien, Dr. Freud ¿y luego?
Freud se dio cuenta lo importante que es no detenernos en los datos fríos y austeros de la ciencia y el pensamiento racionalista. Valdría la pena darnos cuenta que lo que falta es dar sentido a la vida, ese es el hermoso fruto del discernimiento que nos propone Pablo en la segunda lectura: “el culto racional”, digno de personas juiciosas, “la renovación interior”…
Para seguir poniendo ejemplos de psicólogos judíos famosos, creo que aquí entraría maravillosamente Víktor Frankl, con su obra: El Hombre en búsqueda de Sentido. Si Freud vio iniciarse el horror de la sin-razón nazi, Frankl –un ser humano maravilloso-, lo vivió en carne propia; pero, además, lo superó con rostro encantadoramente alegre, su secreto, fue poner en primer lugar la afanosa búsqueda de sentido para todo en la vida, incluso las más terribles tragedias, la crueldad, la saña, el odio más profundo.
En el Evangelio, Jesús muestra su preocupación por lo que se dice de su persona. Aunque –más bien se trata de su preocupación por aquellos que dicen algo sobre él.
--“Según el parecer de la gente, ¿quién es este Hijo del Hombre?”

Hijo del Hombre es una expresión con la que Jesús parece referirse a él mismo… Mmm, no es tan simple. Ben Adam, en hebreo, significa “hijo del ser humano”, puede leerse poéticamente como “hijo de Adán”, pero –en resumidas cuentas- se refiere a un simple ser humano, ni más ni menos. Parece que desde el Libro de Daniel, en el Antiguo Testamento, la expresión Hijo de Hombre se usó para hablar del Mesías, y es en ese sentido que la usa Jesús. Los discípulos –en este relato-, de inmediato se la aplican a Jesús, y responden reportando las opiniones que la gente tiene…
Entonces, a Jesús le interesaba que sus discípulos estuviesen conscientes de las opiniones de los demás; el texto no condena a nadie por sus opiniones… Actualmente, las personas –en las sociedades-, tenemos opiniones muy diversas sobre Jesús, aún dentro de la propia Iglesia, podríamos señalar unas cuantas: “un maestro de religión”; “un iniciado”; “un reformador social”; “un profeta”; “un judío”; “un maestro ascendido”; “un gran gurú”; “un avatar”; “un ser de luz”; “DIOS”; “un tipo a todo dar”; “mi Amigo”; “una víctima del imperialismo”; “el hijo de la Virgencita”, “Jesús es ‘cool’, lo gacho son los curas”, etc. etc. No las inventé yo… simplemente es “el parecer de la gente sobre el Hijo del Hombre”.
Si Jesús no vino a descalificar, me parece que no es tampoco chamba o trabajo nuestro el hacerlo, sin embargo, Jesús tiene una preocupación por sus discípulos:
Jesús les preguntó: --“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”
Pedro contestó: --“Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo.”


De la prudencia del discernimiento a la fuerza de la resuelta convicción.
Todo lo que sigue a continuación que le dijo Jesús a Pedro es motivo de enmarañado y prolongado pleito de todas las demás Iglesias Cristianas con la Iglesia Católica Romana, y se ha usado también (un tanto cuanto miserablemente), para discutir ambiciones de poder y control. Vamos a dejarlo a un lado.
Para empezar, el buen Pedro tiene un excelente retrato de carácter en los evangelios; era un tipo visceral, resuelto (yo diría: “machín”), no se andaba con medias tintas; probablemente valoraba mucho la lealtad y él mismo era capaz de ofrecerla; cometía enormes “metidas de pata” con aquello de la prudencia (lo que sí… hipócrita no era). Así que Jesús pregunta y Pedro dispara (¡perdón!), Pedro responde: no analiza, no elabora… (eso se lo deja al culto y educado Pablo), Pedro es el hombre del “¡Esto es así y así! ¡PUNTO!
No significa este texto, que Jesús no valore el discernimiento, pero sí que –llegado el momento-, entre un grupo inicial (los Doce), tiene que haber un elemento de decisión, de concreción y de seguridad en uno mismo. Me recuerda mucho a un compañero mío del Seminario, y sacerdote muy activo: un tipo capaz para: 1. Saber lo que quiere (objetivos concretos); 2. Reunir en torno suyo a un buen equipo y 3. Trazar métodos prácticos para lograrlo. ¡Cuánta necesidad hay de eso en la Iglesia y en cualquier parte!, ahora le llaman “liderazgo”…
Pero el Señor no propone esto únicamente para el perfil de un sacerdote o de un obispo; nos lo está proponiendo a todos y a cada uno. ¡Una parte –en el interior de nosotros mismos, por indecisos y tímidos que seamos-… tiene que saber qué quiere, saber reunir sus propios recursos y ponerse en camino!
--“Dichoso tú, Simón Bar Iona, porque esto no te lo ha revelado la naturaleza humana, sino mi Padre que está en los Cielos. Y ahora Yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; los poderes de la Muerte jamás la podrán vencer.”

Jesús quiere despertar en nosotros la capacidad de resolución para dar sentido a las cosas de la vida. ¿Qué opina la demás gente?, es importante, pero NO es TU opinión ni convicción… Aquí importa qué dices tú.
Y Jesús honra a Simón… diciéndole que es una “piedra” (¡y lo era!): Una “piedra fundamental” para iniciar una construcción, una “piedra clave” para rematar un arco o un edificio… una “piedra bruta” para empezar a trabajarla, a pulirla “desde cero”, todo eso implica ser “piedra”, y todo eso le cargaron al buen Pedro…, por eso me admira que algunos solamente le vean el aspecto de “base sólida”, y no todo el conjunto completo de lo que la persona de Pedro mostró en su vida, en relación a eso de “ser piedra”.
Edificar la Iglesia significa: “levantar la comunidad”, “construir la comunión”. Por aquí le vamos tomando el hilo conductor a lo que hasta aquí hemos leído. Dios mira nuestras necesidades, crisis, tragedias y situaciones de vida, en general, y se interesa por nosotros, nos libera; levanta guías y conductores para su pueblo y –en un momento determinado-, a todos nos toca serlo de un modo u otro, aún para sólo nuestra propia vida.
Dios busca construirnos en la comunión del Cuerpo del Hijo del Hombre, y por eso nos quiere decididos a usar la “clave” (clavis = “llave”, en latín) del discernimiento interior para construir algo concreto en nuestras vidas, de aquí que entre la imagen pesada y grave de una piedra, Jesús pase a la delicadeza y finura de una llave (“llaves pequeñas abren grandes puertas”).
“ -‘Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo.’ Entonces Jesús les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías”.

En primer término, esto significa que Dios acompaña nuestras decisiones –independientemente de lo acertadas o erráticas que resulten (“infalible” no hay nadie en este mundo). No se trata de que Dios apruebe nuestra maldad, ni nuestras malas intenciones deliberadas, sino que –del mismo modo en que nuestros padres nos respetan y apoyan en las decisiones que tomamos en nuestra vida adulta, sin que necesariamente compartan nuestras opiniones, así también Dios está presente en nuestro caminar.
¿Por qué el secreto? ¿Por qué el silencio? ¿Por qué Jesús manda callar a sus discípulos? Ya convirtió a Pedro en piedra, ya le prometió –más adelante-, entregarle un nuevo instrumento de trabajo (las llaves), ¿por qué ahora calla a todos?
Los comentaristas bíblicos hablan del “Secreto Mesiánico”; Jesús no se revela como Mesías por lo que hace en su vida pública. El SENTIDO de su misión e identidad lo dará el TRIPLE Misterio Pascual de: su pasión, su muerte y su resurrección. Pero además, se trata de dejar que cada uno vaya llegando al descubrimiento de Jesús como el Cristo.
El secreto es esencial para no interferir –con nuestras propias apreciaciones-, en el proceso que otros van llevando de su propio discernimiento interior para: 1. razonar la situación de su entorno (como en la primera lectura), 2. el descubrimiento de sus carismas, 3. encontrar su lugar –como obrero-, en el Cuerpo de Comunión en Cristo (como en la segunda), y 4. colaborar en él para iniciar los cimientos del Reino que Dios –verdadero Arquitecto-, quiere construir en nosotros y entre nosotros.

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U.I.O.G.D.

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