jueves, 27 de agosto de 2009

VIDA Y OBRA DEL OBISPO
JOSÉ GUADALUPE
SAUCEDO MENDOZA

En ocasión del XI Aniversario de su Pascua eterna.

Sermón predicado durante la Eucaristía memorial del 08 de agosto del A.D. 2009, en la Parroquia de Christ Church de la Ciudad de México.



Pbro. Julio César Martín+
(Foto. J.C. Martín es el Rector de la Parroquia de la Catedral Anglicana de San José de Gracia, en la Ciudad de México)


¿Predicar sobre la vida o sobre el ministerio de José Guadalupe Saucedo? La disyuntiva es falsa:
La vida personal de un genuino cristiano es inseparable de su ministerio. La vocación, el llamado que Dios nos hace es a nuestra vida TODA. Por ello hablar de la vida de José Saucedo es –inevitablemente-, hablar del ministerio cristiano mismo y hasta de la vida de la Iglesia misma.

Al igual que muchos de los primeros cristianos, él sufrió persecución. Desde joven tuvo que escuchar escarnios y mentiras, tal y como lo hicieron los primeros cristianos, y también –al igual que muchos de ellos- sufrió en carne propia los golpes y el maltrato cruel de los enemigos de Cristo. En aquel entonces, a los quince años, no pudieron arrebatarle la vida, pero él después la daría toda a Cristo voluntariamente hasta el final.

Y a lo largo de su vida ministerial conocería también obstáculos dentro de la misma Iglesia. Su propia juventud cuando fue consagrado obispo le hizo vivir experiencias parecidas a las del joven obispo Timoteo, o experiencias que muchos, como clérigos, también hemos vivido; pero que en su caso se intensificaron ante la visión humana de las cosas: demasiado joven para ser obispo o pastor de un clero mucho mayor y con más experiencia que la que él tenía en aquel tiempo, como a muchos de nosotros nos ha pasado en nuestras propias congregaciones y parroquias. O bien, demasiado viejo para ser obispo y líder de nuevas generaciones de clérigos que, con sus nuevas ideas, creen que convertirán a Cristo a media humanidad. Sin embargo la vida, el ministerio del Obispo Saucedo puede servirnos como ventana y espejo para ver nuestra propia vida y nuestro propio ministerio, hoy y mañana.

I.- El cristiano habrá de compartir su Fe, su Esperanza y
su Caridad con los demás hijos e hijas de Dios.

Incansablemente, como Pablo y tantos otros misioneros de la historia, recorrió amplios territorios, y predicó en lugares remotos. Llevó la semilla del Evangelio a pueblos a donde llegar era aún una aventura y una genuina faena. Lugares a los que -como el decía-, había de llevar el alimento espiritual de la Palabra y el Sacramento del Señor. Impregnó su ministerio con un sentido de emprender la Buena Lid, la Buena Batalla por las almas por las que el Señor murió.

Un día me dijo: “Así como el soldado genuino ama a sus compañeros y está dispuesto a dar su libertad y arriesgar su vida por ellos, así amo a nuestra gente”. “No puedo olvidarme y dejar de pensar en su salvación”. Así podría explicarse ese celo por el trabajo ministerial que lo caracterizó, así podría explicarse porqué tan tenazmente ministraba en lugarcitos que no producen riqueza material, nunca podrán de suyo pagarse un clérigo. Así podría resumirse su actitud: “Míralos, están como ovejas sin pastor”.

II.- El Cristiano debe guiar su vida con base en la
Palabra de Dios revelada en la Escritura.

Pastor de muchos, el Obispo Saucedo –surgido del pueblo-, caminó muchas veces con su pueblo, y escuchó más de una vez los sufrimientos callados y silentes de las ovejas a él encomendadas y, como tal, llevaba en oración las peticiones de su pueblo.
Era pues, pastor, orante, y conocedor de las Sagradas Escrituras, de la Palabra de Dios. Y de ellas se servía para dar respuesta al hambre espiritual del pueblo de Dios. Fue siguiendo las directrices de la Palabra de Dios revelada en la Escritura, que quiso guiar los pasos de su episcopado y de su pastoral. Y hemos de admitir que –como pocos de nosotros lo viviremos-, su estrategia fue puesta a prueba en más de una ocasión por laicos y clérigos ¡por igual!
Fue un hombre intelectualmente brillante, con un profundo y potente intelecto, que no desarrolló por la senda académica, debido a las exigencias del ministerio que le correspondió ejercer. Fue más pastor que teólogo. ¿Pero no es acaso este nuestro llamamiento primero? ¿De qué nos sirve tener estudios en el extranjero y hablar en lenguas humanas si no tenemos amor?


III.- El cristiano, particularmente el ministro cristiano,
no está solo en su ministerio.

La vocación es a nuestra vida TODA, incluida también la de nuestras propias familias. Sí, porque así como de niño la familia de José Guadalupe salía de madrugada de su casa en las montañas de Michoacán para emprender una marcha de horas y poder llevar a su hijo ante el altar de Dios, así también su esposa Juanita, sus hijos e hijas: Richard, Mike, Linda y Liz, hicieron sacrificios y renuncias para que él sirviera en su altar. No sólo su padre se privó activamente de tiempo y momentos que pudo compartir más con ellos, también ellos –siquiera pasivamente-, hubieron de renunciar y privarse de muchos momentos y tiempos con su padre.

El ministerio del genuino cristiano no se vive en soledad: lo que hagamos, lo que padezcamos, lo que gocemos, lo que suframos, lo que soñemos, impactará en quienes nos rodean; especialmente en quienes más nos quieren y aman. Por ello les pido no un aplauso como reconocimiento al ministerio del Obispo Saucedo, sino un aplauso como reconocimiento al ministerio de su familia en la persona de su viuda Juanita, porque la cruz no sólo la tomamos los ministros, también nuestras familias.

Ya es tiempo de que reconozcamos explícitamente esta realidad de la vida del cristiano comprometido, especialmente del cristiano ordenado, presbítero u obispo.


IV.- El Cristiano habrá de dar frutos espirituales.

¿Dio frutos su ministerio? ¿Sólo dejó tras de sí casas parroquiales, templos, internados, seminarios? ¿Fondos de dinero en Nueva York?. ¿O –como dice la Escritura misma-, dio frutos espirituales? La respuesta tendremos que verla en su familia primero, en sus antiguos feligreses después, y en quienes hemos –a través de su episcopado-, recibido la encomienda del ministerio ordenado.

Su familia continúa en la Iglesia, trabajando para ella, adorando en ella, orando en ella, y reencontrándose con el Resucitado en ella. De sus antiguos feligreses, quienes ya han partido al encuentro de nuestro Dios, murieron en la Fe, en la Esperanza y en la Caridad, y de los que viven aún, continúan en la Fe, en la Esperanza y en el Amor. De aquellos a quienes ordenó concentrémonos en quienes continuamos en el ministerio y decidimos tomar de su mano la estafeta del ministerio ordenado, y/o estamos por decidir tomar la estafeta para continuar con su labor en el ministerio episcopal.

Hasta para este caso podemos extraer enseñanzas de su dilatado ministerio y aplicarlas en nuestro presente. Y es que –entre equívocos, tinos, y omisiones-, podemos concluir que él fue pastor (más que un gerente general con experiencia internacional, estudios en el extranjero, relaciones internacionales, y habilidades tecnológicas de última generación). Más que un gerente general, fue Pastor.

Y si fue pastor más que administrador, entonces ahora nos corresponde a nosotros buscar, en otros, los talentos que a nosotros nos falten. Un obispo no puede serlo todo. No debe serlo todo. Antes que nada debe ser pastor de su pueblo, y de su clero también, ¡y de las familias del clero también!


V. El cristiano –y más el pastor cristiano-, debe también ver a lo lejos y planear la ruta:

José –“el soñador”- alguien le llamó alguna vez, tuvo un sueño; dicen algunos que por fin se hizo realidad, dicen otros que a veces pareciera que el sueño se ha convertido en pesadilla, pero eso depende enteramente de nosotros: ahora nos toca a nosotros. En cierto día, encontré al obispo muy meditativo, tanto, que le pregunté en qué pensaba, y me dijo: “En los años 70’s Morelos fue el emporio de la Iglesia mexicana, ahora ya no”. Le dije: –“Lo mismo fue el Norte de África hace 1700 años, y no nos lamentamos de eso, sino que trabajamos para nuevamente predicar el Evangelio en esas tierras.” Hermanos ahora nos toca a nosotros predicar de nuevo el Evangelio en Morelos; nos toca a nosotros hacer realidad el sueño y vivirlo como él lo soñó, como la oportunidad de reconvertir al pueblo de México al Evangelio. No miremos hacia atrás, sino hacia delante.


VI.- El cristiano debe estar presto a arriesgar su vida y su libertad por el pueblo a su cuidado y por la fe de Cristo. Y dar testimonio de su Fe donde sea.

José Guadalupe –valiente y arrojado-, fue líder genuino en horas de calma y de peligro. Recuerdo las palabras de admiración expresadas por un clérigo de Morelos cuando describía cómo, en medio de una gran inundación en plena noche-, el Obispo Saucedo y él acudieron al llamado desesperado de una de nuestras feligresas… y cómo el obispo saltó a las aguas, sin dudarlo, para sacarla de la corriente que amenazaba con ahogarla en su propia casa. Y esto, ya a sus sesenta y tantos años.

Poca cosa quizá, comparada con tres meses de encierro forzado e indigno: indigno por injusto, NO por la manera en que él lo vivió, pues ahí, en la mismísima cárcel –al igual que Pablo-, predicó el Evangelio con la palabra y el ejemplo. Porque ahí, al igual que Pablo, convirtió a sus carceleros. Porque ahí, al igual que Pablo, llevó la semilla del Evangelio y la esperanza de salvación a muchos que ahí viven en su propio infierno, y creen que para ellos ya no habrá quien les lleve el mensaje de salvación. Lupe lo hizo.

Con enorme dignidad, con dignidad episcopal, con dignidad cristiana, supo –incluso ahí mismo-, vivir su vocación, su llamado ministerial, su llamado a ser pastor en ese infierno de iniquidad humana. Y de este episodio de su ministerio dan testimonio las palabras de sus propios carceleros cuando al salir de aquel encierro le dijeron cayendo ante él y afianzándose, aferrándose a él: ¡Y ahora, ¿qué vamos a hacer sin usted?!


VII.- El Cristiano debe aspirar a recibir algo al final de su carrera, al final de su andadura en Cristo.

Qué nos trae el ministerio cristiano ordenado o laico, cuando lo vivimos en consecuencia? ¿Honores, reconocimiento, aprecio, simpatía?, Apenas esta semana un clérigo me decía: si por algún descuido, desde el púlpito parafraseo el Evangelio todos quedan complacidos, pero cuando lo predico, se asustan, y me gano enemistades críticas y antipatías. Pero esto es poco comparado con las incomprensiones o críticas de nuestros propios hijos o cónyuges! Y poco, muy poco, ante la división entre nuestra vida ministerial y la familiar!

Si a esto aunamos un salario limitado a las posibilidades de nuestras congregaciones en comparación al de otros profesionistas (quienes al igual que nosotros estudiaron), si a esto agregamos, a veces, persecuciones, desprecios, y sacrificios, pareciera que develar una placa en nuestra memoria, o dedicar algún salón parroquial a su nombre, fuera poca cosa. Pero no hemos de engañarnos cayendo otra vez en el error de ver las cosas desde la visión humana.

Hace algunos meses me topé con la sección de obituarios del Anglican Digest y me pregunté: ¿acaso al final obtenemos que nuestro nombre aparezca en una nota de tres líneas de un obituario en algún periodiquito eclesiástico? Es que después de todas las faenas, sólo eso obtendremos al final? NO. No, pero nuestro nombre sí aparecerá escrito en otro libro. Y yo estoy cierto que el nombre de José Guadalupe ya está escrito en el Libro de la Vida.

Por Cristo y su Iglesia... Amén.

U.I.O.G.D.

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