martes, 5 de agosto de 2008

El Icono de la Transfiguración.

Meditación de Fray Miguel Ángel
Eukaristikós, OCD


Nota Bene:
La siguiente meditación es obra del R. P. Miguel Ángel Pérez, OCD, del Carmelo de México, en la Iglesia Católica Romana. Sustituimos aquí por citas directas de los textos bíblicos, la armonización –mezcla de textos de Lucas y Marcos-, que de él oímos en el audio de esta presentación, que ahora digitalizamos -por primera vez-, en este blog. Los íconos y sus textos explicativos (pies de imagen), son añadidura del Padre Miguel Zavala Múgica, de la Iglesia Anglicana de México.

Textos: San Mateo 17: 1-9;San Marcos 9: 1-9 y San Lucas 9: 28b-36.

“(Jesús) tomó consigo a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar. Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente. Y he aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías; quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén. Y Pedro y los que estaban con él estaban rendidos de sueño; mas permaneciendo despiertos, vieron la gloria de Jesús, y a los dos varones que estaban con él. Y sucedió que apartándose ellos de él, Pedro dijo a Jesús: --‘Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, una para Moisés, y una para Elías’;-- no sabiendo lo que decía. Mientras él decía esto, vino una nube que los cubrió; y tuvieron temor al entrar en la nube. Y vino una voz desde la nube, que decía: --‘Este es mi Hijo amado, escúchenlo. Cuando cesó la voz, Jesús se encontró solo; y ellos callaron, y por aquellos días no dijeron nada a nadie de lo que habían visto.”

(San Lucas 9:28-36)

“…Después, cuando miraron, no vieron a nadie más consigo, sino a Jesús solo. Y descendiendo ellos del monte, les mandó que a nadie dijesen lo que habían visto, sino cuando el Hijo del Hombre hubiese resucitado de entre los muertos.”

(San Marcos 9: 1-9)

La Transfiguración. Andrei Rubliov, 1405,
Catedral de la Anunciación, Moscú.

Todo el misterio de Cristo, su revelación como Hijo de Dios y como Palabra definitiva del Padre, está en esta imagen de la Transfiguración. Todo el misterio de la Iglesia de Cristo que se revela en su oración, en comunión con el Padre, está expresado en esta imagen Y a la vez, todo el misterio de pasión y gloria, de muerte y de resurrección, está contada –con símbolos y colores-, en este icono.
Jesucristo es también la imagen del orante, del contemplativo, de aquel a quien Jesús invita –como hizo con los apóstoles-, a subir a la montaña con él para orar… En el monte Tabor se revela la gloria de Cristo de la que participan también los discípulos que oran como él y con él. Nos ofrece –con fidelidad plástica-, la narración evangélica de la Transfiguración del Señor, concentrándola en una visión total y dinámica.




La Transfiguración.
Ícono ruso de la Escuela de Novgorod, s. XV, mucho más esquemática, hierática y de líneas severas que las anteriores. Los cuerpos se alargan hasta en una proporción de ocho a nueve veces la cabeza.


Todo se concentra en el episodio que es misterio, poniendo de relieve a los protagonistas del encuentro y a los dos espacios que parecen juntarse: el cielo y la tierra. En lo alto está Jesús, resplandeciente de gloria, con Moisés y Elías, que hablan con él en actitud de adoración. En la parte baja, están los apóstoles con un sentido de terror por lo que pasa, partícipes de la luz que los ciega; hay como una separación entre el cielo y la tierra que, en realidad, no es del todo verdadera. Cristo está en la tierra, pero el Tabor es ya una anticipación de la gloria. Fijemos nuestra mirada en cada uno de los elementos de esta imagen, tratando de identificarlos con la simple mirada del corazón.



La Transfiguración.-
Mosaico del ábside del katholikón o capilla central del Monasterio ortodoxo de Santa Catarina, en el Sinaí, (Edad de oro bizantina: s. VI).
Abundan elementos decorativos exteriores; pero el ícono –en sí-, es simplísimo: sólo figuras sin paisajes. Cristo –envuelto en mandorla azul-, aparece como dentro de una pupila cuyo ojo está figurado por el fondo dorado, enmarcado por las curvas del ábside. Este simbolismo es profundo y significa el verdadero lugar donde la Transfiguración ocurre: el ojo místico.
La figura central es la de Cristo: está en lo alto y nos mira; nos mira como si quisiera revelarnos a cada uno su gloria de Hijo de Dios; está en actitud de bendición porque él es siempre la benevolencia del Padre hacia los seres humanos. Aureolado de gloria en su cabeza: es Dios, es el Hijo de Dios, el viviente, EL QUE ES en una vida que es amor y luz, en un ser que es revelación del Padre y del Espíritu. Sus vestidos blancos quieren expresar que es la fuente de la luz: “Dios de Dios, Luz de Luz”. Es la blancura de los vestidos que el evangelista Marcos describe con admiración. Está situado en un círculo de luz que significa la gloria, la divinidad, el infinito: es Dios. Es como un sol que todo lo ilumina con su luz; él es nuestra luz y nuestro sol, con títulos bíblicos que se aplican desde la antigüedad a Jesucristo.


Stávrosis (Crucifixión).
Cristo en la Cruz, con la Theotókos y San Juan.
Ícono de la Escuela Cretense (ha. S. XVI).

La tierra, abierta, muestra la calavera de Adán; en segundo plano – sin interrumpir el místico fondo dorado que suspende la imagen-,se ve la muralla de Jerusalén: fuera de la cual Jesús fue ejecutado como criminal. Este Jesús des-figurado del Gólgota es la paradoja del Cristo trans-figurado del Tabor, y a la vez, el orante, con los brazos al cielo.
Pero no es una divinidad amorfa e impersonal, es él –Salvador de los seres humanos, verdadero Ser Humano-, con una mirada misericordiosa que irradia el amor salvador hacia todos. Es el Cristo humano de cada día, el mismo que veremos en la agonía del Getsemaní, con los mismos testigos; el que estará clavado en la cruz.



Anástasis (Resurrección).
Fresco en el ábside de la Iglesia de San Salvador de Cora (Kariye Yamii), en Constantinopla, ha. 1310-1315. Detalle central y vista completa.


Cristo desciende al Hades, forzando a unos envejecidos Adán y Eva a salir de sus sepulturas, ante la mirada atónita del Bautista (arriba izq.), y de reyes, profetas y sabios de Israel. A sus pies, las puertas del Hades, cerrojos y llaves destrozados. La tierra –abierta-, abre paso a su potente figura con tensos músculos, envuelta en alba vestidura y mandorla de luz, como en el icono de la Transfiguración. Como en el ejemplo del ábside de Santa Catarina de Sinaí, el ábside forma un ojo cuya pupila es la mandorla con Cristo al centro.

Es el Cristo orante que, por un momento, queda transfigurado para reflejar la belleza original y escondida de la humanidad más perfecta; es como promesa de una glorificación y de una transformación que se manifiesta en el Ser Humano espiritual de mirada dulce y penetrante, en el místico que recibe –en su oración, el esplendor de esta gloria.

Cristo aparece en medio de una figura geométrica que se llama almendra; es el signo que quiere reflejar la nube luminosa que lo cubre, y la nube es el signo bíblico de la presencia de Yahvéh y, por lo tanto, como un símbolo del Espíritu Santo que está dentro de Jesús, que lo envuelve, que lo empuja, que impregna toda su humanidad de manera velada, hasta que –en la Resurrección-, aparezca esta fuerza con todo su vigor."

Pero en la revelación de Cristo se desvela y revela toda la Trinidad: el Padre que dice: “Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo…”, por eso Jesús es Palabra y complacencia del Padre, el Espíritu es la nube que indica la gloria y la presencia sobre el Hijo amado, como en la Encarnación, cuando cubre con su sombra –como un nube-, a María, Inmóvil en su trascendencia, Jesucristo es una presencia que se impone, una mirada, un rostro, una palabra. Es el orante, el que adora y glorifica; el que revela y desvela el misterio del amor de Dios.

Ve la hermosura de Dios, su fulgor suave, su claridad infinita que todo lo envuelve. Jesús está acompañado de dos personajes: uno más viejo, que es Elías; otro más joven, que es Moisés, representado –a veces-, con el libro que significa la Ley. Su presencia se justifica por varias razones: a Jesús dan testimonio la Ley (Moisés) y los Profetas (Elías). Los dos son amigos de Dios –hombres de las montañas y de la oración-: el hombre del Sinaí, Moisés; y el hombre del Carmelo y del Horeb, Elías. Ambos, patronos de la vida mística; los dos representan: a los muertos (Moisés), y a los vivos (Elías, arrebatado, según la tradición, por un carro de fuego). Jesús es el Señor de vivos y muertos. Los dos buscaron el rostro de Dios, pero no lo vieron; ahora lo contemplan en el rostro de Jesús, que es la imagen del Padre.

En la parte inferior del icono están los tres discípulos predilectos de Jesús: Pedro, Juan y Santiago. El contraste de su postura es evidente: Jesús y sus dos testigos del Antiguo Testamento, parecen reflejar –ya, la paz de una vida eterna; los discípulos parecen aterrados por la gloria del Señor, echados por tierra en posturas ilógicas. Quizá el iconógrafo quiere decir que nadie puede ver a Dios sin quedar totalmente sacudido por su fuerza. La luz y la voz del trueno los desconciertan; son testigos que han experimentado la fuerza arrebatadora de una experiencia fuerte, extraña… Pedro todavía tiene palabras para decir algo: --“Hagamos tres tiendas…”; parece que quiere que este instante de eternidad quede petrificado en un gozo sin fin. Juan –el más joven, el testigo del Verbo-, parece lanzado a una fuerza vigorosa, parece que quiere huir y tropieza. Se cubre –como Santiago, el rostro, ante el resplandor de una luz que parece cegar más que la del mismo sol. Santiago –también por tierra-, se cubre el rostro, incapaz de contemplar la gloria de su Maestro cara a cara. Los tres están llenos de gloria. Son testigos de la gloria y de la divinidad de Jesús, como serán testigos lejanos de la agonía de Jesús y de su verdadera humanidad.

La Transfiguración de Jesús es la anticipación de su gloriosa Resurrección: el Padre está con él, con él está el Espíritu; nadie podrá atentar contra el Hijo amado. Si acepta la Pasión, la acepta voluntariamente; la carne de Cristo está ya invadida por la divinidad, por la fuerza del Espíritu.

Por un momento se revela esta gloria antes de que el transfigurado se convierta en el desfigurado; antes de que la belleza aparezca crucificada, en aquél que no tiene ninguna hermosura, ante quien se vuelve el rostro, como dicen los cánticos del Siervo de Yahvéh en Isaías (caps. 52 / 53); por eso, para Jesús, la Transfiguración es fuerza que lo ayuda a aceptar la Pasión y la Muerte. Para los discípulos es experiencia que ayuda a superar el desconcierto de la Pasión; sólo después de la Resurrección, los discípulos serán capaces de comprender este misterio. /La luz de la transfiguración se irradia en la montaña; hay como un toque de color marfil que indica cómo esta luz de Cristo está llamada a transfigurar la creación. Incluso las cosas materiales, cómo se transfigura su cuerpo y se enciende de blancura su vestido; también la tierra se transfigura, como una anticipación de la Pascua del universo, cuando se transfiguren los cuerpos, cuando se transforme todo y se manifieste la nueva creación, en los cielos nuevos y en la tierra nueva.

La luz del Tabor resplandece ahora en nosotros; todos estamos invitados –como los discípulos-, a seguir a Jesús, a subir con él a la montaña a orar como el oraba, a entrar en el misterio de la intimidad con el Padre, donde somos partícipes de la misma luz y de la misma gloria. La oración cristiana se cubre de esta experiencia de gloria cuando miramos el rostro de Jesús y dejamos que de sus ojos, de su rostro, se desprenda una luz que nos ilumine interiormente para ser capaces de comprender los misterios.

Orar es dejarnos decir: “Hijo” por el Padre, dejarnos invadir por el Espíritu; es permitir que se desvele en nosotros la gloria que nos envuelve, la dignidad de la comunión con Dios que ya tenemos por participación.

Si con frecuencia la oración es lucha, a veces también es gloria, luz, experiencia de comunión con Dios, iluminación interior. Como del Cristo transfigurado salen rayos de luz que alcanzan a los apóstoles, así también –de Cristo-, salen rayos de luz que nos iluminan.

Contemplar, conocer a Dios, es participación de la luz tabórica. La montaña santa del silencio y de la oración, de la intimidad con el Maestro. La luz interior es también la fuerza interior del Espíritu. La oración fortifica, ayuda, vigoriza para poder hacer la voluntad del Padre, para poder entrar en la Pasión y en el servicio, para participar plenamente en la Pasión y en la gloria de Jesucristo, en el servicio de los hermanos.

Ante esta imagen de la Transfiguración, la Iglesia de Oriente ora y dice:
“Transfigurado en la montaña te han visto tus discípulos; y han contemplado tu gloria –oh Cristo Dios. Así –al verte crucificado-, han comprendido que lo hacías por amor, que tu Pasión era absolutamente voluntaria, y han podido predicar al mundo que tú eres el esplendor del Padre.”

Podemos recordar la visión de Santa Teresa de Jesús, que parece una descripción de la claridad del Tabor:
“Si estuviera muchos años imaginando cómo figurar cosa tan hermosa, no pudiera ni supiera, porque excede a todo lo que acá se puede imaginar, aun sola la blancura y resplandor. No es resplandor que deslumbre, sino una blancura suave, y un resplandor infuso que da deleite grandísimo a la vista y no cansa. Ni la claridad que se ve, para ver esta hermosura tan divina; es una luz tan diferente de las de acá, que parece una cosa tan deslustrada la claridad del sol que vemos en comparación de aquella claridad y luz que se representa a la vista, que no se querrían abrir los ojos después. Es la luz que no tiene noche, sino que –como siempre es luz-, no la enturbia nada.”


Cristo del Monte Tabor –“luz que no tienes noche”-, ilumina con tu claridad nuestras vidas. Llena de tu imagen bella nuestros ojos, para que veamos –en todos-, tu imagen.

Delante de esta imagen, que nos invita a escuchar y a contemplar, podemos hacer la experiencia de Juan de la Cruz –el profeta y el poeta:
“Os he hablado ya, respondido, manifestado y revelado todo en mi Hijo Jesucristo, dándoosle por hermano, compañero y maestro, precio y premio, porque desde aquel día en que bajé con mi Espíritu sobre él en el Monte Tabor, diciendo: “Este es mi amado Hijo, en quien me he complacido, a él oíd…”, pues ya alcé yo la mano de todas esas maneras de enseñanzas y respuestas, y se la di a él; porque ya no tengo más fe qué regalar, ni más cosas qué manifestar…”


Cristo Pantokrátor (Omnipotente):
Mosaico, uno de los vestigios más importantes en la
Basílica de Santa Sofía de Constantinopla, edificada por el Emperador Justiniano (s. VI).


Cristo Jesús –Palabra del Padre-, contenido esencial de la revelación, haz que te experimentemos y que te escuchemos, para que en tu palabra descubramos todo lo que tenemos qué hacer, y en tu rostro –que es imagen de Dios e imagen de todos lo que han sido creados por tu amor-, descubramos lo que hemos de ser, vivificando tu vida y siguiendo tu camino.”


U.I.O.G.D.

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