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“Al César lo que es del César…”
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Muy bien, pero…
¿Quién decide qué es de Dios
y qué es del César?
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HOMILÍA DOMINICAL
XXIII Domingo después de Pentecostés,
19 de Octubre, A.D. 2008.
Por el
“Al César lo que es del César…”
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Muy bien, pero…
¿Quién decide qué es de Dios
y qué es del César?
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HOMILÍA DOMINICAL
XXIII Domingo después de Pentecostés,
19 de Octubre, A.D. 2008.
Por el
Padre Miguel Zavala-Múgica+
Vamos a hablar de: Evangelio y políticas públicas, actitud de la sociedad y de las iglesias, y –en fin, acorde con el tinte que hemos dado a este mes de octubre en este blog-, de algunas cosas concernientes a la crueldad y al alivio del dolor.
El pasaje del Evangelio que hoy hemos leído es uno de los más conocidos, lo cual no significa que se uno de los mejor comprendidos; Jesús dice: “Den al emperador lo que es del emperador y a Dios lo que es de Dios”. “Al César lo que es del César…”, solemos decir como refrán popular. El habla popular usa este refrán para dar a entender una cierta noción de justicia “dar a cada quien lo suyo”, o “a cada quién lo que le corresponde”.
Pero parece que, justo desde ahí, comienzan los problemas y malos entendidos: la noción que tenemos acerca de la justicia, suele ser bastante subjetiva, amoldada a la conveniencia particular de cada quién.
Con estas breves palabras: “Al César lo del César…”, basadas en San Mateo 22:15-22 se organizan: sermones, debates radiales, artículos periodísticos, etc. etc., en los que los participantes jamás se ponen de acuerdo sobre su entendimiento concreto. Supongo que lo que pasa es que todos los que opinamos y discutimos sobre este pasaje, tenemos en mente la noción tradicional de justicia: “Dar a cada cual lo que le corresponde”. El problema no es esta definición formal de lo que es la justicia, pues prácticamente todo el mundo conviene en ella, sino en quién define (¡y cómo define…!) lo que corresponde a cada quién.
Desde el punto de vista del estado, un tanto cuanto simplistamente y bajo una perspectiva aparentemente laica, todo se reduce a: pagar impuestos en tiempo y forma, respetar las leyes vigentes y –especialmente-, que los curas se dediquen a rezar y a administrar ritos y ceremonias, y no se metan –para nada–, en los asuntos públicos. Bueno, Hitler hizo eso un buen día en que le pidió a los líderes religiosos dedicarse a “su trabajo” que era: “ayudar a mantener el orden público, celebrar el culto y enseñar que hay una vida después de ésta.” Muy conveniente, ¿no?
Desde el punto de vista de una corporación religiosa –también simplistamente–, y sobre todo, desde una perspectiva un tanto fanática: –“¡Ah no…!, lo primero es ser religioso, primero está tal o cual Iglesia con su doctrina y luego lo que te diga tu ideología, tu partido político, el estado, las modas, o tus propias conclusiones personales”.
Me parece que ambos son extremos viciosos. Por una parte, el estado tiene razón en exigir respeto a su esfera de acción; pero ¿y qué pasa con un estado abusivo, como la Alemania Nazi, el Chile pinochetista, la Argentina de la Junta Militar, etc. etc.? ¿Tiene que callarse la voz profética de una Iglesia ante los abusos? Ahí lo malo es precisamente el silencio cómplice que muchas corporaciones religiosas prefieren guardar.
Pero –por otra parte–, del lado de algunas clerecías, parece más sencillo condenar a quienes viven sin casarse por la Iglesia, a los divorciados, y a las personas homosexuales, que a narconegociantes, secuestradores, ladrones de cuello blanco o gobernantes corruptos. En otras palabras, resulta más sencillo condenar a la gente por cuestiones concernientes a su vida personal privada, que a quienes causan daños verdaderamente graves a sí mismos y a otros, a escala mucho más amplia (claro, suele más riesgosamente fácil perder la vida a manos de un secuestrador que de un divorciado resentido).
Dios y el César en los sermones de este domingo…
Este domingo, en muchas iglesias del mundo cristiano, el sermón –basado en este pasaje de San Mateo sobre “Dios y el César”–, se ha centrado en atacar las iniciativas que buscan legalizar el aborto (asunto de suyo muy difícil), así como las uniones solidarias que se han visto reducidas a la figura de nombre muy ambiguo e inexacto de “matrimonio homosexual”. Las voces más sonoras entre los clérigos, suelen alegar que el estado, o más bien los sectores sociales que apoyan la iniciativa del aborto, invaden y pisotean los derechos humanos esenciales y la soberanía de Dios.
El discurso –desde las iglesias–, ha cambiado bastante. Invocar que el aborto es un crimen contra la majestad de Dios vale para los creyentes (incluso los no cristianos); pero, ¿qué hay con los no-creyentes? Los voceros y predicadores de las iglesias y religiones que se alarman ante el aborto, se han dado cuenta que necesitan ampliar sus puntos de vista, pues todo asunto sobre la dignidad y el respeto a la vida humana incumbe a todas y a cada una de las personas, independientemente de su convicción religiosa.
La cuestión aquí es: Al darse cuenta de que las iniciativas de leyes liberalizadoras sobre asuntos como: el aborto, la eutanasia y las uniones del mismo sexo, son asuntos que incumben a todas las personas, ¿las iglesias y religiones se someten de verdad a un proceso de discernimiento social genuino?
¿Qué es un proceso genuino de discernimiento social?
En principio –con ejemplos como el aborto y la eutanasia–, tenemos problemas que afectan o afectarán, directa o indirectamente, más tarde o más temprano, a todos los individuos de una sociedad; enseguida, tenemos una diversidad de personas en circunstancias igualmente diversas: no tiene por qué ser lo mismo una mujer que desea abortar porque ha sido violada por un grupo de infames, a una mujer que desea abortar porque ella y su novio no adoptaron las precauciones necesarias antes de tener sexo, y ahora no desea que su carrera se trunque; tampoco ninguno de estos casos será lo mismo que el de una mujer (o una pareja) que es obligada al aborto por un estado que busca un control demográfico (China), o una mujer forzada o presionada al aborto por una familia ofendida en su “honor”, o por una pareja (el hombre, generalmente), que no desea el compromiso de un (otro) hijo.
Por otra parte –en un embarazo al que se propone interrumpir por medio de un aborto intencionado– tenemos una vida humana gestante (de eso no debe caber la menor duda) que será eventualmente aniquilada si el aborto se lleva a cabo (creo que mis palabras no exageran).
¿Cuándo comienza a haber vida en un embarazo?; ¿cuándo comienza a hacerse persona la vida gestante?; ¿se causa dolor al producto cuando se efectúa un aborto?; ¿en qué etapa(s) de la gestación es viable el ejercicio de un aborto?; ¿hay imágenes fotográficas o fílmicas de abortos disponibles para conocimiento público?; ¿hay textos que expliquen con sencillez didáctica y exactitud científica qué es un aborto y en qué consiste?; ¿qué perspectivas plantea el recurrir a la entrega en adopción como alternativa al aborto?; ¿quién o quiénes se benefician de los procesos de adopción o aborto?; ¿quién o quiénes quieren abortar y por qué?
Un proceso genuino de discernimiento social comienza por saber plantear éstas y otras cuestiones y preguntas y ponerlas a disposición de todo el público, así como de saber organizar foros de debate ordenado y sereno (parece imposible tal cosa, pero el caos de los fanatismos tanto del lado conservador como del lado liberal, son algo mucho peor).
La gran pregunta es: ¿las corporaciones religiosas, permiten el acceso de sus fieles a información científica cierta y comprobada?, ¿creen acaso que pueden sustituirla?, ¿les interesa abrir foros de aportación de ideas y de puesta en común de experiencias? Creo que lo que suele verse en la mayoría de las iglesias y grupos religiosos es más bien un desbordamiento de pseudo-información, pseudo-ciencia, y una manipulación atroz de la opinión pública, amén de que –cada vez que pueden-, parten de presupuestos emocionales y dogmáticos.
No se trata de despojarnos de nuestras convicciones religiosas o filosóficas, ni de los valores éticos de nuestras familias; pero sí de llegar a comprender que no podemos imponer a otros los parámetros de nuestra fe ni (peor aún) de nuestras emociones desbocadas, a la hora de sentarnos a dialogar, y que tenemos que ser humildes y hallar términos comunes en los que podamos compartir experiencias y razonamientos. Ya veo los rostros enfadados de uno y otro lado: “¡¿Cuál diálogo!?, ¡es obvio que esto es (escoja aquí lo que desee poner): fanatismo del clero, pecado de los liberales, conspiración desde Wall-Street, plan secreto de “El Yunque”, conspiración de los masones, etc. etc.!” Más necesario es el diálogo sereno cuanto más difícil resulte una situación.
Con otros asuntos, como el de la eutanasia, mi experiencia personal primera fue de un total apoyo a la posibilidad de legalizarla: hay momentos en la vida de un paciente terminal en que uno contempla la desesperación de la persona que no soporta ya su postración o sus invencibles dolores, y quisiera tener disponibles los medios para poner término a sus sufrimientos. Sin embargo, mi breve experiencia con ciertos enfermos terminales, y mi diálogo con algunas monjas enfermeras me han permitido darme cuenta que la postura de la Iglesia Católica Romana sobre la eutanasia es más amplia de criterio de lo que muchos creen, que no es lo mismo permitir la eutanasia que impedir o cortar el “encarnizamiento terapéutico”.
Por otra parte, muchas personas interesadas en legalizar la eutanasia –aunque ciertamente, no todas–, lo están por su negligente falta de disposición a brindar cuidados terapéuticos, o por su interés en deshacerse de la persona enferma, ya por irresponsabilidad, por dinero o por odio: ¡claro que eso es Cultura de la Muerte, no me interesa quién haya acuñado el término! La práctica geriátrica y de cuidados paliativos, a mi parecer, demuestran que –por ejemplo–, una persona anciana que podría desear morir –no tendría necesariamente ese deseo si tuviera la oportunidad de ser atendida con cariño, dedicación y respeto. Excelente ejemplo hemos tenido con la madre del actual Obispo Primado de la Iglesia Anglicana de México, que fue atendida con elevada calidad humana en su propia casa hasta el momento de su muerte natural.
¿Quién es Dios y quién es el César?
Asuntos como el aborto y la eutanasia tienen demasiadas aristas como para despacharlos fácil y rápido, tienen que ver con nuestra responsabilidad moral, con nuestra capacidad de empatía y compasión (no lástima, sino de “con-pasión”, esto es: padecer junto con alguien, ser capaz de ponerse en su lugar, lo cual incluye a quien razona al otro lado de nuestra tribuna.
Políticos y líderes sociales por un lado, curas y pastores por otro, nos hemos vuelto abanderados de causas demasiado importantes como para depender de nuestra insuficiente opinión aislada de la del conjunto de la sociedad. Al politizar los debates: los curas y pastores se asumen como “portavoces de Dios” (pobrecitos…) mientras políticos y otros líderes laicos –a su vez-, se transforman en “portavoces de la sociedad o de la patria (el César, pues)” (¿con permiso de quiééén?), buscan asegurarse paquetes de votos, y asegurarse el apoyo de las bases de sus sectores o partidos. Con eso, la sociedad no gana nada en lo absoluto y los fanatismos se exacerban, dividiéndola.
Cuando empezamos, esto era un sermón de Iglesia, y pretendo que siga siéndolo: Tratemos de reflexionar como creyentes que razonan su fe; ¿cómo anglicanos?, ¡sí, por supuesto!, aunque también quedan invitados a la reflexión los creyentes y no creyentes de buena voluntad…
El esquema de reflexión que define al Anglicanismo instrumenta tres fases o filtros: Escritura, Tradición, Razón. (¿¡Cuándo lo entenderán las gentes que se tiran de los cabellos –a favor o en contra--, por cuestiones sobre los homosexuales, las señoras celebrando la Eucaristía o si usamos imágenes o no!? ¡¡Lo que nos hace especiales a los anglicanos es nuestro modo de razonar!! …y a veces lloro de amargura, por las necedades en las que nos ocupamos, porque ya no me preocupa tanto lo del “modo”, ¡sino mi duda sobre si acaso razonamos!
Hasta ahora hemos visto un poco de las dos últimas (Tradición y Razón), particularmente hemos tratado de ayudar a visualizar las preguntas que debemos hacernos. No se trata tanto de buscar dar respuesta a nuestras inquietudes, como de saber organizar y descubrir las preguntas que debemos plantearnos.
Pero vamos ahora a la Escritura, que es por dónde suele comenzarse un sermón. Yo –como el Señor en las Bodas de Caná-, he dejado para el final el vino mejor.
Un grupo de pícaros Maestros de la Ley, pone a Jesús ante una situación muy difícil y peligrosa de responder: “¿Está bien que paguemos impuestos al emperador romano, o no?”, no se trataba de una simple política pública; le iba la vida en ello: por un lado, la dureza del castigo a la rebelión por parte de un Imperio con el que no se podía jugar, por el otro, el orgullo religioso y nacionalista de una nación –los judíos–, con un amor propio muy elevado y con el peso humillante de abusos económicos y sociales.
No podemos ignorar esto, aunque no aparezca explícito en el texto; bien sabemos cuál era la situación política y religiosa de los tiempos de Jesús, y eso es el trasfondo de este encuentro.
Una propuesta interpretativa.
La respuesta de Jesús –amén de poner en evidencia el dolo de sus colegas-, es sumamente sabia a la vez que astuta. Cuando el Señor pide que le muestren un denario y hace evidente de quién son el nombre y la efigie grabados, entra en un razonamiento de una lógica casi pueril: “…Pues, si es de él, dénselo… es suyo, ¿o no?” La apertura a las interpretaciones a las palabras de Jesús es sumamente amplia, yo me quedo con ésta, y la ofrezco a todos los que me hacen la caridad de leerme:
1. Tú decides si quieres que éste estado de cosas en tu vida, en tu trabajo, en tu patria, etc. continúe o quieres que haya un cambio, por lo pronto el señor de la efigie (el César, el estado, las políticas de tu empresa…), es quien ha puesto las reglas del juego –así que por lo pronto no hay más remedio, en algunas cosas tendrá razón, en otras no tanto, en otras definitivamente no. Trata de seguir las normas vigentes y –si crees que se necesita un cambio, lucha por él: así que vas a necesitar valentía. Ahora bien, ¿en qué estriba darse cuenta de la necesidad de un cambio?, ¿en qué estriba esa lucha?: en que cumplas la segunda parte de la frase: ‘…a Dios lo que es de Dios’: necesitarás lucidez.
2. ¿…Y quién decide qué cosa pertenece a Dios y qué no? ¿Habrá algo que no le pertenezca al dueño del universo?; ¿Dios tiene voceros? (¿Papas, obispos?, ¿pastores?, ¿Obispos reunidos en Inglaterra, obispos reunidos en Jerusalén?, ¿un libro santo: la Biblia?). Todos esos señores (y señoras…), ¿no tendrán sus propios intereses personales y de grupo?, el libro… ¿no tendrá mejores o peores intérpretes? Ojo: Dios es Dios, los de alrededor …pues son “angelitos”, cuidado con las confusiones: necesitarás sentido crítico, ojo…: a los “angelitos” les gusta más la obediencia a ciegas que el sentido crítico.
3. ¿Cómo puedo armonizar mi sentido crítico con mi deseo de atender a las opiniones de otras personas y a la guía de los que considero mis pastores y mis guías espirituales?: ¡Dialoga! , promueve el compartir opiniones y experiencias de vida, o acércate a donde veas que se comparte y se dialoga: evita los “grupitos” que dividan a los demás y aprende que Dios habla por medio de todos sus hijos –a través de sus errores y aciertos, y a través de todas las circunstancias de la vida.
Vamos a hablar de: Evangelio y políticas públicas, actitud de la sociedad y de las iglesias, y –en fin, acorde con el tinte que hemos dado a este mes de octubre en este blog-, de algunas cosas concernientes a la crueldad y al alivio del dolor.
El pasaje del Evangelio que hoy hemos leído es uno de los más conocidos, lo cual no significa que se uno de los mejor comprendidos; Jesús dice: “Den al emperador lo que es del emperador y a Dios lo que es de Dios”. “Al César lo que es del César…”, solemos decir como refrán popular. El habla popular usa este refrán para dar a entender una cierta noción de justicia “dar a cada quien lo suyo”, o “a cada quién lo que le corresponde”.
Pero parece que, justo desde ahí, comienzan los problemas y malos entendidos: la noción que tenemos acerca de la justicia, suele ser bastante subjetiva, amoldada a la conveniencia particular de cada quién.
Con estas breves palabras: “Al César lo del César…”, basadas en San Mateo 22:15-22 se organizan: sermones, debates radiales, artículos periodísticos, etc. etc., en los que los participantes jamás se ponen de acuerdo sobre su entendimiento concreto. Supongo que lo que pasa es que todos los que opinamos y discutimos sobre este pasaje, tenemos en mente la noción tradicional de justicia: “Dar a cada cual lo que le corresponde”. El problema no es esta definición formal de lo que es la justicia, pues prácticamente todo el mundo conviene en ella, sino en quién define (¡y cómo define…!) lo que corresponde a cada quién.
Desde el punto de vista del estado, un tanto cuanto simplistamente y bajo una perspectiva aparentemente laica, todo se reduce a: pagar impuestos en tiempo y forma, respetar las leyes vigentes y –especialmente-, que los curas se dediquen a rezar y a administrar ritos y ceremonias, y no se metan –para nada–, en los asuntos públicos. Bueno, Hitler hizo eso un buen día en que le pidió a los líderes religiosos dedicarse a “su trabajo” que era: “ayudar a mantener el orden público, celebrar el culto y enseñar que hay una vida después de ésta.” Muy conveniente, ¿no?
Desde el punto de vista de una corporación religiosa –también simplistamente–, y sobre todo, desde una perspectiva un tanto fanática: –“¡Ah no…!, lo primero es ser religioso, primero está tal o cual Iglesia con su doctrina y luego lo que te diga tu ideología, tu partido político, el estado, las modas, o tus propias conclusiones personales”.
Me parece que ambos son extremos viciosos. Por una parte, el estado tiene razón en exigir respeto a su esfera de acción; pero ¿y qué pasa con un estado abusivo, como la Alemania Nazi, el Chile pinochetista, la Argentina de la Junta Militar, etc. etc.? ¿Tiene que callarse la voz profética de una Iglesia ante los abusos? Ahí lo malo es precisamente el silencio cómplice que muchas corporaciones religiosas prefieren guardar.
Pero –por otra parte–, del lado de algunas clerecías, parece más sencillo condenar a quienes viven sin casarse por la Iglesia, a los divorciados, y a las personas homosexuales, que a narconegociantes, secuestradores, ladrones de cuello blanco o gobernantes corruptos. En otras palabras, resulta más sencillo condenar a la gente por cuestiones concernientes a su vida personal privada, que a quienes causan daños verdaderamente graves a sí mismos y a otros, a escala mucho más amplia (claro, suele más riesgosamente fácil perder la vida a manos de un secuestrador que de un divorciado resentido).
Dios y el César en los sermones de este domingo…
Este domingo, en muchas iglesias del mundo cristiano, el sermón –basado en este pasaje de San Mateo sobre “Dios y el César”–, se ha centrado en atacar las iniciativas que buscan legalizar el aborto (asunto de suyo muy difícil), así como las uniones solidarias que se han visto reducidas a la figura de nombre muy ambiguo e inexacto de “matrimonio homosexual”. Las voces más sonoras entre los clérigos, suelen alegar que el estado, o más bien los sectores sociales que apoyan la iniciativa del aborto, invaden y pisotean los derechos humanos esenciales y la soberanía de Dios.
El discurso –desde las iglesias–, ha cambiado bastante. Invocar que el aborto es un crimen contra la majestad de Dios vale para los creyentes (incluso los no cristianos); pero, ¿qué hay con los no-creyentes? Los voceros y predicadores de las iglesias y religiones que se alarman ante el aborto, se han dado cuenta que necesitan ampliar sus puntos de vista, pues todo asunto sobre la dignidad y el respeto a la vida humana incumbe a todas y a cada una de las personas, independientemente de su convicción religiosa.
La cuestión aquí es: Al darse cuenta de que las iniciativas de leyes liberalizadoras sobre asuntos como: el aborto, la eutanasia y las uniones del mismo sexo, son asuntos que incumben a todas las personas, ¿las iglesias y religiones se someten de verdad a un proceso de discernimiento social genuino?
¿Qué es un proceso genuino de discernimiento social?
En principio –con ejemplos como el aborto y la eutanasia–, tenemos problemas que afectan o afectarán, directa o indirectamente, más tarde o más temprano, a todos los individuos de una sociedad; enseguida, tenemos una diversidad de personas en circunstancias igualmente diversas: no tiene por qué ser lo mismo una mujer que desea abortar porque ha sido violada por un grupo de infames, a una mujer que desea abortar porque ella y su novio no adoptaron las precauciones necesarias antes de tener sexo, y ahora no desea que su carrera se trunque; tampoco ninguno de estos casos será lo mismo que el de una mujer (o una pareja) que es obligada al aborto por un estado que busca un control demográfico (China), o una mujer forzada o presionada al aborto por una familia ofendida en su “honor”, o por una pareja (el hombre, generalmente), que no desea el compromiso de un (otro) hijo.
Por otra parte –en un embarazo al que se propone interrumpir por medio de un aborto intencionado– tenemos una vida humana gestante (de eso no debe caber la menor duda) que será eventualmente aniquilada si el aborto se lleva a cabo (creo que mis palabras no exageran).
¿Cuándo comienza a haber vida en un embarazo?; ¿cuándo comienza a hacerse persona la vida gestante?; ¿se causa dolor al producto cuando se efectúa un aborto?; ¿en qué etapa(s) de la gestación es viable el ejercicio de un aborto?; ¿hay imágenes fotográficas o fílmicas de abortos disponibles para conocimiento público?; ¿hay textos que expliquen con sencillez didáctica y exactitud científica qué es un aborto y en qué consiste?; ¿qué perspectivas plantea el recurrir a la entrega en adopción como alternativa al aborto?; ¿quién o quiénes se benefician de los procesos de adopción o aborto?; ¿quién o quiénes quieren abortar y por qué?
Un proceso genuino de discernimiento social comienza por saber plantear éstas y otras cuestiones y preguntas y ponerlas a disposición de todo el público, así como de saber organizar foros de debate ordenado y sereno (parece imposible tal cosa, pero el caos de los fanatismos tanto del lado conservador como del lado liberal, son algo mucho peor).
La gran pregunta es: ¿las corporaciones religiosas, permiten el acceso de sus fieles a información científica cierta y comprobada?, ¿creen acaso que pueden sustituirla?, ¿les interesa abrir foros de aportación de ideas y de puesta en común de experiencias? Creo que lo que suele verse en la mayoría de las iglesias y grupos religiosos es más bien un desbordamiento de pseudo-información, pseudo-ciencia, y una manipulación atroz de la opinión pública, amén de que –cada vez que pueden-, parten de presupuestos emocionales y dogmáticos.
No se trata de despojarnos de nuestras convicciones religiosas o filosóficas, ni de los valores éticos de nuestras familias; pero sí de llegar a comprender que no podemos imponer a otros los parámetros de nuestra fe ni (peor aún) de nuestras emociones desbocadas, a la hora de sentarnos a dialogar, y que tenemos que ser humildes y hallar términos comunes en los que podamos compartir experiencias y razonamientos. Ya veo los rostros enfadados de uno y otro lado: “¡¿Cuál diálogo!?, ¡es obvio que esto es (escoja aquí lo que desee poner): fanatismo del clero, pecado de los liberales, conspiración desde Wall-Street, plan secreto de “El Yunque”, conspiración de los masones, etc. etc.!” Más necesario es el diálogo sereno cuanto más difícil resulte una situación.
Con otros asuntos, como el de la eutanasia, mi experiencia personal primera fue de un total apoyo a la posibilidad de legalizarla: hay momentos en la vida de un paciente terminal en que uno contempla la desesperación de la persona que no soporta ya su postración o sus invencibles dolores, y quisiera tener disponibles los medios para poner término a sus sufrimientos. Sin embargo, mi breve experiencia con ciertos enfermos terminales, y mi diálogo con algunas monjas enfermeras me han permitido darme cuenta que la postura de la Iglesia Católica Romana sobre la eutanasia es más amplia de criterio de lo que muchos creen, que no es lo mismo permitir la eutanasia que impedir o cortar el “encarnizamiento terapéutico”.
Por otra parte, muchas personas interesadas en legalizar la eutanasia –aunque ciertamente, no todas–, lo están por su negligente falta de disposición a brindar cuidados terapéuticos, o por su interés en deshacerse de la persona enferma, ya por irresponsabilidad, por dinero o por odio: ¡claro que eso es Cultura de la Muerte, no me interesa quién haya acuñado el término! La práctica geriátrica y de cuidados paliativos, a mi parecer, demuestran que –por ejemplo–, una persona anciana que podría desear morir –no tendría necesariamente ese deseo si tuviera la oportunidad de ser atendida con cariño, dedicación y respeto. Excelente ejemplo hemos tenido con la madre del actual Obispo Primado de la Iglesia Anglicana de México, que fue atendida con elevada calidad humana en su propia casa hasta el momento de su muerte natural.
¿Quién es Dios y quién es el César?
Asuntos como el aborto y la eutanasia tienen demasiadas aristas como para despacharlos fácil y rápido, tienen que ver con nuestra responsabilidad moral, con nuestra capacidad de empatía y compasión (no lástima, sino de “con-pasión”, esto es: padecer junto con alguien, ser capaz de ponerse en su lugar, lo cual incluye a quien razona al otro lado de nuestra tribuna.
Políticos y líderes sociales por un lado, curas y pastores por otro, nos hemos vuelto abanderados de causas demasiado importantes como para depender de nuestra insuficiente opinión aislada de la del conjunto de la sociedad. Al politizar los debates: los curas y pastores se asumen como “portavoces de Dios” (pobrecitos…) mientras políticos y otros líderes laicos –a su vez-, se transforman en “portavoces de la sociedad o de la patria (el César, pues)” (¿con permiso de quiééén?), buscan asegurarse paquetes de votos, y asegurarse el apoyo de las bases de sus sectores o partidos. Con eso, la sociedad no gana nada en lo absoluto y los fanatismos se exacerban, dividiéndola.
Cuando empezamos, esto era un sermón de Iglesia, y pretendo que siga siéndolo: Tratemos de reflexionar como creyentes que razonan su fe; ¿cómo anglicanos?, ¡sí, por supuesto!, aunque también quedan invitados a la reflexión los creyentes y no creyentes de buena voluntad…
El esquema de reflexión que define al Anglicanismo instrumenta tres fases o filtros: Escritura, Tradición, Razón. (¿¡Cuándo lo entenderán las gentes que se tiran de los cabellos –a favor o en contra--, por cuestiones sobre los homosexuales, las señoras celebrando la Eucaristía o si usamos imágenes o no!? ¡¡Lo que nos hace especiales a los anglicanos es nuestro modo de razonar!! …y a veces lloro de amargura, por las necedades en las que nos ocupamos, porque ya no me preocupa tanto lo del “modo”, ¡sino mi duda sobre si acaso razonamos!
Hasta ahora hemos visto un poco de las dos últimas (Tradición y Razón), particularmente hemos tratado de ayudar a visualizar las preguntas que debemos hacernos. No se trata tanto de buscar dar respuesta a nuestras inquietudes, como de saber organizar y descubrir las preguntas que debemos plantearnos.
Pero vamos ahora a la Escritura, que es por dónde suele comenzarse un sermón. Yo –como el Señor en las Bodas de Caná-, he dejado para el final el vino mejor.
Un grupo de pícaros Maestros de la Ley, pone a Jesús ante una situación muy difícil y peligrosa de responder: “¿Está bien que paguemos impuestos al emperador romano, o no?”, no se trataba de una simple política pública; le iba la vida en ello: por un lado, la dureza del castigo a la rebelión por parte de un Imperio con el que no se podía jugar, por el otro, el orgullo religioso y nacionalista de una nación –los judíos–, con un amor propio muy elevado y con el peso humillante de abusos económicos y sociales.
No podemos ignorar esto, aunque no aparezca explícito en el texto; bien sabemos cuál era la situación política y religiosa de los tiempos de Jesús, y eso es el trasfondo de este encuentro.
Una propuesta interpretativa.
La respuesta de Jesús –amén de poner en evidencia el dolo de sus colegas-, es sumamente sabia a la vez que astuta. Cuando el Señor pide que le muestren un denario y hace evidente de quién son el nombre y la efigie grabados, entra en un razonamiento de una lógica casi pueril: “…Pues, si es de él, dénselo… es suyo, ¿o no?” La apertura a las interpretaciones a las palabras de Jesús es sumamente amplia, yo me quedo con ésta, y la ofrezco a todos los que me hacen la caridad de leerme:
1. Tú decides si quieres que éste estado de cosas en tu vida, en tu trabajo, en tu patria, etc. continúe o quieres que haya un cambio, por lo pronto el señor de la efigie (el César, el estado, las políticas de tu empresa…), es quien ha puesto las reglas del juego –así que por lo pronto no hay más remedio, en algunas cosas tendrá razón, en otras no tanto, en otras definitivamente no. Trata de seguir las normas vigentes y –si crees que se necesita un cambio, lucha por él: así que vas a necesitar valentía. Ahora bien, ¿en qué estriba darse cuenta de la necesidad de un cambio?, ¿en qué estriba esa lucha?: en que cumplas la segunda parte de la frase: ‘…a Dios lo que es de Dios’: necesitarás lucidez.
2. ¿…Y quién decide qué cosa pertenece a Dios y qué no? ¿Habrá algo que no le pertenezca al dueño del universo?; ¿Dios tiene voceros? (¿Papas, obispos?, ¿pastores?, ¿Obispos reunidos en Inglaterra, obispos reunidos en Jerusalén?, ¿un libro santo: la Biblia?). Todos esos señores (y señoras…), ¿no tendrán sus propios intereses personales y de grupo?, el libro… ¿no tendrá mejores o peores intérpretes? Ojo: Dios es Dios, los de alrededor …pues son “angelitos”, cuidado con las confusiones: necesitarás sentido crítico, ojo…: a los “angelitos” les gusta más la obediencia a ciegas que el sentido crítico.
3. ¿Cómo puedo armonizar mi sentido crítico con mi deseo de atender a las opiniones de otras personas y a la guía de los que considero mis pastores y mis guías espirituales?: ¡Dialoga! , promueve el compartir opiniones y experiencias de vida, o acércate a donde veas que se comparte y se dialoga: evita los “grupitos” que dividan a los demás y aprende que Dios habla por medio de todos sus hijos –a través de sus errores y aciertos, y a través de todas las circunstancias de la vida.
U.I.O.G.D.
Para que en todas las cosas sea Dios glorificado...
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