29 de Junio de 2008.
Convirtiendo nuestro sentido y valores de la Vida.
Pbro. Miguel Zavala-Múgica+
Remitimos a los lectores de esta homilía a los Propios de la Santa Eucaristía para el día de hoy, que se hallan dos artículos más abajo del presente.
¿Cómo le ha ido a quienes han denunciado los abusos de “gobers preciosos”, obispos venales y corruptos, políticos, comerciantes abusivos, y otros “preciosos” de la sociedad mexicana? (¡muy mal!), bueno pues ahí está dicho que el tema es tan actual en 2008, como hace unos dos mil quinientos años cuando Jeremías suspiraba por alguien que anunciara una clase de noticias distinta de lo que el simple sentido común le permite a uno percatarse.
En nuestra primera lectura de hoy, Jeremías le dice a Jananías –otro profeta-:
“Los profetas anteriores a ti y a mí, desde la antigüedad, profetizaron guerras, calamidades y epidemias contra muchas tierras y contra grandes reinos. Si un profeta profetiza la paz, cuando la palabra del profeta se cumpla, entonces ese profeta será conocido como el que YAHVÉH en verdad ha enviado”.
He escogido –un poco como compromiso hacia quienes leen o escuchan esta homilía-, como refrán para el Salmo 13 el verso que dice:
“En tu misericordia he confiado;* en tu salvación se regocijará mi corazón.”
Hay momentos en nuestras propias vidas en que no sabemos qué hacer, impotentes para poner fin al dolor, a la enfermedad, a una situación jurídica…, pero otros momentos hay en los que sentimos tener dentro de nosotros toda la vida y plenitud de fuerzas para entregarnos en brazos del trabajo y de la solución de problemas cotidianos, y simplemente tenemos un pie en el cuello, no podemos movernos ni hacer nada, y nuestros mejores años van pasando desperdiciados.
De aquí que mi impulso inicial había sido escribir como refrán del Salmo el verso que dice:
“¿Hasta cuándo, oh SEÑOR? ¿Me olvidarás para
siempre?* ¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro?”
O quizá:
“ilumina mis ojos, no sea que duerma sueño de muerte; que mi enemigo no diga: “Lo he vencido”;* ni mis adversarios se regocijen cuando yo sea sacudido.
Tal vez ese otro sería el impulso natural de gritarle a Dios… ¡que no se burlen de mí estos desgraciados que me controlan o me acorralan la vida!, ¡no dejes que me muera sin haber salido de ésta! Entonces nuestra vida es el primer campo de operaciones donde hay que ensayar el arte de verle el lado amable a la existencia, cambiar actitudes para poder ver “la mano” de Dios trabajando en el mundo y circunstancias en los cuales la vida nos ha colocado.
En ese sentido, el Salmo nos ofrece otro versículo de oro:
“Cantaré al SEÑOR,*porque me ha colmado de
bienes”.
Para poder cantar agradecidos a Dios, necesitamos primero lo que llamamos conversión, que está muy lejos de ser el ejercicio sectario de andar cambiando de iglesias o religiones nomás por el gusto o conveniencia de estar en una o en otra. Conversión se llama a un giro, una vuelta o un vuelco hacia lo esencial de la vida de uno, un cambio de posición –que no necesariamente de ubicación-; puede tratarse simplemente de voltear a ver para donde jamás hemos volteado (tornarnos conscientes de aquello que jamás habíamos sido), aunque también de darle la espalda a ciertas cosas tontas (o de plano malas y castrantes) que inhiben nuestro desarrollo en la vida, para Dios, para nuestras familias, pero –siempre-, para nosotros mismos.
Este cambio de actitud, exige obras, pero no como un requisito previo, sino como resultados y apuntalamientos de nuestro cambio de actitud ante la vida. No en vano se dice que “si cambio yo, cambia el mundo…”. De lo que se trata es de cambiar de ser “carnales a ser “espirituales”, y aquí ya me parece escuchar los pensamientos de quienes leen o escuchan esta homilía:
---“Sí, Padre, tiene usted mucha razón, la carne nos tienta, especialmente a los jóvenes que son débiles ante esos pecados…”
O bien:
---“¡Ah, qué… (flojera)!, Este amigo ya va a recetarnos un rollo de moralina cristiana sobre lo sucio del pecado, cuando es lo más suave de la vida… ¡Yo ya mejor me salgo de esta iglesia!”
¡Qué equivocaciones!: ahí está uno de los enormes problemas del cristianismo actual, el concepto que hemos permitido que se acuñe sobre lo que significan la “carne” y el “espíritu”.
San Pablo dice en la Carta a los Romanos:
“…De la misma manera que antes pusieron ustedes sus miembros –como esclavos-, a disposición de la impureza y de la maldad, para el mal, así ahora pongan sus miembros –como esclavos-, a disposición de la justicia, para santificación".
Entonces, mucho cuidado con una lectura que nos haga enfatizar la idea de corporalidad como un antivalor (otra vez la “carne”). En realidad, San Pablo sí tenía varios puntos en su teología, en los que sí se veía influido por la moral helenística (griega tardía, del límite entre la Era Cristiana y los siglos anteriores), bastante desilusionada de lo material y corpóreo. Los filósofos epicúreos y estoicos –exacerbando aún más el idealismo de Platón-, oponían de frente la “carne” contra el “espíritu”, como si se tratara de dos cosas que vivieran por sí mismas y no se juntaran en el ser humano.
--“Quien a ustedes los recibe, a mí me recibe; y quien a mí me recibe, recibe al que me ha enviado.
Quien recibe a un profeta como profeta, recibirá recompensa de profeta…
…quien recibe a un justo como justo, recibirá recompensa de justo.
…Cualquiera que…, dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fría, a uno de estos pequeños, en verdad les digo que no perderá su recompensa.
“Quien a ustedes recibe, a mí me recibe, quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado…” ¿Puede haber otra forma más comprometida de brindar apoyo y elevación a nuestra autoestima?
U.I.O.G.D.