San Basilio Magno
Documento por entregas.
(Patrología Griega de Migne 31: 207-217).
"Atiende a ti mismo, no sea que -alguna vez-,
una palabra oculta se haga iniquidad
en tu corazón."
(Deuteronomio 15: 9 según
el texto griego de los LXX).
Dios -Creador nuestro-, nos ha dado el uso de la palabra de modo que develemos a otros los deseos de nuestro corazón; siendo de una misma naturaleza, Dios quiere que cada uno se comunique con su prójimo, como si sacase de unas alacenas, las intenciones de dentro de los escondrijos del corazón.
Si solamente estuviésemos constituidos de alma, muy pronto nos comprenderíamos con los demás mediante nuestros pensamientos; sin embargo, nuestra alma elabora los pensamientos, estando revestida del atuendo de la condición humana, por ello necesita palabras y nombres para hacer público lo interior.
Tan luego como nuestro pensamiento se hace de un término cargado de significado -llevado por la palabra como en una barca y cuzando el espacio--, pasa del hablante al oyente. Si hallare silencio y calma profunda, entra como en buenos e imperturbados puertos en los oídos que escuchan; pero, si sopla cual fúrica tempestad contra el alboroto de los que escuchan, naufragará y se disolverá en el espacio.
Entonces, haced calma a la palabra mediante el silencio, pues quizá se manifieste cargada de algo útil que podáis llevaros.
La palabra de la verdad es difícil de comprender; fácilmente puede escapárseles a quienes no estuvieren atentos; y es por ello que quiso el Espíritu Santo que fuese breve y concisa, para que -con pocas palabras-, significase muchas cosas y así -por lo breve-, pudiera retenerse fácilmente en la memoria.
Pues es una virtud natural de la palabra no ocultar con oscuridad aquello que significan, ni permanecer ociosa y vacua, deambulando con ligereza en torno a las cosas.
Razón de este dicho.
He aquí la sentencia que acaban de leernos, tomando de los libros de Moisés; de ella os acordaréis muy bien quienes seáis diligentes, a menos que -por lo breve-, os haya pasado ligera por los oídos. Así dice, pues: "Atiende a ti mismo, no sea que -alguna vez-, una palabra oculta se haga iniquidad en tu corazón" (Dt. 15: 9).
Las seres humanos nos inclinamos a los pecados de pensamiento; por ello, Aquel que formó, uno por uno, nuestros corazones, que sabe que la parte principal del pecado se comete con el apetito de la voluntad, dispuso en ésa, nuestra parte más noble, la pureza, como la principal. El lugar donde más fácilmente resbalamos al pecado, lo favorece con esmero y vigilancia mayores.
Del mismo modo que los médicos más precavidos previenen con medicamentos las partes más sensibles de los cuerpos, así el curandero común y verdadero médico de las almas, protegió con auxilios más poderosos lo que sabía que en nosotros estaría más inclinado al pecado.
Las operaciones del cuerpo requieren de tiempo, exactitud, trabajos, ayudantes y otros gastos; pero no ocurre igual con los movimientos de la mente, pues éstos se ejecutan al momento, se concluyen sin fatiga, se detienen sin que nada se haga, y cualquier momento es oportuno para ellos.
A veces, algún arrogante y presumido de su propia virtud, externamente enmascarado de pudor, se sienta con frecuencia entre quienes alaban su bondad; pero mentalmente -por el oculto movimiento del corazón-, acude al sitio del pecado; con la imaginación contempla lo que desea, se finge compañías indecorosas, y compone claramente sus placeres en la oculta oficina del corazón; comete su pecado allá dentro, en oculto y sin testigos, ignorado de todos hasta que venga Aquel que descubre los escondrijos de las tinieblas y pone de manifiesto los deseos de los corazones (I Cor. 4: 5) .
"Atiende, pues no sea que que -alguna vez-, algún pensamiento oculto se haga iniquidad en tu corazón". Pues quien mirare a una mujer para codiciarla, ya ha cometido adulterio en su corazón (San Mateo 5: 28) . Las actividades corporales son interrumpidas por muchos; pero quien peca con el deseo, comete el pecado con la velocidad del pensamiento; por ello se nos ha dado pronta precaución contra cosa tan resbaladiza, como atestiguan las palabras: "No sea que -alguna vez-, una palabra oculta se haga delito en tu corazón".
Atiende a ti mismo de modo que puedas discernir lo dañino de lo saludable.
Pero regresemos al inicio del dicho: "Atiende a ti mismo". Todos los animales tienen -pues Dios, que los creó, se lo ha concedido-, actividades para cuidarse a sí mismos. Si observas acuciosamente, la mayoría de los irracionales -sin que nadie les enseñe-, odian a quienes les dañan. En cambio, cierta intuición natural les llama a disfrutar de lo que les es útil. Dios -nuestro Maestro-, por ello es que nos dio este grande precepto, de modo que lo que ellos hacen por naturaleza, nosotros lo hagamos con auxilio de la razón. Lo que los animales hacen inconsideradamente, quiere Dios que lo hagamos nosotros atentamente y dirigiendo los pensamientos continuamente; y quiere que seamos diligentes guardianes de las operaciones que Él nos da, huyendo del pecado como de los venenos huyen los irracionales, siguiendo la justicia como ellos las nutritivas hierbas.
Dos modos de atender a sí mismo.
Hay dos maneras de prestar atención: una, contemplando con ojos corporales las cosas visibles; otra, elevando la espiritual facultad del alma a contemplar las cosas incorpóreas. Si se nos ocurriese que este mandato se refiere tan sólo a la actividad de los ojos, presto se mostraría lo imposible de ello. ¿Cómo podría abarcarse uno a sí mismo y totalmente con el ojo?; el ojo no usa su mirada para verse a sí mismo, ni puede ver la parte superior de la propia cabeza, ni la espalda, ni el rostro, ni la disposición de los órganos internos; por otra parte, sería impío decir que no pudieran guardarse los mandamientos del Espíritu Santo. Así pues, sólo queda que entendamos el mandato en cuanto se refiere a la acción del entendimiento. "Atiende a ti mismo" , es decir: auto-examínate por todas partes. Mantén abierto el ojo del alma para vigilarte a ti mismo.
"Atraviesas por medio de lazos" (Eclesiástico 9: 20). Por todas partes hay trampas, puestas por el Enemigo, que yacen escondidas. Somete pues a examen todo lo que haya en torno tuyo, "para que te libres de lazos como el gamo, y de la trampa como el ave" ( Proverbios 6: 5 ). No se puede atrapar un gamo, dada la agudeza de su vista ... ... El pájaro, cuando está atento, con ligeras alas remonta sobre las trampas de los cazadores.
Mira pues que no parezcas más negligente que los irracionales en la vigilancia de ti mismo; permanece atento, no sea que alguna vez, enredado entre lazos, seas presa del diablo, y cazado vivo por él como juguete suyo...
Atiende únicamente a ti mismo y a tu alma.
Atiende pues a ti mismo; esto es: no a tus cosas, ni a lo que te rodea, antes bien atiende tan sólo a ti mismo, pues una cosa somos nosotros mismo y otra nuestras cosas; y aún otra aquello que nos rodea. Nosotros mismos somos el alma y la mente en tanto que hemos sido creados a imagen del Creador; nuestro cuerpo y nuestros sentidos son cosas nuestras. Y cosas que nos rodean, son las riquezas, las artes y todo lo que concierne a nuestra vida.
¿Qué dice entonces la cita?: No atiendas a la condición meramente humana ni busques su beneficio en modo alguno: salud, belleza, disfrute de de placeres, longevidad. No admires la riqueza, los honores ni el poder. No consideres como gran cosa nada de lo que sólo satisface las necesidades de la vida temporal, no vaya a ser que entonces llegues a despreciar -al aficionarte a esto-, una vida más excelente que tienes.
Atiende a ti mismo; es decir, a tu alma: adórnala, cuídala hasta borrar diligentemente toda mancha del mal que se le llegue a adherir. Ocúpate en limpiarla de toda deshonra procedente del pecado; con las galas de la virtud ornaméntala y embellécela.
Examínate a ti mismo acerca de quién eres. Conoce tu naturaleza: mortal tu cuerpo y tu alma inmortal. Aprende que tenemos una vida doble: una que corresponde a la condición carnal, que se va fugazmente; y otra -ilimitada-, correspondiente al alma.
Medita con toda diligencia sobre ti mismo
para dar a cada uno o que le conviene.
Atiende, pues, a ti mismo. No te aferres a las cosas temporales como si eternas fuesen, ni menos desprecies las eternas como pasajeras. Desprecia la condición de lo meramente humano, pues es perecedera, pero cuida del alma, que es inmortal. Con toda diligencia, medita sobre ti mismo de modo que aprendas a dar a cada uno lo que le conviene: a tu condición humana, vestido y sustento, y al alma la doctrina de la piedad, la honesta conducta, el ejercicio de la virtud, el dominio de las pasiones. Atiende a ti mismo, de manera que no engroses al cuerpo con exceso, ni andes afanoso por la abundancia de la carne. "Pues la condición meramente humana desea en contra del espíritu, y el espíritu en contra de la condición meramente humana y así, ambos mutuamente se contrarían" (Gálatas 5: 17).
Atiende a ti mismo no sea que -al condescender con tu condición humana-, concedas mayor poder al que menos vale. Pasa como en los fieles de las balanzas: si cargas demasiado un platillo, aligerarás necesariamente al opuesto; asimismo con el cuerpo y el alma: el fortalecimiento de uno implica la debilidad del otro. Así, al disfrutar del bienestar del cuerpo, y cargado de obesidad, por ende el entendimiento quede muelle y débil para las operaciones que le son propias, en tanto -por el contrario-, estando bien el alma y elevada a su propia grandeza mediante el ejercicio del bien, de allí se sigue el que ésta debilite la complexión corporal.
(Continuará...)
U.I.O.G.D.
"...Para que en todas las cosas sea Dios glorificado."