¿Demasiado humano o auténticamente divino?
(Diciembre de 2007).
El relato conocido como la Adoración de los Magos al Niño Jesús, aparece en el Evangelio de San Mateo, en el capítulo 2. El relato pertenece al género literario y didáctico hebreo conocido como midrash o “enseñanza” (de drasháh = “plática” u “homilía”), cuyos ejemplos abundan en la literatura judía tanto bíblica como extrabíblica (como el Talmud). El midrash no se pretende como historia comprobable, sino como un relato simbólico de un carácter un tanto menos universal que el del mito, o quizá tan universal como éste.
'anétile tó kósmo tó fos tó tis gnóseos;
'en avtí gár i tis ástris latrévontes,
'ypó astéros edidáskontos
se proskinín, tón Ilion tis Dikeosýnis!,
ke se yinóskin
ex’ ýpsus Anatolín!
Kýrie, dóxa sí! El mensaje de esta pieza litúrgica puede interpretarse –con cierta cautela-, como una aceptación de la legitimidad de los métodos astrológicos de los magos, puesto que les han permitido llegar hasta Cristo, tanto como la Ley mosaica fue –de acuerdo con el propio cristianismo-, el camino hacia Jesús como Mesías e Hijo de Dios, al menos hasta antes de las invectivas de San Agustín (s. V) contra los judíos en La Ciudad de Dios. Algunas líneas importantes de la Carta a los Colosenses (sobre todo en los capítulos 1 y 2), son ejemplo de que el cristianismo primitivo no tenía el mismo tono polémico del cristianismo medieval y actual contra la ciencia astrológica de su época, pero sí deja claro (2:15) que los “principados y potestades” han sido sometidos y subyugados por Cristo; estos suelen interpretarse como refiriéndose a los astros –gobernados por ciertos ángeles o arcángeles-, y que determinan un cierto destino humano "fatal" (valga la palabra relativa a Fatum o 'Hado'), e irrefutable. La enseñanza de la Carta a los Colosenses es que este destino fatal (en sentido meramente figurado), en manos de Jesús –exaltado en su muerte y resurrección como el Cristo-, se revierte y se hace salvación; aun cuando éste –según la ciencia de la época-, ciertamente estuviera escrito en los astros. El Viaje de los Magos en la perspectiva “astrológica” del Ciclo de Navidad. No podemos hablar aquí de astronomía, según se concibe modernamente esta ciencia. La palabra astrología es la que mejor se ajusta a lo que estamos tratando, si bien hay que proceder con cautela y evitar identificarse con charlatanerías, o intentar conciliaciones imprudentes. La liturgia cristiana es una manera de interpretar los datos de la Biblia. El Ciclo de Navidad, con sus tres estaciones: Adviento, Navidad y Epifanía, está organizado sobre una perspectiva que tiene que ver con el supuesto movimiento del sol, en relación a la Tierra. No es casual que la Navidad tenga qué ver con el Solsticio de Invierno, y que todos los materiales, tanto bíblicos como litúrgicos antiguos, tengan referencias al curso del sol. Baste mencionar las referencias al Sol de Justicia o Sol que nace de lo alto, tanto en el Profeta Malaquías (4: 1,2, ó 3:20, según la versión bíblica que se use), como en el Cántico de Zacarías, del Evangelio de San Lucas (1: 67-79), y que son recursos bíblicos usados litúrgicamente en Adviento. Los magos vienen de Oriente –que en el imaginario cultural hebreo se refiere a Persia (dato interesante)-, lo cual no deja de tener un simbolismo muy importante, y parece confirmar la referencia a los magos como ministros del culto persa del Mazdeísmo. Los magos vienen del Oriente, y del Oriente “nace” el sol. Van a Occidente, buscando la luz del “Oriente de lo Alto”, como señala la letra del himno que apunté más arriba. En la espiritualidad del Adviento, se retrata y simboliza al Mesías como el “Sol de Justicia”. Tal imagen es antiquísima, ya la estela de basalto negro en la que está grabado el Código de Hammurabi (ca. 1692 a .C.), representa a este rey de pie, recibiendo su código legal de Shamash, el dios solar del panteón sumerio. La analogía es obvia hasta nuestros días: el sol nace para todos, “...para que ustedes sean hijos de su Padre que está en los cielos; porque El hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos...” (San Mateo 5:45).
Ese Niño es Dios, pero el viaje de los magos -en sí mismo, misterioso-, es un viaje interior, a mí me gusta llamarlo “iniciático”; los que miraban al cielo, ahora gozan mirando al suelo, donde está depositado, en un pesebre, el Hijo del Hombre (Hijo de Adán, es el título mesiánico que da el Libro de Daniel –7: 11-14). “He aquí al Hombre", dice en el Pretorio ese Pilato (que profetiza sin saberlo), pintado por el místico evangelista San Juan (19: 5). Los magos traen dones que muestran a quién han venido a adorar, un himno anglicano inglés, lo dice en dos de sus estrofas...
El Incienso a Dios proclama,
Oro representa al Rey,
y la Mirra indica al hombre
…Mi Jesús, mi Dios, mi hermano,
soberano, eterno Rey;
aunque pobre, yo mis dones
quiero ofrecerte a mi vez.
El Hombre de Vitruvio: Estudio de proporciones humanas en un dibujo de Leonardo Da Vinci, de hacia 1492, con notas anatómicas, en uno de los diarios del artista. Representa una figura masculina desnuda en dos posiciones articulares sobrepuestas, inscrita, cada una, en un círculo y un cuadrado. Realizado a partir de los textos de arquitectura de Vitruvio, arquitecto de la antigua Roma.
Humano, ¿demasiado humano? : simbolismo de la mirra.
La enseñanza ortodoxa (nicena) del cristianismo (la que profesamos todos los cristianos, con la salvedad de grupos paracristianos como los mormones y los testigos de Jehová), es que Jesús es una sola Persona que tiene dos Naturalezas -divina y humana-; eso significa que es completamente Humano y completamente Dios; hay una catequesis de San Basilio Magno que lo explica muy completamente, dice algo como que: Jesús “...lloró ante la tumba de Lázaro porque era humano, mas lo sacó de la tumba porque era Dios”, y hace una serie más o menos larga de pares de opuestos similares, que es una joya de la homilética griega bizantina (patrística).
Yo siempre he dicho que no tengo que abjurar de lo que dice el Credo Niceno, para aceptar que Jesús vivió su vida de una manera plenamente humana, y plenamente realizada; que tuvo que percatarse de que era Dios y que NO nació sabiéndolo, sino que tuvo que vivir un proceso de autodescubrimiento (como todos nosotros) de cada una de sus condiciones personales: profeta, Mesías, mártir, expiación por los pecados de otros... Dios. A mi modo de ver, ese tema lo trabaja magistralmente el teólogo y lingüista bíblico, luterano, alemán de origen judío, Joachim Jeremias, en su libro Abba: El Mensaje central del Nuevo Testamento.
La mirra es un símbolo que no puede ser más humano, representa el duelo por la pérdida; es la droga que se daba a los condenados a muerte –en medio del suplicio-, para que éste les fuese más soportable. Jesús –en la Cruz-, lo gusta, pero no lo bebe. La mirra vuelve a estar presente, en el relato de San Lucas (7: 36-50) o bien de San Mateo (26: 6-13), sobre la mujer pecadora que se abraza a los pies de Jesús, para ungírselos, en casa de Simón el fariseo, y el propio Jesús lo interpreta como una obra de caridad, pues adelanta su propio embalsamamiento que –aparentemente por las prisas en sepultarlo-, no ha de tener lugar. (Los judíos agradecen mucho a quienes cumplen por ellos el mandato de lavar, perfumar y amortajar a sus muertos, porque el tocar un cadáver dejaría impuros a los miembros de la familia para dedicarse a los ritos funerarios que siguen).
La mirra aparece de nuevo en manos de las piadosas mujeres (la liturgia bizantina del Gran Viernes o Viernes Santo, las llama myrofóri gynékes“las mujeres miróforas o portadoras de mirra”.
Humildad de Dios y condición humana de Jesús.
En otras palabras, Jesús necesitó de una enorme capacidad de humildad para saber que era Dios encarnado. Hay una cita de la Carta a los Hebreos que dice: “...y aunque era Hijo, por lo que padeció, aprendió obediencia” (5: 7-10). Jesús sufrió su pasión y muerte de un modo absolutamente humano, sin concesiones. Los gnósticos (especialmente los docetistas), sí que hacían “concesiones” porque, aun creyendo que el Verbo de Dios se había encarnado en Jesús –lo cual también cree el cristianismo niceno (o tradicional)-, salvaban la problemática de la muerte de Jesús, diciendo que la encarnación era solamente una apariencia, y que al tiempo de la pasión y crucifixión, el Verbo –divino o no, según la versión gnóstica de que se trate-, simplemente abandonó el cuerpo material de Jesús y lo dejó a su suerte.
El cristianismo tradicional ortodoxo, mantiene con toda su fuerza lo que el texto bíblico dice –y que también es crudamente humano-: “¡Dios mío, Dios mío! ¡¡Por qué me has abandonado!!” (San Mateo 27: 46) pero lo entiende como un misterio en el que Dios se realiza en Jesús.
Para mí, tanto el libro de Niko Kazantzakis, La Última Tentación, y la película del mismo nombre, de Martin Scorsese (los he visto y leído varias veces con gran interés), de verdad me han hecho el efecto que Kazantzakis promete: “amar más intensamente que nunca a Cristo”. Ambos son una hermosísima expresión de que la Encarnación fue REAL.
La Teología de la Liberación ha sido -en una atroz campaña desde los poderes de este mundo-, acusada por algunos desvergonzados, de promover un Cristo “demasiado humano”, lo cual parecería más bien –a fe mía-, ser su mérito. No porque ésta desprecie el reconocer a Dios en Cristo, sino porque cree en un Dios al que sí le interesa y le "duele" que la gente se muera, sea humillada y explotada, y que ese Dios está sufriente y actuante en esa gente “humana..., demasiado humana”.
A Dios –y al Misterio de Cristo-, se le descubre mejor cuanto más se avanza en el descubrimiento de nosotros mismos como seres humanos, para ello se requiere de la Gracia de Dios: Jesús, es anunciado –en el cántico angélico, en la Natividad-, como el Don de la buena voluntad (‘evdokía) de Dios para con los seres humanos (San Lucas 2:14, Evangelio para la Nochebuena ): esto es la Gracia misma.
Un pasaje de la segunda lección para la Nochebuena es Tito 3: 4-6, en este se dice: “Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los seres humanos, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador…”
Pero la Gracia (o bondad) de Dios, se manifiesta precisamente en la posibilidad de hacer ese viaje interior (por ejemplo, en la parábola del Hijo Pródigo, San Lucas 15: especialmente 17, 18.- “…entrando en sí mismo, se dijo… me levantaré e iré a mi Padre”), este viaje interior, en Gracia, está representado en el que he llamado "Viaje iniciático de los Magos".
Arriba: Cartel de la película de Martin Scorsese La Última Tentación de Cristo, basada en la novela de Niko Kazantzakis.
Qué interesante y maravilloso, también, que en la famosa novela Ben Hur, se represente a uno de aquellos magos de Oriente, al pie de la Cruz , terminando su propia peregrinación terrenal junto con Jesús.