Agustín de Hipona
FIESTAS MENORES:
28 de Agosto.
Biografía escrita por Eugène Portalié, condensada por el Pbro. Miguel Zavala-Múgica+
Esta biografía fue escrita desde una perspectiva conservadora católica romana, al condensarse para este espacio, se ha preferido dejar los datos lo más escueto posible. Agustín nació en Tagaste -en el África del Norte, romanizada-, el 13 de noviembre de 354. Tagaste, hoy Souk Ahras, cerca de Bona (la antigua Hippo-Regius), ciudad pequeña y libre de la Numidia proconsular convertida recientemente del cristianismo donatista al ortodoxo. De familia no rica pero eminentemente respetable. Su padre, Patricio, uno de los dirigentes de la ciudad, todavía era pagano; Mónica, madre de Agustín, consiguió, a la larga, que Patricio recibiera el Bautismo en el lecho de muerte, (ca. 371).
Agustín recibió una educación cristiana. Su madre hizo que fuera marcado con el signo de la Cruz e inscrito entre los catecúmenos; estando muy enfermo pidió el bautismo, al pasar el peligro difirió el sacramento, cediendo así a la costumbre de la época.
Arriba: La más antigua imagen de Agustín de Hipona que haya llegado hasta la actualidad, en la Basílica catedralicia de San Juan de Letrán, en Roma, s. VI.
Su asociación con "hombres de oración" le dejó grabadas tres grandes ideas: La Divina Providencia, la Vida Futura con terribles sanciones y Cristo Salvador.
"Desde mi más tierna infancia llevaba dentro de lo más profundo de mi ser, mamado con la leche de mi madre, el nombre de mi Salvador, Tu Hijo; lo guardé en lo más recóndito de mi corazón; y aún cuando todo lo que ante mí se presentaba sin ese Divino Nombre, aunque fuese elegante, estuviera bien escrito e incluso repleto de verdades, no fue bastante para arrebatarme de Ti."
(Confesiones, 1: 4).
Patricio, orgulloso del éxito de su hijo en las escuelas de Tagaste y Madaura lo envió a Cartago a preparase para una carrera forense; se necesitaban varios meses para reunir los medios precisos y Agustín pasó en Tagaste el decimosexto año de su vida disfrutando de un ocio fatal para su formación. Oraba sin el sincero deseo de ser escuchado, y cuando llegó a Cartago a finales del año 370 todas las circunstancias tendían a apartarlo de su camino: las muchas seducciones de la gran ciudad, aún medio pagana, el libertinaje de otros estudiantes, los teatros, la embriaguez de su éxito literario y el orgulloso deseo de ser el primero en todo, incluso en el mal. Al poco tiempo se vio obligado a confesar a Mónica que se había metido en una relación pecaminosa con la persona que dio a luz a su hijo (372). Algunos biógrafos de Agustín, suponen que en aquellos días la Iglesia permitía libremente el concubinato.
En 373, Agustín y su amigo Honorato se hicieron maniqueos. El profeta persa Mani (215-276) había introducido su escuela religiosa en el África romana apenas cincuenta años antes. Agustín dice que se sintió seducido por las promesas de una filosofía libre sin ataduras a la fe; por la esperanza de encontrar en su doctrina una explicación científica de la naturaleza y sus fenómenos. A Agustín le entusiasmaban las ciencias naturales, y se sentía atormentado por el problema del origen del mal --al no resolverlo, reconoció dos principios opuestos. Existía también el poderoso encanto de la irresponsabilidad moral en una doctrina que negaba el libre albedrío y atribuía la comisión del delito a un principio ajeno.
Agustín se dedicó al maniqueísmo con todas sus fuerzas; leyó todos sus libros, aceptó y defendió todas sus opiniones. Su proselitismo atrajo a su amigo Alipio, y a Romaniano, el amigo de su padre que fue su mecenas en Tagaste y sufragaba los gastos de estudios de Agustín. En este período, las facultades literarias de Agustín llegaron a su completo desarrollo. Dejó los estudios que, de haber continuado, lo habrían ingresado en el
forum litigiosum, pero prefirió la carrera de letras, y regresó a Tagaste a "enseñar gramática." El joven profesor cautivó a sus alumnos y uno de ellos, Alipio, algo más joven que su maestro, lo siguió al maniqueísmo; después recibió con él el bautismo en Milán, y más adelante llegó a ser obispo de Tagaste, su ciudad natal.
Mónica no habría aceptado a Agustín ni en su casa ni a su mesa si no hubiera sido por el consejo de un obispo: "El hijo de tantas lágrimas no puede perecer." Agustín fue a Cartago, y continuó enseñando retórica. Se llevó el premio en un concurso poético, y el procónsul Vindiciano le confirió públicamente la
corona agonística. En este momento, al completar su primera obra sobre
æscetica, ahora perdida, empezó a repudiar el maniqueísmo: "Destruyen todo y no construyen nada"; la flojedad de sus argumentos contra los cristianos ortodoxos, a cuyos argumentos sobre las Escrituras la única respuesta que daban era: "Las Escrituras han sido falsificadas." Amén de no encontrar la ciencia —en el sentido moderno de la palabra— que le habían prometido. Fausto de Mileve, el famoso Obispo maniqueo, llegó a Cartago; Agustín fue a visitarlo y le interrogó; en sus respuestas descubrió al retórico vulgar, completo ignorante: roto el hechizo, Agustín no abandonó la secta inmediatamente, pero su mente ya rechazó las doctrinas maniqueas. La ilusión había durado nueve años.
Su crisis religiosa se resolvería en Italia, a la influencia de San Ambrosio. En 383, a los veintinueve años, Agustín marchó a Italia; se embarcó de noche para evitar a su madre. Llegado a Roma enfermó gravemente; al recuperarse abrió una escuela de retórica, los alumnos le engañaban descaradamente con los honorarios; así, presentó una solicitud a una cátedra vacante en Milán, la obtuvo y Símmaco, el prefecto, lo aceptó. Visitó al Obispo Ambrosio y comenzó a asistir con regularidad a sus discursos. Antes de abrazar la Fe, Agustín se inclinó a la filosofía académica, con su escepticismo pesimista; después la filosofía neoplatónica le entusiasmó. En Milán, apenas había leído a Platón y a Plotinio, cuando despertó a la esperanza de encontrar la verdad, habían pasado tres años.
Soñaba que él y sus amigos podrían dedicar la vida a buscar la verdad, a una vida sin aspiraciones a honores, riquezas ni placer, con el celibato como regla (
Confesiones, VI). Mónica, reunida con su hijo en Milán, insistió en que se casara; la prometida era demasiado joven y cuando Agustín se desligó de la madre de su hijo Adeodato, enseguida otra ocupó el puesto. Fue su último período de lucha y angustia.
Agustín y Mónica: Ary Schefer, 1846
En entrevista con Simpliciano, futuro sucesor de Ambrosio, aquél contó a Agustín la historia de la conversión del célebre retórico neoplatónico Victorino (
Confesiones, 8: 1, 1, II), dio el golpe definitivo. Tenía treinta y tres años (Milán, septiembre, 386). Días después, estando Agustín enfermo, aprovechó las vacaciones de otoño, renunció a su cátedra, y se marchó con Mónica, Adeodato, y sus amigos a Casicíaco, la propiedad campestre de Verecundo, fundaría allí una comunidad de filósofos dedicada a la búsqueda de la verdadera filosofía que para él ya era inseparable del Cristianismo.
De la Conversión al Episcopado (386-395). Agustín se fue familiarizando con la doctrina cristiana, y la fusión de la filosofía platónica con los dogmas cristianos, se iba formando en su mente. La soledad en Casicíaco hizo realidad un antiguo anhelo. En sus libros
Contra los académicos, Agustín describe la serenidad ideal de esta existencia, estimulada por la pasión por la verdad. Completó la enseñanza de sus jóvenes amigos, con lecturas literarias en común, y conferencias filosóficas a las que a veces invitaba a Mónica y que -recopiladas por un secretario-, han proporcionado la base de los
Diálogos. Los tópicos favoritos de las conferencias eran la verdad, la certeza (
Contra los académicos), la verdadera felicidad en la filosofía (
De la vida feliz), el orden de la Providencia en el mundo y el problema del mal (
De Ordine) y, por último, Dios y el alma (
Soliloquios,
De la inmortalidad del alma).
¿Era ya cristiano Agustín cuando escribió los
Diálogos en Casicíaco? Los historiadores, basándose en las
Confesiones, habían creído todos que el doble objetivo de Agustín para retirarse a la quinta fue mejorar la salud y prepararse al Bautismo. Algunos críticos aseguran haber descubierto una oposición radical entre los
Diálogos escritos en este retiro, y el estado del alma que describe en las
Confesiones.
Agustín recibió el Bautismo en la Pascua de 387; y escribió la apología
Sobre la Santidad de la Iglesia Católica en 388 . Los
Diálogos son una obra puramente filosófica (
Confesiones, 9: 4); sin embargo, contienen la historia completa de su formación cristiana.
Su filosofía busca respaldar la autoridad con la razón: "la gran autoridad, ésa que domina todas las demás y de la cual jamás deseaba desviarse, es la autoridad de Cristo"; ama a los platónicos pues encuentra entre ellos interpretaciones siempre en armonía con su fe (
Contra los académicos 3: c. X). Es el tiempo de las conferencias con sus amigos sobre la divinidad de Cristo, y de dejar el orgullo intelectual que los estudios platónicos le habían despertado (
De la vida feliz), de la calma gradual de sus pasiones y la gran resolución de elegir la sabiduría como única compañera (
Soliloquios, I: x).Algunos críticos señalan que en algún momento sacrificó el Evangelio por Platón; pero es cierto que en el momento que surge una contradicción, no duda en subordinar su filosofía a la religión, y la razón a la fe. Era ante todo cristiano; pero creyó, demasiado fácilmente, encontrar la cristiandad en Platón o el platonismo en el Evangelio. En sus
Retractationes, y en otros lugares, reconoce que no siempre ha evitado este peligro.
Imaginó haber descubierto en el platonismo la doctrina completa del Verbo y el prólogo entero de San Juan; pero igual atacó teorías neoplatónicas como la tesis cosmológica de un alma universal: ¿Hay un alma única para todo el universo o cada uno tiene un alma distinta? Agustín siempre había reprochado a los platónicos que rechazaran o desconocieran los puntos fundamentales del cristianismo: "primero, el gran misterio, el Verbo hecho carne; y después, el amor, descansando sobre una base de humildad." También ignoran la Gracia, dice, dando sublimes preceptos de moralidad sin ninguna ayuda para alcanzarlos.
Lo que Agustín perseguía con el bautismo cristiano era la Gracia divina. En la Cuaresma de 387, fue a Milán y, con su hijo Adeodato y Alipio, ocupó su lugar entre los competentes y Ambrosio lo bautizó en Pascua o, al menos, durante el tiempo Pascual. Una leyenda cuenta que en esta ocasión, Obispo y Neófito, alternándose, cantaron juntos por primera vez el
Te Deum, pero esto es infundado. Agustín, Alipio, y Evodio decidieron retirarse en aislamiento a África. Agustín permaneció en Milán hasta casi el otoño continuando sus obras:
De la inmortalidad del alma y
De la Música. En el otoño, estaba a punto de embarcarse en Ostia cuando Mónica murió. No hay páginas en toda literatura que alberguen un sentimiento más exquisito que la historia de su muerte y del dolor de Agustín (
Confesiones 9). Agustín permaneció en Roma varios meses, ocupándose de refutar el maniqueísmo.
Muerto el tirano Máximo (agosto 388) navegó a África, a Cartago y a Tagaste. Allí puso en práctica su idea de vida perfecta: vendió sus bienes y dio a los pobres el producto. A continuación, él y sus amigos se retiraron a sus tierras, que ya no le pertenecían, para llevar una vida en común de pobreza, oración, y estudio de las Escrituras. Sus
83 Cuestiones son el fruto de las conferencias celebradas en este retiro, en el que también escribió
De Genesi contra Manichaeos,
De Magistro, y
De Vera Religione.
Se dice que Agustín no pensó ordenarse por temor al episcopado -lo cual es un lugar común entre las biografías de los Padres de la Iglesia-, y huyó de las ciudades donde obligatoriamente tenía que elegir. En Hipona, donde lo había llamado un amigo en crisis, estaba en una iglesia cuando la gente se agrupó a su alrededor aclamándole y rogando al obispo, Valerio, que lo ordenase; y así fue en 391. Consideró esta reciente ordenación un motivo más para volver a su vida religiosa en Tagaste, lo que Valerio aprobó tan categóricamente que puso una propiedad de la iglesia a disposición de Agustín, estableciendo así un monasterio al momento de fundarlo. En sus cinco años de ministerio sacerdotal, Valerio le mandó predicar, pese a que en África se reservaba ese ministerio a los obispos. Agustín combatió toda heterodoxia, especialmente el maniqueísmo, con éxito. También abolió la costumbre de celebrar banquetes en las capillas de los mártires. El 8 de octubre del año 393 tomó parte en el Concilio plenario de África, presidido por Aurelio, Obispo de Cartago, y a petición de los obispos pronunció un discurso que, en su forma completa, más tarde llegó a ser el tratado de
De Fide et Symbolo.
Obispo de Hipona (396-430). Valerio, Obispo de Hipona, debilitado por la vejez, obtuvo la autorización de Aurelio, Primado de África, para asociarse a Agustín, eligiéndolo coadjutor, y Megalio, Primado de Numidia, lo consagró. Tenía cuarenta y dos años y ocuparía la sede de Hipona durante treinta y cuatro. Como obispo, combinó sus deberes pastorales con las austeridades de la vida religiosa y, aunque abandonó su monasterio, transformó su residencia episcopal en uno, y vivió una vida en comunidad con sus clérigos, que se comprometieron a observar la pobreza religiosa. Lo que así fundó, ¿fue una orden de clérigos corrientes o de monjes? Esta pregunta surge con frecuencia, pero Agustín no se paró a considerar estas distinciones. La Casa Episcopal de Hipona se transformó en casa de formación de los fundadores de monasterios que se extendieron por toda África, y de los obispos que ocuparon sedes vecinas. Possidio (
Vita Sancti Augustini 22) enumera a diez de los amigos de Agustín y discípulos que fueron obispos: por ello Agustín ganó el título de
patriarca de los religiosos y renovador de la vida del clero en África.
Ante todo, fue defensor de la verdad y pastor de almas. Predicaba con frecuencia, a veces cinco días consecutivos; escribió cartas que divulgaron sus soluciones a problemas de la época por todo el mundo entonces conocido; dejó su espíritu en diversos concilios africanos a los que asistió (Cartago 398, 401, 407, 419 y Mileve 416 y 418).
San Agustín: Sandro Botticelli, 1480.
La controversia maniquea y el problema del mal.
Agustín buscó la conversión de los maniqueos:
"Dejad que se encolericen contra nosotros aquellos que desconocen cuán amargo es el precio de obtener la verdad… En cuanto a mí, os mostraría la misma indulgencia que mis hermanos mostraron conmigo cuando yo erraba ciego por vuestras doctrinas"
(Contra Epistolam Fundamenta, III).
Durante esta controversia, en 404 venció a Félix, uno de los "electos" de los maniqueos y gran doctor. Agustín y le invitó a una conferencia pública cuyo tema causaría un gran revuelo; Félix se declaró derrotado, abrazó la Fe y, junto con Agustín, contribuyó a los actos de la conferencia. Agustín, sucesivamente refutó a Mani (397), a Fausto (400), a Secundino (405), y (ca. 415) al fatalista Prisciliano. Estos escritos contienen su pensamiento sobre el problema del mal, basado en un optimismo que, igual que los platónicos, proclama que todo lo que procede de Dios es bueno y la única fuente del mal moral es la libertad de las criaturas (
De Civitate Dei, 19, c. 13, n.2). Agustín defiende el libre albedrío con tal ardor, que sus obras contra los maniqueos son inagotable reserva de argumentos en esta controversia aún actual.
El grupo teológico jansenista sostuvo en el siglo XIX, que Agustín era inconscientemente pelagiano, y que después reconoció la pérdida de la libertad por el pecado de Adán. M. Margival (
Revue d'Histoire et de Littérature religieuses; 1899, p. 447), muestra a San Agustín como víctima del pesimismo metafísico absorbido inconscientemente de las doctrinas maniqueas. "Nunca" dice, "la idea oriental de la necesidad y la eternidad del mal, ha tenido un defensor con más entusiasmo que este obispo." Agustín reconoce que todavía no había comprendido cómo la primera inclinación buena de la voluntad es un don de Dios (
Retractationes 1: 23, n. 3); pero nunca se retractó de sus principales teorías sobre el libre albedrío y nunca modificó su opinión sobre lo que constituye la condición esencial, es decir, la plena potestad de elegir o de decidir. ¿Quién se atrevería a decir que cuando revisó sus propios escritos le faltó claridad de percepción o sinceridad en un punto tan importante?
La controversia donatista y la teoría de la Iglesia. El cisma donatista fue el último episodio en las controversias de Montano y Novato que habían agitado la Iglesia desde el siglo II. En Oriente se discutían aspectos variados sobre la divinidad del Verbo (cristología), pero en Occidente --sin duda por su carácter más práctico--, se ocupó del problema moral del pecado en todas sus formas. El dilema general era la santidad de la Iglesia; ¿Podía ser perdonado el pecador y dejar que continuara en su seno? En África, el dilema concernía especialmente a la santidad de la jerarquía. Los obispos de Numidia, en 312 habían rehusado aceptar como válida la consagración de Ceciliano, obispo de Cartago, habían introducido el cisma por un traductor, y al mismo tiempo propusieron estas graves preguntas: ¿dependen los poderes jerárquicos del mérito moral del sacerdote? ¿Cómo puede la santidad de la Iglesia ser compatible con la falta de mérito de sus ministros?
Cuando Agustín llegó a Hipona, el cisma ya había alcanzado enormes proporciones y se había identificado con las tendencias políticas —quizá un movimiento nacional contra la dominación romana. De todas formas, es fácil descubrir la oculta corriente de venganza social. La extraña secta conocida como
Soldados de Cristo, y llamadas por los católicos
Circumcelliones (bandoleros, vagabundos), era semejante a las sectas revolucionarias de la Edad Media en un momento de destrucción.
La historia de Agustín contra los donatistas también es la de su cambio de opinión sobre las rigurosas medidas contra los herejes. La Iglesia en África, fue influida por él. Este cambio de posición lo atestigua el mismo Agustín, especialmente en sus Cartas, XCIII (en el año 408). Al principio buscó restablecer la unidad por medio de conferencias y amistosas discusiones. Inspiró varias medidas conciliadoras en los concilios africanos, y envió embajadores a los donatistas invitándolos a reintegrarse a la Iglesia o, al menos, apremiándolos a que enviaran diputados a una conferencia (403).
Al principio los donatistas respondieron con silencio, después con insultos, y por último con una violencia tal que Posidio, obispo de Calamet, amigo de Agustín, tuvo que huir para librarse de la muerte, el obispo de Bagaia quedó cubierto de heridas, y el propio Agustín sufrió varios atentados contra su vida (Carta 38, a Ianuario, el obispo donatista). Agustín, testigo de las conversiones que surgieron de todo esto, aprobó rígidas leyes, con una importante salvedad: Agustín jamás deseó que la herejía se castigara con la muerte —
Vos rogamos ne occicatis (Epístola C, al procónsul Donato).
Los obispos aún estaban a favor de celebrar una conferencia con los cismáticos, en 410 Honorio proclamó un edicto que puso fin a la negativa donatista. En junio de 411 tuvo lugar una conferencia solemne en Cartago, en presencia de 279 obispos donatistas y 286 imperiales. Los portavoces de los donatistas eran Petiliano de Constantinopla, Primiano de Cartago, y Emérito de Cesárea; los oradores imperiales eran Aurelio y Agustín. En cuanto a la cuestión histórica que entonces se debatía, el Obispo de Hipona demostró la inocencia de Ceciliano y de su consecrante Félix; y en el debate dogmático estableció la tesis ortodoxa de que la Iglesia puede --sin perder su santidad--, tolerar bajo su palio a los pecadores a fin de convertirlos. En nombre del Emperador, el Procónsul Marcelino declaró la victoria de los católicos en todos los puntos. Poco a poco el donatismo fue decayendo hasta desaparecer con la invasión de los vándalos.
Se dice que Agustín ha superado incluso a Cipriano de Cartago en su doctrina sobre la institución divina de la Iglesia, su autoridad, sus notas esenciales, y su misión en la distribución de la Gracia y la administración de los sacramentos. Los críticos luteranos, Dorner, Bindemann, Böhringer y especialmente Reuter, proclaman el papel de Agustín; Harnack no completamente de acuerdo con ellos, dice:
"Es uno de los puntos en los que Agustín especialmente afirma y vigoriza la idea católica… Fue el primero [!] en transformar la autoridad de la Iglesia en una potencia religiosa, y en conferir a la religión práctica el don de doctrina de la Iglesia." (Historia del Dogma II, c. 3).
No fue el primero, Dorner reconoce (Agustinus, 88) que Optato de Mileve ya había expuesto la base de la mismas doctrinas; pero Agustín profundizó, sistematizó y completó las ideas de Cipriano y Optato.
La Controversia Pelagiana.
Al final de la lucha contra los donatistas, siguió la disputa teológica que duraría hasta su muerte, y sería eterno problema para los individuos y la Iglesia. Pelagio y su discípulo Celestio habían buscado refugio en África luego de la toma de Roma por Alarico, y África fue el centro principal del pelagianismo. En 412 un Concilio en Cartago condenó a los pelagianos por sus ideas contra la doctrina del Pecado Original. Agustín escribió en su contra De Natura et Gratia, por él, los concilios posteriores de Cartago y Mileve confirmaron la condena a los pelagianos que habían ganado en un Sínodo en Dióspolis en Palestina. El papa Zósimo -persuadido por Agustín-, reiteró la condena del Papa Inocencio, en 418. A partir de entonces el combate se hizo por escrito contra Julián de Eclanum, que asumió el liderazgo pelagiano y se enfrentó a Agustín.
Hacia 426 surgió el Semipelagianismo, sus primeros miembros eran monjes de Hadrumetum en África, y otros de Marsella, dirigidos por Casiano, célebre Abad de San Víctor. Sin admitir la absoluta gratuidad de la predestinación, buscaron un punto medio entre Agustín y Pelagio, y sostenían que la Gracia se otorga a aquellos que la merecen y se niega a los demás; así, la buena voluntad tiene precedencia, pues desea, pide y Dios recompensa. Próspero de Aquitania le informó sobre estas ideas, y Agustín expuso en De Prædestinatione Sanctorum cómo incluso estos primeros deseos de salvación existen en nosotros debido a la Gracia de Dios, lo que por tanto controla absolutamente nuestra predestinación.
Luchas contra el Arrianismo y últimos años.
En 426, a los setenta y dos años de edad, hizo que tanto el pueblo como el clero proclamaran la elección del Diácono Heraclio como Obispo Coadjutor, y le transfirió la administración de materias externas. Agustín podría haber disfrutado de algo de descanso (427) si no hubiera sido por la agitación en África debido a la inmerecida desgracia y a la revuelta del Conde Bonifacio. Los godos, enviados por la Emperatriz Placidia para oponerse a Bonifacio, y los vándalos, a quienes llamó después en su ayuda, eran todos arrianos. Maximino, un obispo arriano, entró en Hipona con las tropas imperiales.
Agustín defendió la fe en conferencia pública (428) y en varios escritos. Apenado por la devastación de África, se afanó por conseguir una reconciliación entre el Conde Bonifacio y la Emperatriz. La paz volvió a establecerse, pero no con Genserico, el rey vándalo. Vencido Bonifacio, buscó refugio en Hipona, donde muchos obispos ya habían huído en busca de protección y esta ciudad bien fortificada iba a padecer dieciocho meses de asedio. Con gran esfuerzo por controlar su angustia, Agustín continuó refutando a Julián de Eclanum pero cuando comenzó el asedio fue víctima de una enfermedad mortal, y al cabo de tres meses murió el 28 de agosto de 430, a los setenta y ocho años.
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Propios de Agustín de Hipona: Colecta del Día: Oh Señor, luz de las mentes que te conocen, vida de las almas que te aman, y fuerza de los corazones que te sirven; ayúdanos para que -siguiendo el ejemplo de tu siervo Agustín de Hipona, a conocerte de tal manera que te amemos de verdad, y a amarte de tal manera que te sirvamos de todo corazón, porque sirviéndote es que somos libres. Por Jesucristo, Nuestro Señor, quien vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos.
Hebreos 12: 22-24 y 28-29
Salmo 87: (7-12)
San Juan 14: 6-15
Prefacio del Bautismo
U.I.O.G.D.
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