sábado, 21 de junio de 2008


HOMILÍA DOMINICAL
22 de Junio de 2008.

Evitar al monstruo y ser... ¡prodigio!

Pbro. Miguel Zavala-Múgica+



En el imaginario popular, un profeta es una especie de adivino o brujo, especializado en predecir el futuro. Las religiones del Medio Oriente que rodeaban a Israel –al igual que la mayoría de las actuales corrientes esotéricas y algunas formas de religión-, se empeñaban conocer la voluntad de los dioses, con miras a conocer el futuro. La religión de Israel va planteando una diferencia esencial y de fondo, en tanto que busca conocer la voluntad de Dios para modificar la propia vida para configurarse al plan ético de Dios.
Los profetas de Israel –por lo tanto-, jamás la tuvieron fácil; no eran los bufones del rey, ni los asistentes venales y corruptos que, si el poderoso les preguntase la hora, contestaran: “Las que Usted diga, señor…” El profeta israelita –como lo fue Jeremías-, se esfuerza en conocer la voluntad de Dios, estudiando su Ley, observando los sucesos de la historia y llamando la atención tanto del pueblo como de sus guías y gobernantes hacia una visión ética conforme con la voluntad de Dios.
Esta visión ética, muchas veces se ha enfrentado al cargo de tener que defender a los pobres frente a los abusos de los poderosos, así como zarandear la conciencia y a veces hasta la capacidad mental de un gobernante para “ponerse las baterías”, y comenzar a trabajar y a diseñar un plan -con objetivos claros-, para conducir a su pueblo y hacerlo feliz. Muchos profetas corrompieron su misión como enviados de Dios, es cierto, pero esos casos (no pocos), son –justamente-, el dato que confirma lo especial del profetismo de Israel, a diferencia de otros ministerios similares, como los augures, adivinos o brujos.

Jeremías dice:

--“Tú me sedujiste, YAHVÉH, y yo me dejé seducir; tú fuiste más fuerte que yo, y me venciste. He sido el hazmerreír cada día; todos se burlan de mí. Porque cada vez que hablo, grito; proclamo: --"¡Violencia, destrucción!" Pues la Palabra de YAHVÉH ha venido a ser para mí oprobio y escarnio cada día”.

Esto no deja de ser una especie de reproche del profeta; es como decir: ‘yo ya no quiero saber nada de tus asuntos, Dios; me meto en puros problemas por llamar la atención de mis conciudadanos o compañeros de grupo, pero esto es como un impulso intento que me empuja…’
Niko Kazantzakis –en su novela La Última Tentación, cuya lectura recomiendo a todos-, pinta a Cristo también como empujado por el Espíritu Santo con una fuerza terrible, aguda, avasalladora… Un tanto lejos de la imagen bíblica de la “palomita” con la que nos hemos quedado, Kazantzakis dice que Jesús –a veces a despecho de su voluntad humana-, sentía como las garras de un águila grande y fuerte, pescándolo por la cabeza y llevándolo a hacer cosas que quizá no habría querido, pero –sin embargo-, conformaba él su voluntad con la de esta fuerza divina.


Niko Kazantzakis (1883-1957).


El profetismo auténtico, comprometido con la búsqueda de la verdad, con el bien de las personas y la justicia de Dios, siempre tiene opositores, siempre cuenta con quienes se le pongan enfrente y lo obstaculicen… aquellos a cuyos privilegios y comodidades reta o amenaza el justo ordenamiento de los bienes materiales y espirituales de una comunidad. De aquí el lamento del profeta Jeremías, quien se siente tan perseguido e inseguro como el salmista… En el Salmo 69 que hoy cantamos, el autor se muestra en una situación espantosa, donde no hay seguridad que lo ampare, el abandono es total, nadie escucha sus gritos (como la pobre gente que ha padecido un secuestro o un accidente en despoblado).

Cuando alguien trata de levantar un reclamo por una situación injusta y mal distribuida, uno de los primeros ataques que recibe de quienes se ven afectados por su denuncia, es que le planten de frente sus propios defectos, ya sea recordando situaciones reales del pasado, o acomodando retóricamente, o con pruebas falsas, situaciones inventadas. Ante situaciones como esas, el salmista reconoce su propia falibilidad, no se predica a sí mismo, y no es su honra propia lo que está en juego, por eso dice:

“Dios mío, tú sabes cuán necio he sido; no puedo esconderte mis pecados. ¡Que no pasen vergüenza por mi culpa los que en ti confían: Dios de Israel!”

Qué importante y definitorio en nuestra lucha es saber que la ternura y el poder de Dios nos acompañan. Los demonios de la injusticia, la mentira y la confusión, lo primero que quieren y buscan es el desánimo y la depresión de quienes han resulto entregar su vida a Dios de una manera adulta y que responda al bien común de las personas.

“Señor, respóndeme; ¡tú eres bueno y todo amor! por tu inmensa ternura, fíjate en mí; ¡No rechaces a este siervo tuyo! ¡Respóndeme pronto, que estoy en peligro!”

Esta misma seguridad es la que trata de infundirnos Nuestro Señor cuando nos dice cosas como aquello de…

“¡No tengan miedo!; ustedes valen más que muchos pajarillos.Por eso, todo el que se ponga de mi parte delante de la gente, yo también responderé por él delante de mi Padre que está en los cielos; pero cualquiera que me niegue delante de la gente, yo también lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos.”

Una de las frases más repetitivas de Cristo en los Evangelios es: “¡No teman!”, “¡No tengan miedo!”, es un auténtico mandamiento… no temer, desterrar el miedo, echar fuera de nosotros toda sombra de terror, fiados en la seguridad de Aquél que puede probarnos, pero no nos perderá; que puede someternos a juicio, mas no nos condenará.

El propio Jesús sabe que a él le han llamado demonio los hipócritas de este mundo, y han atribuido su poder y sus actos a las fuerzas malignas… ése –ni más ni menos-, es el famoso pecado contra el Espíritu Santo de que habla Jesús en otro pasaje, y que es el único pecado que no alcanza perdón de Dios, porque consiste en la contumacia en atribuir lo que se sabe que es obra y voluntad de Dios, a las maquinaciones y seducciones del Enemigo.
Quizá por todo ello –en diversos pasajes de los evangelios-, Jesús invita a sus discípulos a ser tan inocentes de culpa y limpios de corazón como –por otra parte-, astutos e inteligentes… una inocencia que no ha de maridarse ni con la estupidez ni con el vicio, y una astucia que hay que cuidar bien que no se alíe con la maldad ni el orgullo propio.
Dice Jesús:

--"Miren, que Yo los envío a ustedes como ovejas en medio de lobos; sean pues, astutos como serpientes pero inocentes como palomas…”

El sacerdote y escritor jesuita aragonés del siglo XVII, Baltasar Gracián (1601-1658) –entre sus muchas frases célebres-, tiene ésta que es un verdadero comentario al dicho de Jesús:

“No quiera uno ser tan hombre de bien, que ocasione a otros el serlo de mal; sea uno mixto de paloma y serpiente, ¡no monstruo!, sino prodigio…”

¿Significa esto que, si yo busco ser un hombre o una mujer comprometidos con el bien y la justicia, debo cuidarme de que mi actitud no moleste o incomode a otros, o que mi lucha por ser mejor pueda hacer que otros caigan en la maldad? De ningún modo; más bien se trata de una licencia de lenguaje usada por el Padre Gracián (en el grabado a la derecha): Yo puedo ser tan fatuo en querer parecer bueno o buscar la justicia no por ella misma, sino por mis propios deseos de autocomplacencia, que –en el camino-, puedo presentar un mal testimonio de Dios y de la verdad, y ocasionar más que alguien se aleje de la gracia de Dios, en vez de acercarle, de aquí la respuesta que hemos elegido como refrán para el Salmo 69 que hoy cantamos.

“¡Que no pasen vergüenza por mi culpa los que en ti confían: Dios de Israel!”

Ese “mixto de paloma y serpiente”, claro, visto de modo literal, no es sino un monstruo… algo así como una especie de “Serpiente emplumada” evangélica; pero Gracián advierte que lo seamos no como un espectáculo de monstruosidad, sino como un prodigio; ¿cómo comprender esto? ya lo hemos sugerido antes; se trata del arte más difícil que Cristo nos pide en su Evangelio: ser -como decía mi maestro el Padre Félix Pecharromán Cebrián-: "humildemente lúcidos, pero denodadamente críticos", ser muy sencillos y humildes, como nos enseña la tradición de las abuelitas (la parte que a los clérigos más nos gusta imponerle a los laicos). ...¡Aaahhh!, pero definitivamente ser muy necios y tercos en señalar lo que sabemos que no está bien, y luchar contra ello.

Este balance -creo yo-, es lo más difícil y delicado que puede haber en la vida de una persona, los Alcohólicos Anónimos saben bien de qué se trata, ellos a diario lo repiten en su Oración de la Serenidad, al final de sus sesiones:

"Dios, concédeme la SERENIDAD para ACEPTAR las cosas que no puedo cambiar... VALOR para CAMBIAR aquellas que puedo y SABIDURÍA para reconocer la diferencia.... Amén."

Así que, ¡ánimo!, que Dios -que mucho nos ama y ha entregado a su Hijo en rescate de muchos-, no nos quiere monstruosos, sino prodigiosos... ¡seamos un prodigio, carambas!

U.I.O.G.D.