sábado, 29 de noviembre de 2008

Las Órdenes anglicanas ¿válidas?
De qué bases históricas parte el debate sobre la validez.


Pbro. Miguel Zavala-Múgica+
Agradecemos a Cecilia Beaz Lozano,
por su interés en el tema, que motivó
este artículo como respuesta.
El siglo XIX fue el siglo del Liberalismo político, el siglo del Imperio Británico; perdidas las colonias americanas, es -sin embargo-, en este siglo cuando la Corona de la Gran Bretaña se engasta las joyas de las posesiones africanas y del sureste de Asia, pero especialmente: la India y Australia, que actualmente son las zonas donde el Anglicanismo tiene la mayor parte de sus miembros.
Es el siglo de la Revolución Industrial, y de la abolición de la esclavitud, y también el siglo del Liberalismo económico y de nuevas formas de injusticia y abuso patronal. Dentro de la propia Inglaterra comienzan algunos de los primeros movimientos socialistas: fue patria adoptiva del propio Marx.

Izquierda.- El Papa León XIII (reinante: 1878-1903): Su visión crítica sobre el Protestantismo liberal, el liberalismo en sus diversos aspectos, el socialismo y otros temas, determinó su postura ante el Anglicanismo y la validez como Iglesia.




También es el siglo de la continuación de la Teología Liberal británica –con su búsqueda por la racionalización de la fe y lo que después, en la teología del siglo XX (Rudolph Bultmann) se llamará “desmitologización”, esto es: hacer del cristianismo una religión menos dependiente del entendimiento literal de su expresión en leyendas o relatos simbólicos. Esta Teología liberal, comenzó -en lo que a Inglaterra se refiere-, con una corriente conocida como Latitudinarismo, en el siglo XVIII.
El propio Arzobispo de Canterbury Frederick Temple (foto, derecha) que fungía al fin del siglo XIX, mantenía un interés -que lo caracterizó toda su vida-, en los temas conjuntos de Ciencia y Religión. En 1860 en un famoso encuentro de la Asociación Británica en el que ocurrió el debate entre Thomas Huxley y Samuel Wilberforce, Temple predicó un sermón en el que daba la bienvenida a los avances científicos de la Teoría de la Evolución [**]. En sus Ocho Conferencias Brampton sobre las relaciones entre la Religión y la Ciencia (1884) declaró llanamente que "la doctrina de la Evolución no es en ningún sentido antagónica a las enseñanzas de la Religión" [***]. Estas conferencias concernían al origen y naturaleza de la ciencia y de las creencias religiosas, y a los aparentes conflictos entre ambas respecto al libre albedrío y la existencia de un poder sobrenatural.
Movimiento de Oxford.
A principios del siglo XIX se originó -en el ambiente académico de la Universidad de Oxford-, una dinámica de múltiple expresión: filosófica, historiográfica, literaria, y también espiritual y eclesiástica, denominada Movimiento de Oxford. Éste, promovía una revaloración del Medioevo europeo, pero especialmente el británico, así se volvieron los ojos -con gran interés-, hacia todas las ciencias humanas de la Edad Media: filosofía, literatura, historia, arte, arquitectura, teología: Se construyeron diversos edificios neo-románicos y neo-góticos (especialmente universidades y templos), se analizaron obras literarias medievales, y se tomaron de ellas temas para la pintura y la escultura.
Al mismo tiempo, se retomaron también otros valores del Medioevo primitivo, como la Teología de los Padres de la Iglesia (Patrística), o los del Medioevo avanzado (teología de Tomás de Aquino), y por supuesto, también se evocó a la Iglesia Inglesa anterior a la Reforma del siglo XVI. Esto fue el caldo de cultivo para dos corrientes eclesiásticas dentro del Movimiento.
Una corriente logró -en política-, que la Corona Británica aceptara la restauración de la jerarquía romana en Inglaterra, y se expresó en personalidades como John Henry Newman (1801-90, dibujo a la derecha), joven sacerdote anglicano que acabó dando el paso de conversión a la Iglesia Romana, y más tarde llegaría a ser Arzobispo de la recién creada Arquidiócesis de Westminster, y Cardenal, como lo fue también Henry Edward Manning.
La otra corriente se quedó dentro de la Iglesia de Inglaterra, y buscó el enriquecimiento del Anglicanismo no con una transformación total ni la adhesión a Roma, sino con la revaloración de la expresión católica de la Iglesia, y se expresó tanto espiritual como litúrgicamente, con la restauración de antiguas vestiduras y ceremonias, el estudio de los Padres de la Iglesia, la revaloración de la Eucaristía como centro de la vida de la Iglesia, y la fundación de monasterios y conventos para órdenes religiosas tanto restauradas como nuevas. Se conoce a esta corriente como High Church (Iglesia Alta), o Movimiento anglocatólico. Sus representantes más importantes, son los presbíteros: Edward B. Pusey(1800-82, litografía abajo, derecha), John Keble (1792-1866, litografía abajo, izquierda) y John Mason Neale.

En la década de 1880, los obispos de las colonias y ex-colonias británicas, reunidos en la Conferencia de Lambeth, acordaron la conformación de la Comunión Anglicana, una familia eclesiástica que permitiría a las diversas iglesias anglicanas (también llamadas episcopales), regionales o nacionales existentes desde tiempo atrás, organizarse autónomamente y mantener una comunión (y federación) entre sí y con el Arzobispo de Canterbury, esto es, con la sede en Inglaterra.
Ambiente político en la Iglesia Católica Romana en Inglaterra.
Todos los anteriores factores toman cuerpo en algunas líneas importantes. La Iglesia Católica Romana había iniciado un proceso de “romanización” de sus propias iglesias nacionales, sujetándolas a un control más directo desde el Vaticano, especialmente en lo referente a la formación de nuevos sacerdotes; además, enfrentaba las presiones del Liberalismo (en todas sus expresiones), especialmente a través de la labor de la Masonería y de la instauración del laicismo político y su avance social, y la consolidación de los movimientos socialistas.
(El proceso de romanización en México está muy documentado, un detalle interesante de la resistencia de los obispos locales a las indicaciones de Roma, fue el completo ocultamiento de los fardos que contenían los ejemplares de la encíclica Rerum Novarum, de León XIII, destinada a ser leída y estudiada en todo el mundo católico. La alianza con el liberalismo positivista porfiriano, resulta obvia).




Por sus actitudes, parece que en la mente de León XIII y de su curia, había un rechazo comprensible a todo lo que oliera a Reforma protestante, Liberalismo, Masonería, Libre-pensamiento, Socialismo, Modernismo, etc. Su predecesor Pío IX había pasado por la pérdida de los Estados Pontificios en la Guerra de Unificación de Italia, precisamente a causa de una colusión de todos estos factores (Giuseppe Garibaldi, etc.).
Era, pues, importante que la Iglesia Católica Romana recuperara el largo tiempo históricamente perdido y abanderara movimientos obreros que restaran filas a la izquierda anarco-sindicalista, socialista y comunista. Así como que afirmara su validez en el Reino Unido, pues un clero anglicano en sucesión reconocida (anglicana), hacía innecesaria una jerarquía paralela (romana) en Inglaterra.
La Iglesia de Inglaterra había aprovechado (no sin múltiples disputas internas) el Movimiento de Oxford; dentro de ella comenzaban algunos movimientos de Socialismo Cristiano (véase nota 4); pero, sobre todo, ella continuaba siendo la religión del Estado, la iglesia oficial. Esto no iba a permitir el arraigo que resultaba necesario para la jerarquía católica romana inglesa, menos aún si continuaba irresoluta la actitud católica romana sobre la legitimidad del ministerio clerical anglicano. Era necesario infundir en los feligreses romanos británicos, el convencimiento de que la jerarquía anglicana no podía aspirar a cosa mejor que ser un grupo de laicos cristianos bien-intencionados, pretendiendo celebrar sacramentos para los cuales no tenían validez ni autoridad.
Argumentos romanos en contra de la validez de las órdenes anglicanas.
Se recurrió a estudios teológicos e históricos sobre la validez de las órdenes conferidas con el rito anglicano que incluyeron los siguientes argumentos:
El Arzobispo de Canterbury, Matthew Parker, había sido consagrado en 1559, en el reinado de Isabel I, por cuatro obispos que se habían declarado protestantes bajo Eduardo VI; según eso, la consagración no habría sido válida por carecer de Sucesión Apostólica; suponiendo que ésta hubiera sido interrumpida, habría sido restaurada en la consagración del Arzobispo William Laud en 1573 cuyos consecrantes estaban en la línea de sucesión italiana e irlandesa, que no eran motivo de disputa.
Otro argumento fue que el rito utilizado bajo Eduardo VI –influido de doctrina calvinista-, no contenía elementos indispensables para una ordenación válida. Ejemplo: la traditio instrumentorum o "entrega de los instrumentos del oficio" (a saber: el libro de los Evangelios a los diáconos, y el cáliz y la patena para celebrar la eucaristía, a los presbíteros). Esta ceremonia tenía –al empezar a practicarse-, un propósito meramente simbólico; en la Edad Media se incluyó en la ordenación de diáconos y presbíteros. Pero ésta costumbre no aparece –por ejemplo-, en un ritual antiquísimo del siglo II: la Tradición Apostólica de Hipólito de Roma. Tan sólo eso pondría en jaque también la validez de las órdenes romanas, si realmente fuera necesario todo este alegato.
Además, se alegaba que el rito de ordenación anglicano tenía una intención defectuosa al no especificar que el ordenando quedaba facultado para ofrecer el sacrificio de la misa. El entendimiento sobre la manera en que ha de entenderse la Eucaristía como Sacrificio de Cristo, es el punto central de la discusión, mejor que la doctrina de la Sucesión Apostólica.
De hecho, fue el propio León XIII quien –consecuentemente con sus ideas y temores, y presionado por las necesidades de la jerarquía católica romana inglesa-, inclinó la balanza en contra de las órdenes anglicanas, pese a que -hasta fechas recientes-, oficialmente se dijera en el Vaticano que el fallo negativo fuese unánime. Así, en 1896, el Papa emitió la bula Apostolicae Curae que declaraba nulas las órdenes conferidas con el rito anglicano.
Réplica anglicana, opinión ortodoxa, y revisión ecuménica anglicano-romana (ARCIC).
El Arzobispo de Canterbury -Frederick Temple, ya mencionado-, conjuntamente con el Arzobispo de York William Dalrymple Maclagan publicó una réplica titulada Saepius Officio (1897), en la que referían la variedad de ritos de ordenación en el pasado histórico, especialmente en Oriente; insistían en que la intención de la Iglesia de Inglaterra en sus ordenaciones era conferir el ministerio fundado en tiempos apostólicos: “Al anular nuestras órdenes, anulan las suyas propias, y pronuncian sentencia sobre su propia Iglesia”. Se indicaba que la intención anglicana quedaba suficientemente demostrada, pues existen en el Libro de Oración Común dos ritos separados, uno para ordenar diáconos y otro para ordenar presbíteros.
Desde 1896 ha habido montones de literatura que explica o confirma la visión vaticana, y otros que critican los acontecimientos históricos que la originaron y sus limitaciones teológicas. Los estudios elaborados, han resultado tendenciosos, según se ha constatado después del Concilio Vaticano II y al abrir los archivos Vaticanos en 1996, en el centenario de la Apostolicae Curae.
La comisión pontificia ad-hoc (cuyos trabajos iniciaron el 24 de marzo de 1896), se reunió doce veces sin llegar a un acuerdo consensuado. El Padre Luis Duchesti y otros estudiosos católicos romanos se habían pronunciado por el reconocimiento a las órdenes anglicanas; pero las razones para el desconocimiento fueron de orden político, para lo cual se armó un andamiaje teológico. Amén de los antecedentes ya mencionados, los objetivos de la Curia Romana parece que estribaban en legitimar el Papado ante ortodoxos y anglo-católicos, con miras a lograr su unión. Nunca grandes números de laicos ni clérigos anglicanos volvieron a la jurisdicción romana, pero –como se ha visto-, se cubrió bien el objetivo de ganar un enclave seguro y respetado en el corazón del Imperio británico.




El Arzobispo Rowan Williams, de Canterbury (izq.), junto con el Deán catedralicio, recibe al Bartolomé I, Patriarca de Constantinopla y primado de honor de la Iglesia Ortodoxa. (Foto: Archivo ACNS) .

La Iglesia Ortodoxa considera las órdenes anglicanas al mismo nivel en que consideran a las órdenes católicas romanas, las armenias, y otras orientales. No hay consenso entre los ortodoxos, unos se muestran más bien favorables (Patriarcado de Antioquía), otros no; esto es consecuente: la Ortodoxia no es, en modo alguno, una entidad monolítica, amén de que esta iglesia se caracteriza por un énfasis teológico y místico, y no por el énfasis jurídico –típico del Catolicismo Romano. La Ortodoxia considera la validez de los sacramentos o del ministerio de individuos únicamente en el marco de su comunión con la Iglesia total, que –conforme a su enseñanza-, se expresa únicamente en la Iglesia Ortodoxa.

Otro aspecto de la visita del Patriarca Ecuménico a Inglaterra, y de su recepción por el Arzobispo Williams. (Foto: ACNS).





Las relaciones ecuménicas entre la Comunión Anglicana y la Iglesia Católica Romana se han desarrollado en el marco de la Comisión Internacional Anglicano-Romana (ARCIC, por sus siglas inglesas). Se trata de una organización que trabaja por el progreso ecuménico entre ambas comuniones; sus patrocinadores son el Consejo Consultivo Anglicano y el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos (anteriormente Secretariado).

ARCIC se propone identificar las áreas comunes de diálogo. Ya se ha llegado a áreas comunes de diálogo en los temas sobre la Eucaristía y el papel de la Virgen María en la Iglesia, sin embargo, el tema de la Autoridad en la Iglesia sigue en compleja discusión.

Las relaciones ecuménicas han entrado en un receso debido a la negativa católica romana a continuar (bajo Juan Pablo II), en tanto se mantenga la práctica de la ordenación de las mujeres dentro de la Comunión Anglicana y –en años más recientes-, las controversias anglicanas sobre la homosexualidad, y la consagración episcopal del Obispo de New Hampshire Gene Robinson.




Histórico encuentro entre un Arzobispo de Canterbury y un Papa, desde la ruptura entre anglicanos y católicos romanos, Arthur Michael Ramsay visita en Roma a Paulo VI en 1966, sólo precedido por la breve relación entre Pío XII y Geoffrey Francis Fisher.





Actualidad:

En la búsqueda de poder y legitimación que, de tiempo en tiempo, buscan las entidades sociales, hemos visualizado someramente el marco histórico e ideológico que rodeó la controversia anglicano-romana sobre el presunto problema de la validez de las órdenes sagradas conferidas con el rito anglicano. En el fondo, lo que estaba en juego era la competencia política por la legitimidad de las Iglesias, y de su respaldo a unas determinadas propuestas ideológicas, políticas y sociales. El debate teológico -desventuradamente-, se condiciona a necesidades de partido.

A casi cien años exactos de la bula Apostolicae Curae, aparece la Encíclica Dominus Iesus, una declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe, signada por su Prefecto, el Cardenal Joseph Ratzinger (después Papa Benedicto XVI), y por su Secretario, el Arzobispo Tarcisio Bertone, después Cardenal Secretario de Estado. Aprobada por el Papa Juan Pablo II, fue publicada el 06 de agosto de 2000 --104 años después de la bula de León XIII. Su título oficial es: Acerca de la Unidad y la Universalidad Salvífica de Jesucristo y de la Iglesia.

En sus variadas situaciones de crisis a lo largo de los siglos, la Iglesia Católica Romana ha sabido ceder al cambio, absorbiendo e incluyendo las nuevas propuestas en su propia agenda --como cuando permitió la fundación del proyecto Franciscano en el siglo XII, o cuando generó el catolicismo social de principios del siglo XX--, pero también, en cada caso, ha tenido la mano muy firme -cuando no muy dura-, al recurrir a sus propias fuentes y apostar por un integrismo que exige una militancia leal.

Con la Dominus Iesus, la Curia romana -que no la totalidad de la Iglesia Católica Romana-, recurre al discurso antiquísimo que plantea a esa Iglesia como la sola Iglesia verdadera, y echa atrás toda la construcción ecuménica del Concilio Vaticano II, que había llegado a considerar como Iglesias hermanas y parte del Cuerpo Místico de Cristo a muchas de las otras cristiandades, reduciéndolas a "comunidades eclesiales".

Si en 1896, Frederick Temple respondió -con la Saepius Officio a León XIII y a la Apostolicae Curae, en el 2000 no faltó un George Carey que respondiera firmemente, al Cardenal Ratzinger y a Juan Pablo II, en la Dominus Iesus, lamentando que parecieran quedar borradas de un plumazo las expectativas y compromisos creados a partir del Concilio Vaticano II, y advirtiendo que la Comunión Anglicana seguiría haciendo ecumenismo con las entidades eclesiales que estuviesen dispuestas al diálogo.

¿Qué clase de Anglicanismo queremos?

En estos años iniciales del siglo XXI, muchas instituciones, así como la humanidad misma, están en crisis, y ante un replanteamiento de su ser y misión en el mundo. En una reunión oficial en una diócesis anglicana en México. Uno de los planteamientos versó sobre ser una iglesia rural, confinada a pueblos y gente pobre, o aspirar a abarcar espacios urbanos, especialmente en vecindarios de gente acomodada: El planteamiento -a fe mía-, apostaba por lo segundo.

Indudablemente, el Evangelio es para toda persona que esté dispuesta a aceptar sus exigencias, lo cual incluye a pobres y ricos. Sin embargo, es terrible que una visión como la del planteamiento anterior, pueda congelarse en una adopción cómoda del Evangelio y de la Iglesia, y no plantearse –por ningún lado-, la posibilidad de ser una Iglesia que le apueste a la Razón y la experiencia humanas como expresión de la Razón misma de Dios que discierna la Biblia y la Tradición eclesiástica. Para ello, creo que no se puede menos que acompañar a la gente en sus procesos de cambio y maduración social y económica, y no sólo en capellanías para personas económicamente solventes, sin –además-, alimentar en ellas el deseo de crecimiento y de cambios, y sin un compromiso social que vaya un algo más allá de la dinámica social "filantrópica".

Pareciera que a poca gente le interesara con seriedad –en el cristianismo tradicional-, constituirse en una Iglesia que enseñe a la gente a 1. razonar su fe, 2. hacerse preguntas y 3. aceptar el riesgo de no siempre tener respuestas seguras para todo: y –muy especialmente-, 4. aceptar la cruz de que eso, precisamente, es una de las implicaciones de seguir a Dios mediante las enseñanzas de Cristo -dicho de otro modo: de tener fe. Esta falta de interés, de un modo u otro afecta a las Iglesias de la Comunión Anglicana que se enfrentan a una terrible crisis económica mundial e intestina, así como a una tensión que YA -hoy-, está enfrentándola a resquebrajaduras cismáticas por parte de los conservadores.

La tejedura de alianzas políticas desde la actual administración del Vaticano, se ha ido ganando a importantes sectores de la Iglesia Ortodoxa, y -si en el siglo XIX pretendía aliarse con los eclesiásticos y académicos del Movimiento de Oxford, es decir, con el énfasis puesto en el ritualismo, así como en el apoyo a los sectores obreros, hoy las tintas se cargan en los asuntos concernientes a la sexualidad humana: mujeres ordenadas y personas homosexuales, aunque también la apertura para debatir sobre el aborto, la constitución de la familia y la equidad de género.

De modo que actualmente se aparece el fantasma de una reconformación de la Comunión Anglicana a partir de sectores conservadores como la Iglesia Anglicana del Cono Sur -que parece estar presente hasta en los rincones más insospechados del Anglicanismo-, así como la Coalición Anglicana en Canadá, la Convocación de Anglicanos en Norte América y otras sociedades eclesiásticas que podrían ser candidatas a un reconocimiento -al menos para un diálogo "ecuménico" de parte de la actual Curia en Roma.

La pregunta sobre qué clase de Anglicanismo queremos, ha tenido siempre su resonancia ecuménica, y tiene que ver con “hacia qué lado nos inclinamos”. Los anglicanos somos una Via Media –al menos eso dijo alguien a quien yo llamaría “nuestro verdadero padre fundador”, el Dr. Richard Hooker, teólogo y sacerdote del siglo XVI; pero esto de ser “vía media” no consiste tan sólo en saber mezclar estéticamente un poco de todo (catolicismo romano y protestantismo, especialmente), sino en saber ser asertivos para hallar la verdad de Dios por la vía de la razón y la experiencia que armoniza Biblia y Tradición allí donde los extremos se fanatizan y se convierten en fundamentalismos o integrismos y se alejan desesperados en su búsqueda de respuestas. Tiene que ver con enseñar a la gente a pensar, pero parece que eso es el más tremendo tabú para la mayoría de las comunidades religiosas grandes y pequeñas.

El Arzobispo Rowan Williams y el Papa Benedicto XVI se encuentran en el Vaticano: Pese a los diversos avances en lo teológico durante el papado de Juan Pablo II y el episcopado de George Carey, y en el ecumenismo práctico entre diócesis y otras pequeñas iglesias, la agenda conjunta de ambas comuniones se ha visto estancada por las crisis de las tensiones entre liberales y conservadores que vive cada una en sus propias circunstancias. (Foto: ACNS).

En el asunto de la validez de las órdenes anglicanas, a veces pareciera como si la agenda consistiera en cubrir los requisitos para parecernos lo más posible -o al menos resultar agradables-, no a la Iglesia Católica Romana (lo cual incluye a sus infanterías: monjas, clérigos rurales, laicos comprometidos), sino a la jerarquía de turno –y además a una determinada visión de esa Iglesia.

Ante las ideas de Sucesión Apostólica y Episcopado Histórico que tradicionalmente hemos sostenido los anglicanos para validar nuestras órdenes sagradas, se levanta la exigencia que hace la sociedad laica de una validez ética, (“demasiados símbolos y poco servicio”, comentaba hace poco un lector), por no decir que el propio Jesús mantenía una guerra declarada contra la hipocresía y –no siendo él mismo miembro de ninguna “sucesión” sacerdotal, se supo ubicar en el papel de Pastor compasivo e interesado por su gente, mientras que el único sacerdocio que ejerció fue el de su propia pasión y muerte, en el incómodo altar de la Cruz.

Tiene gran importancia –por desgracia-, el que la agenda ecuménica se determine –en gran parte-, por preocupaciones polìticas mejor que por la búsqueda de hacer madurar al ser humano y hacer de la Iglesia una comunidad solidaria y fraterna.

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS.-

1. http://www.mercaba.org/DicEC/O/ordenes_anglicanas.htm. Este enlace refiere los antecedentes y el estado actual de las relaciones anglicano-romanas:

2. La Bula Apostolicae Curae se puede hallar en:
Denzinger, Enrique; El Magisterio de la Iglesia (Enchiridion Symbolorum de rebus fidei et morum), Ed. Herder, Sección de Teología y Filosofía. Vol. 22; Barcelona, 1963.

3. La revista jesuita mexicana Actualidad Litúrgica, en un ejemplar del año 1984 u 85 en su serie "Lo que piensan los cristianos sobre los sacramentos", menciona la falta de consenso de los estudios que condujeron a la bula Apostolicae Curae.

4. Para los movimientos anglicanos socialistas, recomendamos el sitio: Anglo-Catholic Socialism



U.I.O.G.D.
Para que en todas las cosas sea Dios glorificado…