domingo, 13 de julio de 2008

Obispas y personas homosexuales en la Iglesia:
Conciencia y responsabilidad de los Obispos.
Conferencia de Lambeth 2008.
Por el Pbro. Miguel Zavala-Múgica+
Es preocupante la situación actual de la Comunión Anglicana, y de la Cristiandad en general: no sólo en lo global, sino en lo particular, en cada congregación.

Los obispos de la Comunión Anglicana –serían unos 800, pero reducidos quizá a unos 550 ó 600 a causa de un reciente boicot-, están a punto de reunirse, el 16 de julio, en la sesión inaugural de la Conferencia de Lambeth, que –a su vez-, se reúne cada diez años en Inglaterra. Hay muchos asuntos importantes, pero tal parece que un grupo notable de obispos ha puesto en el primer lugar de la agenda dos asuntos: el acceso de las mujeres al episcopado, y el acceso de las personas homosexuales practicantes a las órdenes sagradas (de ahí lo del boicot).

Para empezar, hay que tener claro que la Comunión Anglicana es una familia de iglesias nacionales o regionales que están en comunión entre sí, y todas con el Arzobispo de Canterbury, nexo visible de la fraternidad. Los anglicanos no somos ni una denominación, como lo son la mayoría de las Iglesias Evangélicas, ni tampoco asumimos el considerarnos “La Iglesia”, como es el caso de la Iglesia Ortodoxa o la Iglesia Católica Romana. De aquí que tal cosa como “La Iglesia Anglicana” –en términos absolutos-, no exista; sólo se puede hablar de Iglesia Anglicana añadiendo una denominación geográfica, como: Iglesia Anglicana del Canadá, o Iglesia Episcopal Anglicana del Brasil, etc.

Los anglicanos nos consideramos una Familia de Iglesias en comunión, dentro de una sola Santa Iglesia Católica de Cristo, que está formada –además-, por evangélicos, católicos romanos, ortodoxos y otros cristianos.

Entre nosotros, los criterios de verdad no se determinan por la sola lectura de la Biblia, ni por las definiciones de un solo jerarca, o de un colegio de obispos. Cuando los anglicanos buscamos una respuesta a problemas que nos inquietan, como: aborto, homosexualidad, eutanasia, divorcio, suicidio, uniones distintas al matrimonio, etcétera, lo hacemos en comunión con toda la familia anglicana, pero a partir de cada Iglesia local, en el Sínodo General o Convención General de cada Iglesia o Provincia eclesiástica.

A la hora de efectuar este discernimiento: “cómo debo creer” / “como debo comportarme”, los anglicanos sopesamos tres cosas: 1. qué dice la Biblia; 2. qué dicen los escritores cristianos de ayer (¡y también de hoy!), y 3. qué dice la experiencia razonada del pueblo de Dios, esto incluye qué dicen: los médicos, los obreros, los banqueros, los pobres, los gobernantes, los y las sexo-trabajadores, los casados, los solteros, los científicos, en una palabra: las personas que viven en el mundo y se enfrentan a decisiones difíciles todos los días. Se trata del triángulo: Escritura / Tradición / Experiencia razonada.

Sin embargo, las iglesias de la Comunión Anglicana hemos entrado en un terrible desacuerdo –como ya hemos visto-, acerca de cómo enfrentarnos a algunas situaciones. La ordenación de las mujeres a los tres niveles del ministerio, es una realidad en la mayor parte de las provincias anglicanas, y vemos ministerios femeninos tan fructíferos y hermosos, como desastrosos y terribles, cual los puede haber entre los clérigos varones; no se trata de discernir si las mujeres tienen o no derecho a la ordenación, sino de asumir que Dios otorga su Gracia en el Bautismo lo mismo a mujeres que a varones, y que esta Gracia cristifica (es decir: llena de Cristo y transforma en Cristo) a la persona que la recibe, sea “judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer”, como diría la Carta a los Gálatas.

Homosexuales entre el clero y el pueblo los hay y los ha habido siempre y los habrá hasta el fin de los siglos. Algunos en la Comunión Anglicana dicen algo similar a esto: --“Sí que estén, pero que no lo digan, que no hablen, que no respiren…” Me parece que –en este caso-, no se trata de aprobar el transvestismo, ni los abusos sexuales contra nadie, esos son asuntos diferentes que hay que tratar aparte. Algunos obispos y fieles en general, quisieran negociar más bien con la hipocresía que con afrontar serena y razonablemente este asunto.
Mucho del análisis que se hace en algunas provincias anglicanas acerca de los pasajes bíblicos que condenan las relaciones homosexuales, no se hace con la mecánica anglicana de recibir la Palabra de Dios, sino con la metodología de iglesias fundamentalistas, o de sectores católicos romanos muy integristas.

Pero lo peor del asunto es que las personas que encabezan estos estudios (y a veces puras campañas y nada de estudio), especialmente algunos de los 280 obispos diocesanos y primados reunidos apenas en un concilio-boicot en Jerusalén hace un par de semanas, son obispos (y presbíteros también) con un nivel espantosamente bajo de estudios canónicos… ¡y todavía peor!, sin una suficiente formación secular: ni académica, ni de lectura constante de buenos periódicos, ni nada de nada… No hablo de todos, por supuesto, pero sí de muchos.

No pesando casos particulares, sino haciendo un balance global anglicano, la Educación Cristiana –desde el nivel de la catequesis infantil hasta el de la Teología-, es un desastre que no puede menos que preocupar a quienes amamos y respetamos a la Comunión Anglicana. Esta crisis de la Educación Cristiana deriva de una horrorosa ambición por el poder: laicos con buenos talentos e intenciones, quieren ser clérigos a como dé lugar, a falta de clérigos, algunos obispos –en su comprensible desesperación-, efectúan preparativos de estudios y ordenaciones “al vapor” con gente que queda pésimamente mal preparada espiritual y académicamente, y que no pueden menos que ser la causa de consecuencias tan lamentables como el teatro vergonzoso que estamos viviendo los anglicanos.

Un querido arzobispo ortodoxo a quien considero un amigo –y que no es quién muchos que me conocen se imaginan-, me preguntaba: “Padre Miguel. ¿Dónde va su Iglesia, dónde va la Comunión Anglicana? Están apostando ustedes por un destino sin futuro, se apartan de la Biblia y de la Tradición… Los pentecostales y nosotros somos iglesias que le dicen claro a la gente lo que se espera de ellos, en qué deben creer, cómo deben pensar; ¡ustedes los anglicanos quieren obligar a la gente a pensar sola…!” Otro arzobispo ortodoxo –amigo también-, exclamaba: “¿Dónde han dejado ustedes la Biblia? ¿dónde los Santos Padres?
Estoy aprendiendo –con muchos trabajos-, a no ofenderme de lo que otros digan, menos aún si hablan honestamente convencidos de lo que dicen… menos aún, si son mis amigos y hermanos. Así que pensando y reflexionando muy bien estas palabras, pienso que la Comunión Anglicana va hacia donde Dios quiere que vaya –siempre y cuando camine humildemente, como dice el profeta Miqueas. Lo único seguro en nuestro camino no es ni la infalibilidad de un jerarca, ni la de la Iglesia… yo no creo (y en general ningún anglicano cree) en la infalibilidad de nadie. Lo seguro en nuestro caminar es la bendita compañía de Dios en nuestro esfuerzo por discernir la verdad.

La respuesta la encuentro en el pensamiento de otro laico ortodoxo también... Hace años leía yo –motivado por mi maestro, el Padre Hermilo Asiaín, a Dostoievsky, Los Hermanos Karamazov, el capítulo que se conoce como “El Gran Inquisidor”. Cristo llega a la Sevilla del siglo XVI, y la gente se le acerca y lo rodea, beneficiándose de su amor, de sus milagros, de la bendición de su presencia. De inmediato lo detectan los oficiales del Santo Oficio, y lo llevan a las cárceles de la “esquina chata” (por usar un tradicional mote de ese “¿santo?” tribunal). Allí un casi nonagenario inquisidor lo reconoce… ¡sabe…! que se trata de Jesús, de Cristo, y lo interroga, lo interpela: “¿A qué has venido?”, “¿Qué quieres aquí?”, “Déjanos, tu proyecto de salvación marcha bien con nosotros a cargo. Lo que tú hubieras hecho, lo habría llevado todo al fracaso… Vete al cielo, a donde perteneces y donde la gente te puede ver bien para adorarte; las cosas en la tierra déjanoslas a nosotros, que con nosotros a cargo, marchan muy bien…”

En realidad, no he citado a Dostoievsky, ni he tratado de escribir de memoria, he reproducido el espíritu de lo que somos capaces de decir los sacerdotes cuando pretendemos asumir el papel de Caifás (El Sacerdote por antonomasia), y nos refugiamos en lo “políticamente correcto” (“Sí… está bien que haya homosexuales, ¡pero por Dios, que no lo digan, no hablen de eso!”).
A muchas personas de muy buena voluntad les preocupa que la aceptación de la mujer en el episcopado y de los homosexuales –como tales-, en la Iglesia, haga cambiar las cosas dramáticamente: se imaginan la Iglesia llena de sexo-trabajadores vestidos como tales (como si todos los homosexuales lo fuesen, o como si esas personas no tuvieran derecho a acercarse respetuosamente al altar). El miedo a lo desconocido les consume.

Y tienen razón en cierta forma, hablan de lo que han visto parcialmente, de lo que suponen que puede pasar. ¡Pero precisamente aquí es donde está el punto crítico! Tenemos miedo todos… ¡miedo! Miedo a dialogar, a ensayar formas de preguntas y respuestas ordenadas en un espacio y un tiempo ordenado. Hace unos quince años, el Obispo Sergio Carranza -de la Diócesis de México-, cumplió con el requerimiento de la Convención General de la Iglesia Episcopal, de que hubiese unos talleres de diálogo sobre sexualidad humana. Yo doy testimonio fiel de que esos talleres (los condujo una persona laica: Maritza Córdova, gran amiga y hermana en Cristo), permitieron una maduración y un desahogo maravilloso en y entre muchos compañeros miembros de la Iglesia… ¿qué hicieron los demás obispos diocesanos mexicanos de aquél entonces?... ¿qué podían hacer?: nada, carentes de preparación algunos, prejuiciados también, y otros ocupados en asuntos más terrenales (según después se supo), simplemente ignoraron el mandato que la Iglesia les había hecho, y ni quisieron crecer ellos, ni permitir que su pueblo se expresara con orden y concierto.

La Conferencia de Lambeth emite la opinión de los obispos anglicanos del mundo, sin embargo, no es un sínodo, no es un concilio, y carece de autoridad legislativa. Es la voz de los obispos y por ello es venerable, pero sólo en tanto los obispos cumplan con su función como tales. ¿Y cuál es esta función? El Obispo es el enlace representa a su iglesia particular ante el concierto internacional de la Gran Iglesia, y a la Gran Iglesia ante su iglesia particular; es decir, es el puente entre la comunidad diocesana y la catolicidad. Para lograrlo, el Obispo tiene que ser el pastor y maestro que ha escuchado el parecer de su pueblo y lleva éste ante sus hermanos obispos, y –a la vez-, el compañero y discípulo que aprende y evalúa el consenso de los obispos y trae esta voz ante su comunidad local, y la expone como maestro de la fe; es labor, también, del Obispo, instrumentar el encuentro feliz entre las voces locales y las de la Gran Iglesia.

Muy bien, para eso se necesita capacidad académica, sentido común y caridad: las tres cosas, todas para una, y una para todas…

Oremos por las luces del Espíritu de Dios –de libertad y gracia-, entre nuestros obispos en la Conferencia de Lambeth.
"Dios no debe padecer las necedades del sacerdote"
Voltaire.
U.I.O.G.D.