viernes, 9 de mayo de 2008

La Educación Cristiana
en la estructura de la Iglesia.



Por el Padre Miguel Zavala-Múgica+
Presbítero de la Diócesis del Occidente de México.



(27.Noviembre.2007)


La ordenación de las mujeres en la Comunión Anglicana es -sin duda alguna, desde mi opinión particular-, un gran avance en la vida de la Iglesia, y un acto de justicia en Cristo hacia todos los bautizados (y bautizadas).

Muchas provincias, diócesis y parroquias anglicanas en todo el mundo, son ejemplos de buenos sistemas educativos; sin embargo, en muchos casos, parece que las comunidades de anglicanos no hemos sabido organizar el nuevo paradigma (visión y sistema) que la ordenación de las mujeres obliga a reconstruir en la Iglesia; o bien no estamos conscientes de que existe un paradigma qué reformar...

En el paradigma tradicional, anterior a la década de 1970, la opción de cualquier varón bautizado que cubriese los requisitos podían ser los estudios teológicos y el proceso de ordenación diaconal y presbiteral; entre tanto, la opción femenina -aunque consideraba la posibilidad de estudios teológicos superiores-, no aspiraba a la ordenación, en lugar de ello, la licenciatura y otros grados en Educación Cristiana, eran la posibilidad que las mujeres anglicanas tenían para el desarrollo de su vocación y ministerio en la Iglesia.

Al abrirse la posibilidad para la ordenación femenina, el ministerio de la catequesis (Educación Cristiana es el nombre tradicional), parece no haber sido igualmente apoyado -al menos en ambientes latinoamericanos-; muchas mujeres, sus anteriores candidatas, dirigieron su atención únicamente hacia el ministerio ordenado, y no es nada común ver a hombres interesados en el ministerio educativo de la Iglesia.

En muchos lugares (diócesis y parroquias), se ha desarrollado entre algunos laicos y clérigos -en lo que a actitudes extraoficiales se refiere-, una especie de desprecio por el ministerio de la Educación Cristiana; en la mente popular (clérigos incluidos), las misioneras y catequistas parecen figurar como una especie de "auxiliares" del trabajo de un clérigo (o clériga), especialmente cuando éste no puede o no quiere encargarse de este trabajo.

Indudablemente, hay clérigos (y laicos) que se distinguen por su labor como maestros de niños, jóvenes, y aun de adultos, y que no se contentan con celebrar la Eucaristía una o dos veces por semana. Aquellos clérigos, afortunadamente, no son pocos, su labor es esencial, y será la que permanezca a la larga.

Muchos laicos (y clérigos) se ofenden, o se sienten disminuidos de que se les pida encargarse del trabajo educativo con niños; si el rector o vicario es "alérgico" a la presencia de niñas y niños en su iglesia, la cosa es peor aún. Pero eso está íntimamente ligado al concepto que se ha permitido desarrollar en las iglesias y a la falta de recursos destinados a la Educación Cristiana (morales, materiales y financieros).

Pero nada de lo anterior es peor que el imaginario cultural que no mira el ministerio ordenado como un servicio a semejanza del de Cristo, sino como una posición de control y hegemonía; con semejante visión, es natural que tenga mayor estatus cualquiera que -en la Iglesia-, se encargue (bien o mal) de las finanzas de una parroquia o de una diócesis, y el ministerio (laico o clerical) de la Educación Cristiana, quedará en un segundo o tercer plano.

Ninguna agrupación religiosa que vea la educación de la fe como un asunto secundario, tendrá -eventualmente-, la posibilidad (ni el derecho) de sobrevivir. Los judíos y los musulmanes basan su supervivencia en que se trata de comunidades con un fortísimo sentido de la educación de su fe desde el hogar mismo; los niños son importantísimos en los ritos del hogar, la cena misma de Pascua (el Séder de Pésaj), y otros ritos, tienen tradiciones y ceremonias en las que los niños son absolutamente protagónicos.

Otro tanto se puede decir de los protestantes tradicionales y modernos, así como de los mormones -salvadas las diferencias.

Cada vez que alguien se queja (con justicia o no) de alguna institución teológica mediocre, o de la carente formación de un clérigo (o clériga), debiera volver sus ojos hacia el estado que guarda la Educación Cristiana básica, en el hogar o en la iglesia, que es la base de la mediocridad o del éxito de todo lo que se construya encima de ella.


U.I.O.G.D.



La Educación Cristiana:
El Catecismo.



Por el Padre Miguel Zavala-Múgica+
Presbítero de la Diócesis del Occidente de México.



(27.Noviembre.2007)


En lo que se refiere a los usos de los conceptos de Catecismo y Catequesis, la verdad es mucho más amplia, que remitirlo sólo al uso de la Iglesia Católica Romana.

La palabra griega katéjesis / katejéseos (catequesis) seguramente que se usaba en el griego común pre-cristiano, aunque no conozco ningún documento que lo atestigüe. El primer uso cristiano que ha llegado hasta nosotros, es oriental -cuando Roma no era aún hegemónica-, y se remite a las primitivas Catequesis Mistagógicas de San Cirilo y Juan de Jerusalén, sucesivos obispos griegos de aquella ciudad y contemporáneos de Constantino el Grande (s. IV).

El título de la obra no puede ser más sugestivo: mystagogía es la "conducción hacia el misterio". Las Catequesis de San Cirilo son una instrucción previa a los misterios de Cristo y de la Iniciación Cristiana, a saber: Bautismo (baño de la Regeneración), Crismación (unción con el óleo perfumado -Santo Crisma-, que representa el Don del Espíritu Santo), y Eucaristía (participación en el banquete del Cuerpo y la Sangre de Cristo).

El cristianismo primitivo nació en medio de un ambiente marcado, en lo religioso, por cultos mistéricos como el mitraísmo; se seguía una Disciplina de Arcano (es decir, los misterios se guardaban en secrecía, de ahí que se haya llegado a confundir los conceptos de "secreto" y "misterio"), y había ceremonias para introducir a los adeptos en el culto de Cristo. En ese sentido, las Catequesis son mistagógicas porque eran una explanación posterior -tanto teológica como litúrgica-, de las ceremonias que los neófitos (néon fýton = "nueva planta") habían experimentado.

Pero no tendremos un primer texto al que se denominara Catecismo y se redactara a base de preguntas y respuestas, sino hasta... ¡Martín Lutero!, el gran reformador alemán de la primera mitad del siglo XVI. Dotado de un múltiple talento renacentista para: la traducción, la exégesis bíblica, la teología, la enseñanza, la predicación, la arenga pública y la pedagogía, Lutero tradujo enteramente la Biblia al alemán, escribió una serie de obras teológicas que reformó enteramente el cristianismo -purificándolo de múltiples adherencias medievales y centrándolo más en la investigación bíblica-, y sentó las bases para una reeducación total de diversas sociedades europeas.
Además de sus famosas 95 Tesis, Lutero fue un autor prolífico. Dos de sus principales obras fueron el Catecismo Mayor y el Catecismo Menor, los primeros a base de preguntas y respuestas que conoció el cristianismo.
Lutero escribió dos obras pedagógicas: Catecismo Mayor y Catecismo Menor -series de preguntas y respuestas, como ya dijimos-, y los empleó como base para la formación previa de los jóvenes que habían de recibir la Confirmación.

El Catecismo del Padre Jerónimo de Ripalda, de la Compañía de Jesús (también del siglo XVI), sería un antídoto contrarreformista que respondería a la empresa luterana con el mismo método. Ambas empresas educativas -los catecismos de Lutero y el de Ripalda-, fueron (a ambos lados de la cristiandad occidental), la base de la educación cristiana hasta muy entrado el siglo XX.

Los modernos sistemas educativos suelen menospreciar o relegar el uso de la memoria como base para la educación. Es indudable que una educación integral debe capacitar a los alumnos para la crítica del conocimiento, así como para la aplicación práctica de éste en diversos campos; pero no deja de ser cierto que el éxito de las Iglesias (y el de las religiones en general) en dejar impronta de sus ideas y conceptos en la mente de los pueblos, ponen clara la importancia de la memoria en los procesos educativos.


U.I.O.G.D.