Reflexión sobre “Misterios Mayores y Menores” de
Arthur E. Waite, respecto de la
Iniciación Cristiana. Pbro. Miguel Zavala Múgica+ (Se sugiere leer el texto Misterios Menores y Mayores, de Arthur Waite, que aparece inmediatamente debajo de este artículo).
Waite aborda el asunto de los Misterios de Eleusis (denominación que abarca dos clases de Misterios, los mayores, celebrados en Agra, y los menores, en la propia Eleusis. Una clase de ritos y ceremonias celebrados localmente en Atenas, en la Grecia antigua. Para Waite, el interés fundamental está en derivar este estudio hacia su explicación del simbolismo y los rituales de la Francmasonería, que se concibe a sí misma como continuadora del Esoterismo de la tradición occidental, sin embargo, esto es interesante para los cristianos así como para los estudiosos del comparativismo religioso, porque –en el siglo I d.C.-, las religiones de misterio (o religiones mistéricas), fueron el caldo de cultivo del Cristianismo, el cual acabó por recibir en su seno muchas prácticas y conceptos aportados por estos sistemas de creencias, dado que la popularidad de estos misterios continuó hasta muy entrada la Era Cristiana.
Como en estas vesperales luces del Mediterráneo libanés: La Epopteía es la visión superior de uno mismo y de la realidad, objetivo espiritual de los Misterios de Eleusis, contemplación "del mundo, como condensado en un destello de sol", entre tinieblas. (FOTO: Sharif Bujanda).
Religiones mistéricas. En las últimas centurias anteriores a la Era Cristiana, la afluencia de culturas del Oriente (Asia Menor, Egipto, Babilonia, etc.) hacia la Hélade (Grecia), y lo que vino a ser, después, el Imperio Romano, se hizo muy rica y variada, dado el tráfico comercial y militar hacia uno y otro lado del mundo conocido. Así, algunas que en Oriente eran religiones populares y abiertas a todo el pueblo, al llegar a Grecia y el Imperio Romano, se convertían en asunto de unos cuantos –especie de clubes filosóficos y/o religiosos-, y convivían así con los cultos y religiones oficiales en Occidente. Se trataba de religiones personales, individualistas –exactamente como lo son ahora muchos cultos y religiones de la New Age-, alejadas, aunque no necesariamente contrapuestas al corporativismo o al carácter cívico de las religiones dominantes. A los adeptos a los misterios, rara vez se les exigió (como sí pasaba con el Judaísmo y el Cristianismo) que abjuraran o se alejaran de sus religiones familiares o convencionales. Técnicamente, estaba prohibido que los ciudadanos romanos participaran en cultos de misterio, puesto que se les exigía la lealtad cívica y religiosa a la religión de Roma; quizá ello halla ayudado a que los festejos públicos –con frecuencia desenfrenados y lascivos-, asociados con estos cultos, haya sido –únicamente en algunos casos-, la manera como muchas de estas religiones llegaran a Roma. Es el caso de Baal-Hadad, Atargatis (ambos, deidades sirias o arameas), o el culto de Mâ , una diosa madre oriunda de Capadocia que más tarde compartiría elementos con la Cibeles, de Frigia, también una diosa madre muy importante. Podemos comparar esto con los festejos sociales, rodeados de alcohol, vendimias comerciales, prostitución y delincuencia, que eventualmente se desarrollan en torno a las fiestas de algún santo cristiano… ni el mundo ni la humanidad han cambiado gran cosa. Cuando en la Carta a los Efesios, el autor dice: “…un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos…”, postula la unicidad de opciones del Cristianismo, teniendo en cuenta su contraposición al clima religioso de la época, que permitía una multiplicidad de kýrioi (“señores”), theoí (“dioses”), e iniciaciones (baptísmata). Vestigios de elementos mistéricos en las liturgias cristianas más antiguas. Sin embargo, el Cristianismo fue parte –al menos en sus primeros dos siglos-, de aquel mosaico de religiones mistéricas, e incorporó en sí mismo, muchos ritos y ceremonias que caracterizaban a aquéllas. Muchos elementos de las liturgias más antiguas así lo demuestran, como veremos entre las ceremonias del Bautismo, pero también en algunas ceremonias durante la Eucaristía; por ejemplo, la no admisión de los no-bautizados (no-iniciados) a la comunión. En las liturgias ambrosiana y bizantina hay ritos para la exclusión de los no-bautizados después de la instrucción (hoy diríamos: Liturgia de la Palabra) y antes del sacramento o misterio, propiamente dicho, (hoy diríamos, la consagración, o la Liturgia de Comunión). Rito ambrosiano, en latín (Milán, Italia):
Catechumeni recedant… iudaei, heretici,
pagani… et omnes cuius cura non est, recedant!
“¡Salgan los catecúmenos…! ¡judíos, herejes, paganos…
y todos aquellos que no tengan asunto , salgan!”
Rito bizantino, en griego:
y todos aquellos que no tengan asunto , salgan!”
Rito bizantino, en griego:
Oì kathêjouménoi, proélthete! …
’´Osoi kathêjouménoi proélthete!
“¡Catecúmenos, salid!...
¡Todos los catecúmenos salid!” También podemos ver que en el Cristianismo primitivo –como en las religiones mistéricas-, existía una disciplina de arcano; esto es: no divulgar lo que se había aprendido o conocido, un ejemplo claro está en el koinonikón o himno de comunión de la liturgia bizantina de San Juan Crisóstomo:
Toû deìpnou soû toû mystikoû,
sýmeron Yié Theoû,
koinonòn mé parálabai,
’où mê gàr toîs ’éjthrois soû
toû mystêrion ‘ypò,
’où fýlima soì dôso
-katapér ‘o ’Ioûdas,
’àl’os ‘o lystês ‘omologó soì:
--“Mnêsthiti moû, Kýrie,
’en tê Basileía soû!”
“Mnêsthiti moû, ‘Ágie,
’ótan ’èltheis
’en tê Basileía soû!”
“Mnêsthiti moû, Déspota,
’ótan ’èltheis
’en tê Basileía soû!”
……………………………………..
“A tu banquete místico,
hoy –oh Hijo de Dios-,
admíteme como partícipe,
Pues a tus enemigos
No revelaré tu misterio;
Ni te daré un beso,
como lo hizo Judas.
Sino –como el ladrón te confesaré:
--‘¡Acuérdate de mí, Señor,
en tu Reino!
¡Acuérdate de mí, Santo,
cuando vengas en tu Reino!”
¡Acuérdate de mí, mi Amo,
cuando vengas en tu Reino!’ ”
El nuevo nacimiento. Volviendo al tema de las religiones mistéricas, es interesante subrayar que se trata –en general-, de religiones de fertilidad, que implican un mito de muerte y resurrección, y representan el ciclo anual de la naturaleza (como en las religiones de los países orientales de donde procedían); esta base común a muchísimas religiones primitivas, permitió la facilidad en compartir ritos y ceremonias entre estas religiones –el Cristianismo incluido-, como resulta evidente en el esquema del ciclo litúrgico y en el profundo sentido mítico que subyace a los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía. Waite se pregunta si los Misterios de Eleusis habrán incluido acaso la revelación de la doctrina de un Dios único, la “caída” del ser humano, su inmortalidad y el modo de “retornar” a Dios. Menciona también los grados iniciáticos de: Mysta (místico) y Epopta (vidente). La tradición monástica –tanto latina como bizantina-, heredará el tener un sistema de grados de diversas escuelas de misterios –como los de Eleusis. El contacto entre estos misterios y el Cristianismo está documentado –como señala Waite-, en el escritor cristiano del siglo II: Tertuliano, quien habla de la gradación y de los años que había que pasar el iniciado en un nivel, para poder pasar a otro. Cuando Waite habla de “lustración”, se refiere al baño de regeneración (o “nuevo nacimiento”) que se ejecutaba en los Misterios Eleusinos, lo mismo que en otras muchas escuelas de misterios. El título “baño de la regeneración”, hasta hoy, sigue siendo la referencia aprobada al Bautismo Cristiano en la Iglesia. El ayuno solía ser parte –también-, de la misma preparación catecumenal al Bautismo, y de la disciplina de arcano hemos hablado ya. El rito de ablución (inmersión, creo que sería más correcto), en agua salada de mar, se vio sustituido –durante siglos-, por la adición de sal al agua que había de consagrarse para el Bautismo, lo cual hace sentido también con el trasfondo hebreo de la Cristiandad, se recordamos que el agua representa el mar caótico precio a la Creación. El ceremonial del fuego, se concretó a la entrega al neófito, de la candela encendida (en el Cirio Pascual, ya en la Edad Media). Dice Waite: “se supone que las llamas de ciertas antorchas –que eran pasadas de mano en mano–, purificaban al grupo o cohorte de postulantes”. Esto recuerda la manera en que la luz del Cirio Pascual se transmite desde el Cirio, hacia todos los congregantes, en la Vigilia de Pascua. El ex ópere operato y la decisión personal. Al decir que: “No había nada ex opere operato”, Waite (como hace Oswald Wirth –otro teórico esoterista francmasón-, en su obra La Iniciación Masónica) se refiere a una expresión latina usada en la Iglesia medieval para referirse a la eficacia inmediata de los ritos y ceremonias sobre la persona que los recibe (recipendiario), doctrina muy discutida y cuestionada en la Iglesia Católica Romana después del Concilio Vaticano II, y desde luego, ausente del Protestantismo. Las Iglesias Anglicanas –fieles a su tradición de via media (muchas veces acusada de ambigua)-, y los sectores más liberales de la Iglesia Católica Romana, guardan una idea balanceada de los sacramentos como signos eficaces per se, en tanto que testimonian la Gracia o voluntad y disposición salvífica de Dios, pero que obligan al creyente a trabajar su propia respuesta a la Gracia. Cierta línea de tradición de la Iglesia Ortodoxa –en algunos Padres Orientales-, llega a señalar que un Bautismo recibido, pero no trabajado por el creyente, queda nulo. Waite afirma que, para Platón las ceremonias de purificación –en los Misterios de Eleusis-, liberaban de culpa y consecuencias de crímenes, en esta vida y en la otra; añade que las comprendía sacramentalmente (signo exterior de una gracia interior), lo cual es correcto, pero sigue diciendo que “del mismo modo en que se entiende el sacramento de la confesión en la Iglesia Latina –supeditado a la adecuada disposición del penitente y a que haya vuelto su corazón hacia Dios…” Es posible, pero más bien habría que conectarlo directamente con el Bautismo, cuyo lavamiento de pecados queda atestiguado por San Cirilo de Jerusalén en sus Catequesis Mistagógicas o “guías de conducción a los misterios” (¡hasta el nombre resulta análogo a las escuelas mistéricas!), recuérdese que el Bautismo de creyentes (adultos) –quienes tenían que tomar una decisión ante la perspectiva de ser bautizados-, era la norma en la Iglesia Cristiana, aún hasta muy entrado el siglo VII. Dice Waite que Aristóteles señala que la iniciación no era una enseñanza concreta doctrinal, sino un aprendizaje simbólico por impacto dirigido al entendimiento y a las emociones. ¿Cabría preguntarnos si el Cristianismo gozó de esta cualidad alegórica y simbólica en sus inicios? Parece que sí –a juzgar por el tipo de imágenes usadas en sus primeros tiempos: los graffiti de las catacumbas que representan conceptos, y no a personas propiamente dichas –por ejemplo Noé en el arca no es “Noé”, sino la salvación en la Iglesia, la madre con el niño –tomada de la Virgen María-, más que ser ésta, es la maternidad de la Iglesia respecto de los creyentes (¿la maternidad de Dios, acaso?). La de las catacumbas es una Cristiandad simbólica y pre-dogmática; la Iglesia posterior al Concilio de Nicea (325 d.C.), se define a través de dogmas que se ve obligada a establecer para definir ciertos enfoques doctrinales. Iluminación o epopteía. Muestra Waite que, en la iniciación mayor se presentan a la contemplación de los epoptas, mitos más complicados y ajenos a la religión pública, que proporcionaban un mayor conocimiento de la naturaleza interior de los dioses. Epopteía significa una “visión superior” (’epì = “sobre” / ’ópsis = “visión”), autopsía, es la observación de sí mismo (’autòs = “uno mismo” / ’ópsis). De los epoptas se decía que contemplaban a los dioses en su misma esencia. Con frecuencia la acusación que se hace al Gnosticismo desde el Cristianismo tradicional ortodoxo, es el establecimiento de doctrinas públicas y de misterios reservados a los más conocedores o avanzados. Sin embargo, el propio Jesús hablaba en parábolas a la multitud y reservaba las explicaciones más complejas a sus discípulos, en enseñanza privada. No se trata tanto de una discriminación de personas, sino de una distinción lógica y natural de grados de avance en el conocimiento y el crecimiento espiritual. Waite usa los términos tó ’on (en griego: “el ser”), y los términos latinos: entia y essentia para hablar del ser y la esencia, ésta no puede verse ‘cara a cara’, como a una persona, pero se trataba de representar –con esas palabras-, el paso de una ceguedad a la contemplación de una iluminación, que aquí la explicación de que al Hades o reino de la muerte, se le represente como una oscuridad profunda, mientras Zeus como fuego amorfo (la luz misma), se trata de lo que los místicos cristianos primitivos llamarían: fylokalía, la “contemplación de la belleza”. Citando Waite a Apuleyo: “Vi al sol brillar en las altas horas de la noche con un esplendor luminoso”; ¿quién no recuerda aquí las palabras de San Juan en el prólogo de su Evangelio: “La Luz en las tinieblas resplandece”. No puedo menos que recordar el relato de San Gregorio Magno en el II Libro de los Diálogos, acerca de la visión de San Benito en la que éste contemplara el mundo entero “como condensado en un rayo de sol…” Benito también –en lo más oscuro de la noche-, contempla toda la enorme pequeñez del mundo, reducida a un purísimo rayo de luz de un fuego amorfo. El Bautismo tiene su propio nexo con Jesucristo y su obra de salvación en el mundo; pero la experiencia de iluminación, en particular el alcanzar un nivel de contemplación de sí mismo y de la realidad como condensada en la pureza y la simplicidad de la luz, es algo a lo que está llamada la universa humanidad, desde sus diferentes ámbitos de vida.
U.I.O.G.D.