miércoles, 29 de octubre de 2008

La Oración de los Santos.
James E. Kiefer.
Traducción del Padre Miguel Zavala-Múgica+
El título ha sido adaptado por el traductor.
...En primer lugar, la expresión "rezarle (rogarle) a San Fulano" es desorientadora e infortunada. En inglés antiguo, "pray" (rogar) simplemente significaba pedir de manera educada. Por ello es que en la Versión del Rey Jaime, leemos que Jesús abordó la barca de Simón Pedro "y le rogó que se apartara un poco de tierra" (San Lucas 5: 3).
Así, la idea de "rogar a San Fulano", es simplemente la idea de pedirle a un compañero cristiano que interceda ante Dios en favor de uno; no es diferente, en principio, de pedirle a tu compañero cristiano de cuarto que rece por ti.
Sin embargo, en inglés moderno, la palabra "pray" se entiende, por lo general, como referida al culto. Por ello es que yo insisto a todos cuantos hablan de "rogarle o rezarle a San Fulano", que modernicen su lenguaje y en vez de eso, hablar de "pedirle a San Fulano que me ayude a rogarle(o 'rezarle') a Dios por la recuperación de mi tía que está enferma..." o lo que sea. El otro modo de hablar puede confundir a otros, y confundir a la propia persona que habla.
Eso fue un comentario preliminar sobre terminología. Ahora vamos al punto: indudablemente que pedirle sus oraciones a nuestros compañeros cristianos que están en el cielo, es algo de lo que puede llegar a abusarse; puede degenerar rápidamente en la noción de que obtener lo que tú quieras de Dios, es cuestión de saber por dónde llegarle, o de qué palancas jalar.
Uno acaba por pensar que el cielo es como la sede de un gobierno corrupto (ora sea Washington ora Versailles), donde los favores se trafican, y uno se sale con la suya mediante influyentismos. Pero el hecho de que pueda abusarse de algo, no significa que uno deba suspender su uso apropiado. Y seguramente una de las más apreciables verdades de la Fe Cristiana sea que el amor de Dios por nosotros nos mueve a amar en reciprocidad, no sólo a Dios, sino también los unos a los otros, de modo que cada cristiano sea un espejo en el que la luz de Cristo se refleje en cada cristiano.
Las Escrituras parecen mostrar que Dios se deleita en prodigarnos sus dones a través de otros cuando Él podría simplemente habérnoslos dado directamente. Cuando San Pablo, en el camino a Damasco pregunta: "Señor, ¿qué quieres que haga?" Jesús no se lo dice, sino que envía a Ananías a decírselo (Hechos de los Apóstoles 9: 1-9). Cuando Cornelio el Centurión estaba orando, Dios envía un ángel a hablarle, pero el ángel no le predica el Evangelio, sino que le dice que mande a llamar a un hombre llamado Pedro, y Pedro viene y le anuncia el Evangelio (Hechos 10).
Dios quiere que le debamos nuestro bien espiritual no solamente a Él, sino también los unos a los otros. De aquí que nos ordene que oremos los unos por los otros, y que el vínculo delamor cristiano no se rompa con la muerte. Los mártires debajo del altar que vio San Juan en su visión (Apocalipsis 6: 9 ss.) oraban por la Iglesia en la tierra; hasta el rico en el infierno, en la parábola de Jesús, intercede por los cinco hermanos que le quedan en la tierra. ¿Seremos quién para suponer que los salvos sean menos compasivos que los condenados?
¿Es eso parte importante de mi fe?, preguntarán ustedes. Bien, pues... ciertamente es doctrina importante el que Jesús haya dicho: "Un nuevo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros como Yo os he amado". Sentirme rodeado del amor de Dios y de mis hermanos en Cristo, para vivir y morir, es importante. Amar en reciprocidad, orando por mis compañeros cristianos, es también importante.
No por nada Jesús mismo nos enseñó a orar: "Danos hoy nuestro pan de cada día, y perdona nuestras ofensas..." ¿Dedico acaso una parte significativa del tiempo de mi oración pidiendo a varios de mis hermanos cristianos que ya están el cielo sus oraciones? No, simplemente porque no invierto mucho tiempo pidiéndole a mis hermanos en Cristo, aquí en la tierra, que oren por mí. Pero claro que pido y valoro las oraciones de mis hermanos cristianos, tanto vivos como difuntos; y me deleita saber que, cuando alabo a Dios, mi voz es parte de un gran coro de alabanzas en las que los ángeles, los santos ya perfectos y glorificados, los santos que aún están en su peregrinar, y hasta los animales, las plantas y los objetos inanimados (de forma adecuada a su propia naturaleza), asocian sus voces para "que todas las cosas alaben al Señor". Amén.





U.I.O.G.D.
Para que en todas las cosas sea Dios glorificado.




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