_________________________________
"No te portes como prestamista…"
_________________________________
Amor al prójimo y neoliberalismo.
¿Tendrán algo que ver?
_____________________________________
HOMILÍA DOMINICAL
XXIV Domingo después de Pentecostés,
26 de Octubre, A.D. 2008. Por el Padre Miguel Zavala-Múgica+
"No te portes como prestamista…"
_________________________________
Amor al prójimo y neoliberalismo.
¿Tendrán algo que ver?
_____________________________________
HOMILÍA DOMINICAL
XXIV Domingo después de Pentecostés,
26 de Octubre, A.D. 2008. Por el Padre Miguel Zavala-Múgica+
Léanse los Propios de la Santa Eucaristía, artículo que aparece
inmediatamente debajo de éste.
En una ocasión, durante una catequesis, una persona hablaba de la necesidad de tener la seguridad de nuestra fe puesta en algo tan firme como las Sagradas Escrituras; en cierta forma se trataba de un reclamo al método del maestro para hacer pensar a los discípulos, y no solamente brindarles conocimientos.
Hay que decir que hoy –la inseguridad económica, social y política en la que estamos viviendo tantos y tan distintos países en el mundo-, hace que la gente reclame que se le marquen lineamientos claros, definidos, pero –sobre todo-, externos, heterónomos, es decir: provenientes de una autoridad que viene de fuera, quieren que se les ahorre el trabajo de pensar y razonar su vida y su fe…
Así parece ser la regla: los pueblos y gentes buscan, ruegan (cuando pueden hasta ordenan y mandan) que se les imponga un yugo uncidos al cual puedan seguir arando el campo de su vida de máquinas, sin que quieran (ni, por lo tanto, puedan) hacerse conscientes de su humanidad ni del Don del Dios que nos diviniza en Cristo por la Gracia del Espíritu.
Tengo para mí –y lo creo con fe firme-, que esa fue la disputa fundamental que tuvo Nuestro Señor con los letrados y escribas de su tiempo: no porque Jesús tuviese pleito con la sabiduría, la cultura y las muchas letras, sino porque aquellos maestros de la Ley –como muchos a lo largo de la historia, y hasta hoy-día-, no tienen vocación de maestros, sino de loros que repiten versículos y fórmulas teológicas que mal-aprendieron en sus años de mocedad, sin gran adelanto posterior, sin aprender a discernir y –desde luego-, sin comprender la necesidad de enseñar a otros a discernir, y a descubrir la Verdad desde la Luz prodigiosa, del Espíritu que habita en nosotros.
Un maestro de la Ley viene y pregunta a Jesús cuál mandamiento es más importante. Hay que ver que el universo religioso sobre los mandamientos que había que guardar en el judaísmo, eran 613 preceptos: mitzvot se dice, en hebreo.
Lo más probable es que –acostumbrado a los debates acalorados-, aquel maestro esperara un largo diálogo en el que Jesús, él, y otros que se fueran sumando a la discusión, aportasen argumentos de igual peso, para defender tal o cuál precepto como más importante que los demás: no comer ciertos alimentos, purificarse bajo ciertas circunstancias, ofrecer los sacrificios de tal y tal modo, e incluso los preceptos que consideraban el bienestar social del pueblo.
Jesús también tuvo maestros, y es muy probable siguiera la escuela de Rabí Hilel, quien dijo cosas parecidas a lo que veremos ahora. Jesús le toma la palabra a su colega rabino y suelta –como ráfagas-, dos preceptos de la Toráh como los más importantes: 'Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.' (que aparece en Deuteronomio 6:5), y 'Ama a tu prójimo como a ti mismo.' (que aparece en Levítico 19:18), nada nuevo, por cierto.
Y además, no sólo dice que sean los preceptos más importantes, sino que de ellos dependen toda la Ley y los Profetas (Toráh ve-Nebiím = “la Ley y los Profetas”), es una expresión que, en una palabra, significa: “la Biblia”, es como si Jesús hubiese dicho: “Mira, en eso está toda la Biblia”.
¿En qué consiste amar uno a su prójimo…?
Me parece descubrir que estos “dos” mandamientos mencionados por Jesús –las dos columnas del nuevo Templo que él edifica: lo humano y lo divino-, son en realidad tres, pues al mandársenos amar a nuestro prójimo, se implica el amor de uno mismo: es un deber amarnos a nosotros mismos, procurar el bien para nosotros, descubrir las necesidades más importantes para nuestra vida, y –partiendo de conocernos (pues nadie ama lo que no conoce) y amarnos-, ponernos en el lugar del otro y compadecerlo. No se puede de otro modo.
Me parece descubrir que estos “dos” mandamientos mencionados por Jesús –las dos columnas del nuevo Templo que él edifica: lo humano y lo divino-, son en realidad tres, pues al mandársenos amar a nuestro prójimo, se implica el amor de uno mismo: es un deber amarnos a nosotros mismos, procurar el bien para nosotros, descubrir las necesidades más importantes para nuestra vida, y –partiendo de conocernos (pues nadie ama lo que no conoce) y amarnos-, ponernos en el lugar del otro y compadecerlo. No se puede de otro modo.
El texto que Jesús tomó de Lv. 19:18, viene de un contexto similar al de nuestra primera lectura de hoy (Éxodo 22: 21-27): Israel no debe oprimir al extranjero, porque Israel también lo fue… esto no es sólo una condena sobre el maltrato al pueblo palestino, es más aún, es un dedo acusador sobre nuestro trato a toda persona ajena a nuestra casa, pueblo o ciudad; a los pueblos indígenas de todo el mundo a quienes las poblaciones mestizas volvemos extranjeros en su propia casa, y hasta a los animales cuyo hábitat invadimos con nuestra voracidad.
En repetidas ocasiones, Dios se propone como el goel de los desheredados de la sociedad. En tiempos en que la benemérita profesión de abogado no existía (ni existían tampoco los abusos de algunos infames de la profesión), existía –en el pueblo hebreo-, la obligación de los familiares más cercanos de una persona lastimada, agraviada o asesinada, de acudir prontamente en defensa de sus intereses, y en “venganza de su sangre” (algo similar a la Omertá siciliana, pero bajo un pacto social del pueblo), de modo que el goel era un “vengador de sangre”.
El contexto hay que entenderlo: en una sociedad donde existían familiares obligados a abogar por uno, Dios se proclamaba como Abogado cuando uno no tenía defensor. Y no se andaba con cuentos:
“…porque si los maltratas y ellos me piden ayuda, Yo iré en su ayuda, y con gran furia, a golpe de espada, les quitaré a ustedes la vida. Entonces quienes se quedarán viudas y huérfanos serán las mujeres y los hijos de ustedes…”
La venganza o justicia divina podía venir a través del pueblo hebreo organizado para defender los intereses de sus pobres. De hecho, la justicia de un estado no es sino la venganza social mediante cauces públicamente pactados. Cuando los clérigos (y otras personas) aconsejamos a personas agraviadas “dejar a Dios” el castigo de ciertos abusos y delitos cometidos en contra suya, ¿con cuánta frecuencia estaremos siendo negligentes y cómplices? ¿No deberíamos –antes bien-, ser apoyos en aconsejar y guiar a las personas para reclamar sus derechos de una manera ordenada, legal y desapasionada?
Cada vez que un cura dice tal cosa como: “Allá ellos… déjaselo a Dios”, Dios –por su parte, en el cielo-, anota… “Éste está aceptando una responsabilidad y me la endosa a mí…”
Es muy fácil aconsejar a dos bandos que se “reconcilien” (traducción: “que se sosieguen y se estén en paz”), cuando tengo intereses del lado que tiene más ventajas, y dejando sin procesar delitos que lastiman y ofenden de por vida a quienes los han sufrido. Qué difícil es impartir justicia.
Cuando el amor al prójimo implica conciencia y organización social.
Actualmente, la moda es tirarle piedras a las ideologías comunistas y socialistas (claro no me voy a poner aquí a defender a dictaduras infames); ¿pero qué tanto se conoce bien lo que se critica? El humanismo (por cierto, inspirado) de la Sagrada Escritura en este pasaje, es patente:
“Si le prestas dinero a alguna persona pobre de mi pueblo que viva contigo, no te portes con ella como un prestamista, ni le cobres intereses. Si esa persona te da su ropa como garantía del préstamo, devuélvesela al ponerse el sol, porque esa ropa es lo único que tiene para protegerse del frío. Si no, ¿sobre qué va a acostarse? Y si él me pide ayuda, en su ayuda iré, porque Yo sé tener compasión.”
Pero si el sistema capitalista está basado en el interés y la especulación. Estoy de acuerdo en que se diga que el socialismo del bloque soviético ha caído y demostrado su incompetencia… ¿y luego, qué con el capitalismo?, ¿ese sí sirve y es muy moral, o qué?: no funciona, está visto que no funciona, porque se lleva de corbata a las personas con todo y su vida y su dignidad.
No veo gran diferencia entre el pasaje que acabo de citar y alguno de El Capital de Marx –que en este momento no puedo citar de memoria-, donde éste se pregunta qué dinero habrá que pague lo que un ser humano aporta como fuerza de trabajo: sangre, sudor, lágrimas, y defiende aquí la promoción social: habitación digna, vacaciones, preñeces y lactancias pagadas y facilitadas, las jubilaciones como justa retribución a toda una vida dedicada a una empresa, etc. Cosas que desprecia absolutamente los sistemas neoliberales ¡cuya voracidad no conoce límites!
Por desgracia, muchos estados que han instrumentado el socialismo han acabado en regímenes totalitarios; pero compiten en su autoritarismo con los estados fascistas; además no siempre que se han instrumentado medidas polìticas consideradas como socialistas las cosas han acabado mal, creo que es buen ejemplo el caso de Tommy Douglas (véase), un pastor bautista de elevada moral que trabajó por un socialismo de inspiración cristiana (sin que por ello anduviera comulgando en público ni dejando que las cámaras lo tomaran cuando iba en peregrinación a ningún templo, como ¡otros...!), durante su carrera que lo llevó a Primer Ministro de la provincia de Saskatchewan, en Canadá.
Por desgracia, muchos estados que han instrumentado el socialismo han acabado en regímenes totalitarios; pero compiten en su autoritarismo con los estados fascistas; además no siempre que se han instrumentado medidas polìticas consideradas como socialistas las cosas han acabado mal, creo que es buen ejemplo el caso de Tommy Douglas (véase), un pastor bautista de elevada moral que trabajó por un socialismo de inspiración cristiana (sin que por ello anduviera comulgando en público ni dejando que las cámaras lo tomaran cuando iba en peregrinación a ningún templo, como ¡otros...!), durante su carrera que lo llevó a Primer Ministro de la provincia de Saskatchewan, en Canadá.
Apenas hace unos días El Cardenal Oscar Rodríguez Madariaga, preguntaba en un foro: “¿Cuál ha sido el papel de la enseñanza de la Palabra de Dios en (la clase política)? ¿Por qué al llegar al mundo público, cualquiera que sea el escenario donde les toque actuar, los valores del evangelio NO son la directriz de sus vidas?”.
La pregunta del cardenal es muy valiosa, pero cabría replicar ¿qué les enseñan en las escuelas confesionales?: ¿una ética que trascienda las fronteras de la religión?, ¿los valores éticos del Evangelio? ¿o simples posturas de la política eclesiástica ante situaciones coyunturales? Se equipa a los alumnos –en las universidades y otras escuelas cristianas-, para que sepan renunciar a la tentación de lucrar con especulación y exacción a costa del dolor y la miseria humanos? ¿Y cómo andamos los clérigos de testimonio de vida?: porque la palabra convence, pero el ejemplo arrastra…
En otras palabras: puede que le estemos dando catecismo a los laicos en general y a las futuras clases políticas en particular, para que se nieguen a permitir leyes sobre el aborto, la homosexualidad, etc. etc., ¿pero se les forma acaso para que miren por el bienestar social y económico de su pueblo?, ¿sabrán cómo diseñar otro sistema económico que pueda remediar los abusos de un capitalismo voraz y de un socialismo estatizado? ¿No tiene eso qué ver con la Biblia?, lo que acabamos de leer dice que SÍ, que claro que SÍ le importa a Dios que sus hijos se mueran de hambre, que tengan sueldos de vergüenza, que les roben las pensiones, y que se juegue irresponsablemente a la especulación. Ah, y además dice que esas cosas las castiga Dios, y el que diga que no, que se las vea con Él y con su voz.
Y todavía en algunas escuelas de teología (no todas, por supuesto), lo que más interesa es que los futuros clérigos aprendan a verse ya moverse bonito en el altar, independientemente de que les capacitemos para tener sentido crítico de su propia fe, ni de la realidad en la que viven, ni menos a comprometerse hondamente con los problemas de la gente. Al fin que de lo que se trata es de maquillar la vida y guardar apariencias…
¿Pues qué hemos de hacer?: Una propuesta ética.
El Salterio o Libro de los Salmos era y es el gran himnario del pueblo de Dios –tanto Israel como la Iglesia-, y es un conjunto de poemas divinos algunos de los cuáles claman a Dios desde lo hondo de la injusticia, o trazan una ética para el pueblo de Dios.
El Salmo 1 es el prólogo más excelente que tener podía el Salterio, es un verdadero camino de iniciación: el trazo de una vía por la que se ha de caminar para agradar a Dios: Alejarse de los malvados y de sus consejos, adoptar una actitud de reflexión y meditación (continua crítica interna), en la enseñanza de Dios (su Ley). A todo esto, el salmista nos promete fecundidad y productividad en la vida espiritual, misma que niega a los malvados, destinados al fracaso.
Este salmo es la introducción a cualquier curso de Educación Cristiana, por cierto ¿qué es eso?; alguien puede decirme qué es Educación Cristiana… porque ahora la gente pretende saber qué es Teología, pero nadie sabe (y a nadie parece interesarle qué cosa sea la Educación Cristiana), y en ella en la educación básica de la fe está la respuesta a la pregunta del Cardenal Rodríguez Madariaga… ¡Valores éticos de compasión y solidaridad antes que nada!
Pero parece que la historia humana fuese una atroz negación de las ideas que contiene este salmo de palabras tan contundentes, seguras y hermosas.
Me habría gustado conocer al autor del Salmo 1, lo imagino como una persona con ideales muy claros, gran firmeza de carácter y seguridad en los caminos que deseaba emprender y de los destinos a donde deseaba llegar. Probablemente yo esté equivocado, pero –a fin de cuentas-, el Espíritu Santo quiso dejarnos esta inspiración en estas palabras.
Estos valores que acabo de enumerar, me parecen la primera condición que necesitamos para emprender el camino de la ética humanista y cristiana de ese amor único y trinitario que Dios nos exige: a nosotros, a nuestro prójimo y a él -en ese orden-: nos exige el amor de nosotros mismos, porque sin él no podemos valorar lo que siente y sufre nuestro prójimo, y sin el amor al prójimo, no hemos de ser gratos a Dios, a quien debemos amar con los tres centros de energía de la antropología bíblica: cabeza, corazón y entrañas, ¿no habla acaso de amar a Dios “con todo tu corazón, toda tu alma y toda tu mente”?
De nada nos sirve la belleza de la liturgia, ni las sentencias de la Escritura, sin la coherencia y la contundencia de la ética en nuestras propias vidas, pues cada cual es hijo de sus obras…
U.I.O.G.D.
Para que en todas las cosas sea Dios glorificado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario