viernes, 26 de diciembre de 2008

Compañeros del Maestro:
Compañeros de Jesús.
Homilía para el tiempo de Navidad, dedicada a quienes alguna vez en su vida han hecho algo así como "viajes simbólicos"...
Pbro. Miguel Zavala-Múgica+
Hay un viejo chiste que en su origen intentó ser sacrílego y blasfemo: sin entrar en detalles, y tratando de no quedar, yo ahora, como un humorista involuntario, la broma consistía en que Jesús había tenido pésimas compañías en los momentos cruciales de su vida: cuando nació, sus compañeros fueron un buey y una mula, y al morir tuvo por compañeros a dos ladrones.
No hay cosa buena que Dios no pueda sacar de una mala, ni cosa mala que el ingenio humano no sepa sacarle a lo que Dios y naturaleza han hecho bueno. Así que algo de verdad tenía que contener este "intento de blasfemia".
¿Qué clase de malas compañías…?
Bueno, pues nada más cierto, y parece que el chiste se quedó corto. Pero por supuesto que el Señor tuvo las más detestables e inconvenientes compañías, depende de cómo se mire, de quién lo diga y –en fin-, de cuáles eran los propósitos de Jesús, porque las malas compañías no le escoltaron nomás en las pajas y el madero, sino en medio de toda su vida: “Este se junta con publicanos y pecadores y come con ellos”, es la crítica que los relatos de los Evangelios recogen.
Pues ciertamente que Jesús no mantenía clubes privados ni de cobradores de impuestos ni de cortesanas; era y es para quienes queremos de verdad seguirle, un Maestro de Vida y actitudes, y apelaba a un cambio en la vida, costumbres y estado de las personas que se dejaban tocar de Él. ¡Pero un cambio de veras y a lo profundo e interno de la persona, que no puros maquillajes externos!
Se puede querer ser cristiano nada más que por socializar, por ir “a donde va la gente”… Cuando lo cristiano lo llevamos por de fuera, raro será hacerse uno preguntas, o quererse plantear para meditar alguna cosa concreta y clara, como: ser compañeros de Jesús.
¿Qué significa ser compañeros de Jesús?: ¿Se trata de hacerle “compañía” frente al altar o al sagrario?, ¿será irse de misionero al extranjero?, ¿habrá que dejarse crucificar o ajusticiar de cualquier otro modo por la autoridad civil o eclesiástica, a semejanza del Señor? Vamos a inspirarnos en estos dos pasajes donde se habla de ciertos "compañeros" de Jesús.
Al principio del libro del Profeta Isaías, hay un reclamo de Dios:
“El buey reconoce a su dueño, y el asno el establo de su amo; pero Israel, mi propio pueblo, no reconoce ni tiene entendimiento.” ¡Ay, gente pecadora, pueblo cargado de maldad, descendencia de malhechores, hijos pervertidos! Se han alejado de Yahvéh, se han apartado del Dios Santo de Israel, lo han abandonado…
(Isaías 1: 3, 4).

El prólogo del Evangelio de San Juan, que es nuestra respuesta desde el Nuevo Testamento dice también:

“Aquel que es la Palabra estaba en el mundo; y, aunque Dios hizo el mundo por medio de él, los que son del mundo no lo reconocieron. Vino a su propio mundo, pero los suyos no lo recibieron; pero a quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. Y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrado.
(San Juan 1: 10-13).

El Maestro entre bueyes, mulas y ladrones.

La primera cita bíblica ha sido el origen de la costumbre de colocar un buey y un burrito o una mulita –primero en los íconos orientales de la Natividad, y luego en los nacimientos que inició San Francisco de Asís-; mientras que la segunda cita (unida a la frase “…no hubo lugar para ellos en el alojamiento”, de San Lucas 2: 7b) es la base teológica de la leyenda bordada en torno a los relatos del Nacimiento de Jesús, y que pone a María y a José de peregrinos rechazados; cosa que con hermosa candidez representamos en las “Posadas” mexicanas.
El caso es que los primeros “compañeros” de Jesús (¡sí, sí..., el buey y la mula!), somos nosotros mismos –con nuestra terquedad y necedad a cuestas, los inocentes animalitos, pues… como de costumbre, pagan la cuota de ser símbolos de nuestros vicios o virtudes humanos.
La vida nos da continuas lecciones que depende de nosotros aprender o desaprovechar. Puede que en apariencia creamos ser humillados por las personas o las circunstancias; pero el principio del éxito del camino de la vida humana, es volverse observador –epopta- (“vidente”) decían los griegos, y ver en todo la mano e intervención de Dios. Eso cuesta; pero así como cuesta, vale; a fin de cuentas Dios es quien corrige (aunque digan que no castiga, lo distinto es que Dios no se desquita vengativo –como nosotros). La vida es una "rueda de la fortuna", que da un montón de vueltas, guiada por la mano de Dios.
Aprender la autoridad de Dios en nuestras vidas, se compara a la manera dócil en que unos animalitos comprenden –a su modo-, la autoridad de sus amos humanos, (no se trata de entenderlo literalmente y justificar parecerse uno a uno de estos animalitos), sino de saber transferir los valores. Me perdonará usted, pero si le dolió (como a mí), considere si esta reflexión le es necesaria.
Así, en la letra del tierno canto de Navidad La Peregrinación, el Obispo metodista Federico Pagura (con música de Homero Perera), nos la pone clara de nuevo, con palabras puestas en boca de la Bendita Virgen:
“…Ay burrito del campo, ay buey barcino, / que mi niño ya viene, háganle sitio;
un ranchito de quincha sólo me ampara, / dos alientos amigos, la luna clara…”
Un montoncito de paja es lo único que la ampara, mientras los dos alientos de los animales son el mejor cobijo y calor que encuentra el Niño Jesús que está por nacer.
Para seguirle la línea –a nuestro modo-, a la broma con la que empezamos, vamos a recordar de una pasada, que como dice otro canto (este de Skinner Chávez-Melo), refiriéndose a la Virgen Madre… :
“De la paja al madero, fue a su Hijo siempre fiel,
Y entre lágrimas y risas, consagró su vida a él…”
En Belén está presente la Madre del Señor, y en el Calvario, es ya Jesús –Maestro de Dolores, como decía de él don Miguel de Unamuno-, quizá ya el Hijo de la Viuda, su Madre, la bendita Virgen; y vuelve a estar en medio, entre dos fuerzas simbólicas, como lo estuvo en el pesebre, ahora en la Cruz. Los compañeros de Jesús son ahora dos ¿ladrones?, ¿cuáles ladrones?: dos sediciosos a quienes Roma no podía perdonar… Como quiera, otra vez está entre dos fuerzas opuestas.
Equilibrio entre dos fuerzas.

Un símbolo muy amado en la cristiandad oriental es la que se conoce como Cruz de Vladimir: una cruz de tres travesaños. Además del de los brazos, hay otros dos travesaños: el superior es el del títulus, la nota de la condena, el inferior es el apoyo de los pies. Nada qué ver con la manera como históricamente se crucificaba a los reos, aquí el sentido de las formas es completamente simbólico.
Mientras los travesaños del títulus y de los brazos están en ángulo recto con el poste vertical, el de los pies aparece inclinado, oblicuo, con el extremo derecho hacia arriba y el izquierdo hacia abajo (nada de insinuaciones políticas modernas).
La Cruz de Vladimir significa que Cristo Jesús cumplió rectamente (a escuadra) con una condena injusta, que los humanos entendieron de un modo, pero que Dios enderezó a su modo: “Jesús –el Nazareno-, el Rey de los Judíos”; la verticalidad del poste y la recta horizontalidad de los brazos significan la relación armónica que el Maestro de maestros y Rey de reyes, instituyó y restableció en Gracia entre la relación del ser humano con Dios (de arriba abajo), y entre los seres humanos (de lado a lado).
Pero el travesaño del apoyo de los pies rompe todo equilibrio, y de pronto la obra –trazada a escuadra-, del Salvador del Mundo, depende de la manera de colocarse ante la vida, ante la muerte. El travesaño de los pies representa el humano arbitrio, la caprichosa razón humana, la decisión del ser humano, quien no puede quedar indiferente ante el Maestro de la Cruz.
Si en el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, Adán y Eva representaron una caída mortal y por partida doble, en el Árbol de la Cruz los otros dos crucificados, “en el mismo tormento”, eligen cada cual su camino, y uno hay que advierte al otro.
Los Compañeros de Jesús –los “ladrones”-, los que sufren conjuntamente con Él, similar castigo, y pueden libremente optar –pese a las aparentes limitantes-, por él o contra él, somos también nosotros, cada ser humano que tiene ante sí la posibilidad de hacerse aprendiz de discípulo de un Maestro bien probado, seguro y amigo de los seres humanos. Habiendo aceptado la muerte, gustándola y experimentándola en su carne, la ha vencido en el poder del Espíritu.
Cuando algunos poetas dicen que “Cristo nació crucificado”, no se equivocan: Cristo –el Verbo encarnado-, es la obra perfecta del Padre que deja lugar al concurso y la decisión humana. Su Pasión no comienza con la Oración en Getsemaní, ni con su arresto, sino con la Encarnación misma, es la pasión humana, es nuestra pasión de dolores y gozos, de risas y lágrimas, de altas y bajas, de salud y enfermedad, riqueza y pobreza. (Póngale cuidado al cineasta metido a catequista, Mel Gibson, que explota una mercancía fílmica sanguinolenta de la Pasión como un manojo demencial de culpas y de ensalada de horrores).

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Señor y Maestro Jesús:

¿Cómo no remontar nuestra condición de simples aprendices, y ser compañeros tuyos… de ti –Maestro-, que te has hecho Compañero nuestro, tomando violentamente nuestro lugar en el mundo? Has ocupado solidariamente nuestro sitio en un viaje que para ti –como quisiéramos que fuera para nosotros– ha sido aparente humillación y retroceso, como el del viaje del Sol, ¡con razón te llamas Sol de Justicia!

Haznos dignos de acercarnos humildemente a ti como discípulos, permítenos el honor de ser tus compañeros –aunque por un momento pasemos por bestias, aunque por un breve espacio de tiempo de la vida pasemos por ladrones y traidores-, pero permítenos ser –contigo-, maestros que remontemos la muerte, venciéndola con la Vida Eterna que concedes a quienes resueltamente te siguen.

AMÉN.

U.I.O.G.D.
Para que en todas las cosas sea Dios glorificado...

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