Carácter de la Maldad Por el Padre James Thornton
Traducción: Daniel Gregorio Stepenberg http://www.fatheralexander.org/booklets/spanish/good_and_evil_s.htm
Arreglos gramaticales: Pbro. Miguel Zavala-Múgica+
El autor del presente texto es un sacerdote ortodoxo, aunque el autor habla desde la Iglesia Ortodoxa, su teología es generalmente aplicable a toda la Cristiandad.
Leemos en varios pasajes de las Sagradas Escrituras sobre encuentros dentro Cristo y Satanás, o personas poseídas por demonios, o lo que se puede llamar: la esencia del maligno. Estos pasajes nos iluminan que nuestra vida en este mundo -el mundo caído-, es obviamente una lucha dentro el Bien y el Mal. En razón de esta contienda, se requiere nuestra presencia en la iglesia, asociarnos con la iglesia; se requiere nuestra participación en los Misterios Sagrados, como el Bautismo, la Crismación (Confirmación), la Confesión, la Comunión etc. Estos significan nuestro compromiso con Dios. Nos fortalecen con su Divina Gracia entre nuestra lucha para vencer la maldad.
Ser cristianos, nos obliga a entender más comprehensivamente este fenómeno llamado maldad para poder enfrentarlo. Hablaremos brevemente sobre el tema de la maldad, utilizando principalmente un ensayo publicado hace cincuenta años, La Oscuridad de La Noche, escrita por Georges Florovsky, uno de los más grandes teólogos ortodoxos del siglo. Les presento una paráfrasis con citas del comentario del Padre Georges. El texto completo se encuentra en Creación y Redención, imprenta de la casa Nordland, 1976 (pg.81-91).
¿Como será posible que exista la maldad en un mundo creado por Dios? Si la maldad es precisamente eso que se opone y resiste a Dios, corrompiendo sus intenciones y repudiando sus ordenanzas. ¿Entonces como puede existir la maldad, si todo lo que existe depende de Dios?
Todo tiene su causa. Verdaderamente, Dios es la causa prima y la causa directa de casi todo. Pero eso que trae la maldad es muy singular. La causa de la maldad es una anomalía más o menos oculta. La maldad existe fuera de la ‘cadena’ de causas universales. Desfigura y divide lo que alcanza desfigurar. Existe como rival de Dios Creador; pero es lo contrario, el destructor. Dios crea todo y la maldad intenta destruir todo.
Todo tiene su causa. Verdaderamente, Dios es la causa prima y la causa directa de casi todo. Pero eso que trae la maldad es muy singular. La causa de la maldad es una anomalía más o menos oculta. La maldad existe fuera de la ‘cadena’ de causas universales. Desfigura y divide lo que alcanza desfigurar. Existe como rival de Dios Creador; pero es lo contrario, el destructor. Dios crea todo y la maldad intenta destruir todo.
Dios es fuente de todo, el verdadero poder; sin embargo la maldad -que no viene de Dios-, posee también un poder, una fuerza, una energía violenta. Es, evidentemente, un misterio. La oposición a Dios es real, no es imaginaria, y es muy activa. En este mundo el bueno está seriamente limitado y oprimido por la insurrección del mal.
Dios mismo se encuentra en una lucha con las fuerzas siniestras, y las pérdidas son reales. Hay una disminución perpetua de lo bueno; es perpetua porque como el bien permanecerá para eternidad en el cielo, así la maldad permanecerá en el infierno. La armonía universal, deseada e establecida por Dios se descompone, y el mundo se cae. En este estado caído, el mundo entero esta rodeado por las sombras de la nada. No es más el mundo concebido y creado por Dios. Hay innovaciones morbosas, existencias "falsas" pero de cualquier manera reales.
La maldad agrega algo a la creación de Dios; tiene la habilidad de imitar a la creación de Dios; su existencia, su poder, su habilidad de impedir el plan que tiene Dios para el universo, todo se ve como un misterio. Pero Dios tiene su respuesta al mundo de la maldad. Dios respondió -de una vez y para siempre-, por medio de Su Hijo Amado, quien vino a la tierra a suportar los pecados del mundo y de toda la humanidad.
La maldad agrega algo a la creación de Dios; tiene la habilidad de imitar a la creación de Dios; su existencia, su poder, su habilidad de impedir el plan que tiene Dios para el universo, todo se ve como un misterio. Pero Dios tiene su respuesta al mundo de la maldad. Dios respondió -de una vez y para siempre-, por medio de Su Hijo Amado, quien vino a la tierra a suportar los pecados del mundo y de toda la humanidad.
Como ha dicho un escritor ruso del siglo XIX:
"La maldad empieza en la tierra, pero perturba el cielo, y es la causa del descenso del Hijo de Dios a la tierra."La respuesta de Dios a la maldad fue la Cruz, la Crucifixión, la Pasión, la Muerte del Hijo Encarnado. La maldad causo el sufrimiento de Dios, y Él acepta este sufrimiento hasta el final. Entonces, la Gloria de la vida eterna relumbra victoriosamente desde el sepulcro del Dios encarnado. El sufrimiento y muerte de Jesús Cristo fue un triunfo, una victoria decisiva. También fue un triunfo del Amor Divino, quien nos llama, nos acepta, sin ninguna coerción. La maldad si continúa en las sombras, pero esta rodeada por el amor que Dios tiene por nosotros.
Podemos entender la maldad como la ‘nada’. Claro, la maldad no tiene existencia propia, sino que existe dentro del Bien. La maldad es una pura negación, una privación, una mutilación; pero, aunque la maldad es un vacío total, es un vacío que sí existe, un hueco que devora seres. Crear no puede, pero su poder destructivo es enorme. La maldad nunca asciende, siempre desciende. Es espantoso la degradación que efectúa en un ser. La maldad es caótica, una separación, una constante descomposición, una desorganización total de la estructura del ser. En el ser humano la maldad se ubica en lo que los Santos Padres de la Iglesia llaman: "las pasiones". Las pasiones mueven al ser humano. En su esencia, tienen el poder de hacer que el ser humano caiga en la trampa. El ser humano está restringido por sus pasiones, que no le permiten desarrollar su potencia. Las pasiones son una concentración de energía cósmica que esclaviza a la persona y la mantienen prisionera. Siendo ciegas, las pasiones ofuscan la vista de aquellos a quienes poseen. Una persona poseída por las pasiones, no es el sujeto, sino el objeto, de la acción. Pierde la conciencia de ser un agente libre; hasta llega a desmentir la posibilidad de ser libre: atribuye su esclavitud a un concepto determinista universal.
Según a esta idea, ninguna persona puede escapar su condición de flaqueza de que resulta una sujeción rigurosa a las pasiones. En consecuencia, la persona pierde su identidad; se vuelve caótica por dentro, con múltiples rostros, máscaras. Este ser humano se muestra lleno de energía, activo, pero -en acto-, ya no es libre. Sólo le queda ser blanco para las influencias impersonales, éstas le hipnotizan y ejercen sobre él un poder continuo. La maldad en el mundo se nos revela por todo el sufrimiento y la tristeza que nos rodea. El mundo es desolado, indiferente, inútil. Todos sufrimos por la maldad. Si contemplamos el sufrimiento causado por la maldad que extiende por todo el mundo, nos podemos desesperar. Toda la creación sufre, está envenenada por la maldad y sus energías cósmicas. Ahora, la Iglesia Ortodoxa enseña que el hombre llega a la verdadera libertad cuando derroca el poder de las pasiones que lo tienen amarrado y sojuzga el pecado de su condición caída. Parece una paradoja, pero la obediencia y la servidumbre a Dios le entrega al ser humano la verdadera libertad, la libertad concreta y real que corresponde a hijos de Dios. Dios impone una disciplina severa al hombre que de veras desea ser libre, una disciplina de oración continua, de ayuno, de vigilancia, de estudio, de trabajo, de servicio. Pero, al someterse a Dios el ser humano restaura su personalidad, reintegrada con el Espíritu Santo, y logra una libertad genuina. Leemos en el Santo Evangelio pasajes donde Cristo cura a dos endemoniados, y por Su poder milagroso libera a estas personas de la influencia de la maldad. Por parte de su Iglesia -la Iglesia Ortodoxa-, Cristo ofrece a cada uno de nosotros la habilidad de combatir, luchar y vencer la maldad; a echar fuera su influencia sobre nuestras vidas. Satanás, al contrario, busca desviarnos de nuestro objetivo, y usa cualquier trampa para engañarnos. Nos susurrará que nos falta el tiempo o la energía para luchar contra la maldad; que somos incapaces, aun con la ayuda de Dios, de tener éxito. ¡Tenemos que resistir estas mentiras! El pecado y la maldad nos hacen esclavos. Cuando elegimos la maldad, cometemos un grave error, y ahí el pecado comienza a cautivarnos. Por ejemplo: los que eligen drogas, frecuentemente están amarrados a este vicio toda la vida, hasta que sobreviene la muerte. Lo mismo pasa con el abuso del alcohol, los juegos de azar u otro tipo de maldades. Son cadenas que nos enlazan, cárceles para nuestras almas y cuerpos; nos roban la felicidad en la vida terrestre y nos amenazan la felicidad del Reino eterno. Algunos buscan ayudarles con métodos que prescinden de Dios: éstos son poco eficaces.
Según a esta idea, ninguna persona puede escapar su condición de flaqueza de que resulta una sujeción rigurosa a las pasiones. En consecuencia, la persona pierde su identidad; se vuelve caótica por dentro, con múltiples rostros, máscaras. Este ser humano se muestra lleno de energía, activo, pero -en acto-, ya no es libre. Sólo le queda ser blanco para las influencias impersonales, éstas le hipnotizan y ejercen sobre él un poder continuo. La maldad en el mundo se nos revela por todo el sufrimiento y la tristeza que nos rodea. El mundo es desolado, indiferente, inútil. Todos sufrimos por la maldad. Si contemplamos el sufrimiento causado por la maldad que extiende por todo el mundo, nos podemos desesperar. Toda la creación sufre, está envenenada por la maldad y sus energías cósmicas. Ahora, la Iglesia Ortodoxa enseña que el hombre llega a la verdadera libertad cuando derroca el poder de las pasiones que lo tienen amarrado y sojuzga el pecado de su condición caída. Parece una paradoja, pero la obediencia y la servidumbre a Dios le entrega al ser humano la verdadera libertad, la libertad concreta y real que corresponde a hijos de Dios. Dios impone una disciplina severa al hombre que de veras desea ser libre, una disciplina de oración continua, de ayuno, de vigilancia, de estudio, de trabajo, de servicio. Pero, al someterse a Dios el ser humano restaura su personalidad, reintegrada con el Espíritu Santo, y logra una libertad genuina. Leemos en el Santo Evangelio pasajes donde Cristo cura a dos endemoniados, y por Su poder milagroso libera a estas personas de la influencia de la maldad. Por parte de su Iglesia -la Iglesia Ortodoxa-, Cristo ofrece a cada uno de nosotros la habilidad de combatir, luchar y vencer la maldad; a echar fuera su influencia sobre nuestras vidas. Satanás, al contrario, busca desviarnos de nuestro objetivo, y usa cualquier trampa para engañarnos. Nos susurrará que nos falta el tiempo o la energía para luchar contra la maldad; que somos incapaces, aun con la ayuda de Dios, de tener éxito. ¡Tenemos que resistir estas mentiras! El pecado y la maldad nos hacen esclavos. Cuando elegimos la maldad, cometemos un grave error, y ahí el pecado comienza a cautivarnos. Por ejemplo: los que eligen drogas, frecuentemente están amarrados a este vicio toda la vida, hasta que sobreviene la muerte. Lo mismo pasa con el abuso del alcohol, los juegos de azar u otro tipo de maldades. Son cadenas que nos enlazan, cárceles para nuestras almas y cuerpos; nos roban la felicidad en la vida terrestre y nos amenazan la felicidad del Reino eterno. Algunos buscan ayudarles con métodos que prescinden de Dios: éstos son poco eficaces.
Pero existe un escape para ellos, y para todos quienes quedan encarcelados en sus jaulas de pecados: El escape es por medio del Evangelio liberador de Cristo Jesús. Dios nos creó para la felicidad y para la libertad. A nosotros, sus criaturas favoritas, nos dio dominio sobre todo el universo. Por medio de él, por medio de fidelidad a sus enseñanzas, podemos reclamar nuestros derechos como criaturas de Dios, y vencer al Adversario, el Maligno. Inclinemos nuestros corazones a Cristo y a su Iglesia. Si hacemos eso, nos purificaremos, nos liberaremos del Adversario cuya ambición es nuestra condena perpetua. Dios tiene piedad y nos protege del Adversario.
U.I.O.G.D.
Para que en todas las cosas sea Dios glorificado...
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