domingo, 11 de mayo de 2008


Sfragís:
La Señal de la Cruz en el Bautismo.



Por el Padre Miguel Zavala Múgica+,
Presbítero de la Diócesis de México, Iglesia Anglicana de México.



Este escrito es propiedad de su autor. Su intención NO es polémica, sino catequética.
Queda permitida la cita o publicación para uso didáctico y cultural, citando al autor
y la iglesia de origen, y respetando la integridad del texto.

Abril, A.D. 2006


Anteriormente he hablado acerca de la Señal de la Cruz, y de la diferencia entre signarse, persignarse y santiguarse. Tratábamos de ubicar históricamente cómo y cuándo se dieron esas manifestaciones ceremoniales del culto cristiano.


Vamos a hablar ahora del acto de “signar” y de "signarse", que es el origen de usar gestualmente la Señal de la Cruz, y que tiene sus orígenes en la Iniciación Cristiana, que la mayoría de los cristianos actuales (me refiero a las personas laicas, y no clérigos, ocupadas en sus labores seculares cotidianas) llaman simplemente: Bautismo.

1. Contexto histórico.

Ubiquémonos hacia el siglo III, y entrados al IV d.C. El mensaje de Jesús -originado en la fe y esperanzas del pueblo de Israel-, ya se había convertido en herencia de nuevas personas del ambiente (pagano) greco-latino, y estaba diseminando por el Imperio Romano. La religión cristiana se formó en un ambiente pluricultural, "interreligioso" (diríamos también hoy), sumamente tolerante (por el lado positivo), sumamente indiferente (por el lado quizá negativo, sobre todo en lo referente a la ética), y de avidez por lo nuevo, lo misterioso y lo esotérico, muy parecido a nuestro fin de siglo XX y principio del XXI.

Vamos más atrás. El Imperio Romano era heredero cultural y territorial del Imperio helenístico (griego) que Alejandro Magno formó hacia el siglo IV a.C. En ese tiempo, los griegos, y luego los romanos, se hicieron muy conscientes de ser dueños de un imperio "universal", "ecuménico" (en griego: oikoumenikos - oikumenikós, de - oikouméne = "la tierra habitada"), formado por pueblos de las más diversas culturas.

Así, algo crucial que caracterizó al Imperio de Alejandro y luego al romano, fue no sólo una amplísima tolerancia a todos los cultos religiosos, sino la absorción de estos cultos en el contexto de la religión imperial.

Un marinero va en un barco, de Alejandría, en Egipto, hasta el puerto de Ostia, en Roma… ya trae consigo un idolillo de Serapis y el relato emocionado de cómo fue iniciado en los misterios de aquella deidad. Un soldado romano deja en Iconio -en la península de Anatolia, hoy Turquía-, a una amante que lo encomienda a la diosa Cibeles y no lo deja irse sin que se le comuniquen esos sagrados misterios: el soldado es destacado en una guarnición en Hispania, y así llega el culto de la diosa hasta el otro extremo del Mediterráneo. Un senador romano -pagando un costosísimo y largo viaje-, lleva un mensaje imperial y aprovecha para visitar Delfos -en Grecia-, consultar al Oráculo sibilino y hacerse iniciar en los célebres misterios de Apolo.

Estos casos ilusorios, son ejemplos de lo que realmente pasaba ya antes del siglo I a.C. y aún después del I d.C. Y es verdad que también fueron soldados, marineros, esclavos, mercaderes y ricos potentados, quienes llevaron consigo el mensaje de Jesucristo de un lado a otro, no sólo por el Mediterráneo, sino por las vías carreteras romanas en Europa, Asia Menor, y el Norte de África. Muy natural resulta que mucho de las ideas, ritos y ceremonias que dieron cuerpo a la nueva religión, viniera de ese contexto religioso.

2. Contexto eclesial y litúrgico-bautismal.

El cristianismo fue compañero tanto del judaísmo (su cuna materna y que, en ese tiempo -siglos I a.C. y I d.C.-, tuvo uno de sus rarísimos períodos proselitistas), como de un amplio mosaico de religiones mistéricas y de salvación. Por eso, hasta nuestros días, los cristianos hablamos de "misterios", "salvación", “iniciación” y otras palabras que enriquecen y enmarcan el mensaje central del Evangelio.

Los cristianos actuales, estamos acostumbrados a enumerar "siete" sacramentos; pero esta lista es una formación muy tardía, data de la Alta Edad Media, sobre todo después del siglo VIII d.C., si no es que de más tarde.

La mayor parte de la información que tenemos en este trabajo –aparte de la de la Biblia-, nos llega gracias a los escritos de los primeros escritores cristianos, entre los siglos II al VII aproximadamente –griegos o latinos-, a quienes damos el nombre colectivo de Padres de la Iglesia (como Justino Mártir, Tertuliano, Cirilo de Jerusalén, Orígenes, Gregorio de Nacianzo, Gregorio de Nisa, Basilio de Cesarea, Juan el Crisóstomo o Teodoro de Mopsuestia). Estos textos, básica –aunque no únicamente-, son lo que constituye aquello a lo que los cristianos llamamos Tradición.

El Bautismo, en los cuatro primeros siglos de la Iglesia, tuvo varios nombres: “Iluminación” (Footismós); “Baño de la Regeneración” o “Baño del Nuevo Nacimiento" (Loútron tës Palingenësías); “Sello Santo” (’ágion sfragís); pero sobre todo, se le llamó: Iniciación Cristiana. Y este es el nombre que ha recuperado en la liturgia de la mayoría de las iglesias cristianas tradicionales. El Misal Romano abre el ritual para el Bautismo, con el título de: Iniciación Cristiana, y nuestro Libro de Oración Común 1979, en la primera rúbrica del rito intitulado Bautismo, dice llana y explícitamente: “El Santo Bautismo es la iniciación completa, por medio del agua y el Espíritu Santo, en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia".

En la Iniciación Cristiana, se seguían tres pasos fundamentales (había otras ceremonias, pero esto es lo importante): 1. El baño (loútron, en griego), sumergiendo al candidato en el agua; 2. Juntos, la imposición de las manos y el sello (sfragís, en griego), que -en algún momento-, llegó a hacerse con óleo (aceite de oliva) perfumado al que hoy llamamos Crisma, y 3. La comunión (koinonía, gr.), que era y es la participación en el banquete sacrificial y pascual del Cuerpo y la Sangre de Cristo, significados en las especies (elementos decimos los anglicanos) de Pan y Vino. Signos bien concretos, pasos bien definidos y una estructura triple (“trinitaria”, podríamos decir sin abuso).

Viéndolo desde nuestra perspectiva actual, se podría decir que lo que se llamaba Iniciación Cristiana, era una sola celebración completa, en la que se contaban lo que hoy diríamos que son "tres sacramentos": Bautismo, Confirmación (al menos su aspecto ceremonial), y Eucaristía. Insistamos en que -en los siglos III y IV d.C. no existía esa visión separada, excepto porque los cristianos -una vez iniciados-, seguían celebrando lo que en el Nuevo Testamento se llama: Cena del Señor (Déipnon toü Kyríou) o Fracción del Pan (’Artonklasía), y que Justino Mártir y otros primitivos escritores nos transmiten como: (Eujaristeía). Por ello los anglicanos y algunos otros cristianos insistimos en la importancia esencial de dos sacramentos que conocemos como Bautismo y Eucaristía.

3. Lugar litúrgico de la sfragís o Sello de la Cruz.

¿Dónde se encuentra en este esquema de la Iniciación Cristiana la Señal de la Cruz? Se halla en el segundo paso que hemos mencionado: conocido como sfragís o “sello”. En la historia del culto cristiano –desde muy tempranas fechas-, el bautizante ha impuesto sus manos sobre la cabeza del neófito recién bautizado; pero el trazo de la sfragís o Señal de la Cruz (valdría la pena decir “el Sello de la Cruz”), se ha colocado en diversos momentos durante la iniciación cristiana, aunque el más conocido y célebre es, inmediatamente después de la inmersión en el agua, y de la imposición de las manos, haciendo la cruz con el pulgar empapado en el aromatizado óleo crismal.

En el Ritual para Ocasiones Especiales -volumen compañero del Libro de Oración Común de la Iglesia Episcopal-, aparecen una serie de oraciones, ceremonias y rúbricas para acompañar el Catecumenado o proceso de preparación al Bautismo. Una de estas ceremonias es la imposición de la Señal de la Cruz (la sfragís) el día en que se inscriben los candidatos al Santo Bautismo. El Ritual para Ocasiones Especiales no es obligatorio, pero su uso es recomendable, la Señal de la Cruz o sfragís, colocada –según este Ritual-, al principio de la preparación prebautismal, es muy antigua, se remonta a los siglo IV y V con escritores como el Pseudo-Dionisio o Teodoro de Mopsuestia, aunque éste último la ubica entre los ritos de las Renuncias a Satanás y la Inmersión bautismal.

Serán Cirilo de Jerusalén y Ambrosio de Milán los primeros Padres en quienes hallemos la Señal de la Cruz asociada a la unción con el óleo crismal. Al parecer, fue este uso el más generalizado y el que ha llegado hasta nuestros días; más tarde, en diversas liturgias –como la romana o la bizantina (Iglesia Ortodoxa)-, vemos el uso de la sfragís repetida varias (a veces innumerables) veces a lo largo de la iniciación.

Veamos la Tradición de los Padres aplicada en la tradición anglicana del rito bautismal del Libro de Oración 1979, leemos:


Cada candidato es presentado por nombre al Celebrante, o al sacerdote o diácono
ayudante, quien sumerge o derrama agua sobre el candidato, diciendo:

N., yo te bautizo en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Cuando todos han recibido la administración del agua, el Obispo o el
Sacerdote, a plena vista de la congregación, ora sobre ellos, diciendo:

Oremos.
Padre celestial, te damos gracias porque por medio del agua
y del Espíritu Santo has concedido a ést-os tus sierv-os el perdón de los
pecados y l-es has levantado a la nueva vida de Gracia. Susténtales, oh Señor,
en tu Santo Espíritu. Dales un corazón para escudriñar y discernir, valor para
decidir y perseverar, espíritu para conocerte y amarte, y el don del gozo y
admiración ante todas tus obras. Amén.

Entonces, el Obispo o el Sacerdote impone la mano sobre la cabeza de la persona, y la marca en la frente con la señal de la cruz (usando el Crisma si así lo desea), diciendo a cada uno lo siguiente:

N., quedas sellad-o por el Espíritu Santo en el Bautismo y marcad-o como propiedad de Cristo para siempre. Amén.

O bien, esta acción puede realizarse inmediatamente después de la administración del agua y antes de la oración anterior.

4. Trasfondo bíblico básico de la sfragís.

La Señal de la Cruz se entiende 1.como un sello: una marca, e indica 2. la propiedad y el “costo” espiritual de la persona respecto a Cristo a quien ha aceptado como su Señor que la ha comprado (¡como se compra a los esclavos!), sí, pero para liberar a la persona a precio de su Sangre derramada en la Cruz. La cruz –como señal-, se relaciona al Triple Misterio Pascual de Cristo Jesús en su: Pasión, Muerte y Resurrección; representa el precio mediante el cual los cristianos hemos sido comprados:

“Por un precio fueron ustedes comprados; no se hagan esclavos de seres humanos”
(I Corintios 7:23); sin embargo, no contradice la verdad de que Jesucristo se hace SEÑOR para liberar y levantar yugos y pesos de opresión: “Estén ustedes firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estén nuevamente sujetos al yugo de esclavitud”. (Gálatas 5:1).

Aunque San Pablo no se refiere precisamente al trazo de la Señal de la Cruz, la Cruz sintetiza en sí misma el valor de lo que Cristo hizo en ella: “aboliendo en su cuerpo las enemistades, la Ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo –de los dos-, un solo y nuevo Ser humano, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.“ (Efesios 2: 15, 16) …y “anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz.” (Colosenses 2:14).

Esta exclamación de Jesús nos pone más claro el juego de conceptos pertenencia / liberación: “Vengan a mí todos ustedes que están trabajados y cargados, y yo los haré descansar. Lleven mi yugo sobre ustedes, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallarán descanso para sus almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”. (San Mateo 11:28). Aquí vemos claramente el juego de ideas: Cristo libera de cargas y yugos generados por el mal y el pecado, e impone, en lugar de ellos, cosas contradictorias si se toman literalmente: un “yugo – suave” y una “carga – ligera”, pero muy lógicas en su mensaje si aprovechamos el sentido figurado.

El gesto ceremonial de la sfragís o sello, es –igualmente-, una enseñanza por impacto contradictorio, como la marca de propiedad de un esclavo, pero sirve para distinguir e identificar a alguien que es libre, o –más bien-, a alguien que ha sido liberado.

San Pablo habla numerosas veces sobre el “sello”, como muestra basta esta cita: “En Cristo ustedes han creído y han sido marcados con el sello del Espíritu Santo de la Promesa.” (Efesios 1:6). Aunque no se ve clara aquí la alusión a la Señal de la Cruz como una ceremonia, sí vemos la relación entre la Pasión y Muerte del Señor y el Don del Espíritu Santo (implícitamente mencionada, queda la Resurrección).

Volveremos después a la Carta a los Gálatas, que contiene un interesante mensaje sobre la libertad cristiana y el sentido en que el señorío de Cristo –lejos de aniquilar y oprimir-, enaltece y libera. Al hablar en ella, San Pablo, sobre la circuncisión y las marcas (stígmata) de Cristo que “él mismo lleva en su cuerpo”, nos conectará en una forma diferente a este tema de la sfragís, o marca de Cristo.

5. El sentido material y el sentido simbólico.

En griego, la palabra sfragís significa –al igual que la palabra “sello” en castellano-, lo mismo el artefacto para marcar que la marca dejada por éste. Así, lo mismo se trataba de sellos llevados en anillos para lacrar con cera cartas y documentos, que de hierros para marcar y tatuar al rojo vivo, lo mismo al ganado (en las ancas) que a los soldados romanos (signáculum, en latín -en una mano o antebrazo), o a un esclavo fugitivo (a plena frente).

De esta costumbre –quizá-, el sentido de estas dos citas: “(La Bestia) hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la frente…” (Apocalipsis 13:16), y “… ‘Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios…” (Apocalipsis 14:9).

¿Por qué no pensar que la sfragís pudiera remontarse al siglo I –siquiera tardíamente?, estos textos (Ap.13:16 y 14:9) –datados entre 90 y 100 d.C.-, sugieren el conocimiento del autor, de la costumbre de tatuar con las siglas o anagrama de un jefe, como salvoconducto de guerra y como preventivo a la traición. El cristianismo pudo haberla adoptado en medio de sus misterios litúrgicos, como un auténtico gesto contracultural.

a. Sentido de Pertenencia.

Basilio Magno (siglo IV), –en su tratado Del Espíritu Santo-, dice que la sfragís, lo mismo que la oración dirigida hacia el oriente-, son costumbres de origen apostólico: “Ellos (los Apóstoles), nos han enseñado a marcar con la Señal de la Cruz a los que ponen su confianza en el Nombre del Señor.” (Del Esp. Sto. 27). Vale la pena recordar la costumbre de los cristianos coptos (Egipto) de tatuarse cruces en frente y manos que –en tiempos difíciles, frente a los invasores musulmanes a Egipto-, eran señales de valentía para prevenirse de perjurar del Nombre de Cristo. Comprobamos la antigüedad de esta costumbre con Procopio de Gaza, quien atestigua –en el área de Palestina-, la costumbre de algunos cristianos de tatuarse cruces o el Nombre de Jesús en una mano (Patrología Griega de Migne 87:2401).

Así, la sfragís adquiere sentido de pertenencia lo mismo al “rebaño” que al “ejército” de Cristo, es señal de pertenencia y compromiso pero –sin duda-, también de protección.

Especialmente indicado para el Bautismo, en las rúbricas del Libro de Oración 1979, es el Salmo 23 El Señor es mi Pastor. El texto del Salmo jamás habla de marca alguna, pero su sentido es eminentemente de pertenencia y protección; los “verdes pastos”, las “aguas tranquilas”, y la “mesa preparada”, son alusiones a las que los Padres de la Iglesia abundantemente han interpretado dentro de una simbólica bautismal y eucarística. La figura del Buen Pastor, es esencial en el Bautismo, y en las Catequesis prebautismales de Cirilo de Jerusalén, él enfatiza la necesidad de la marca bautismal (la sfragís), como signo de reconocimiento (no habla de protección, sino de pertenencia), y lo pone en línea con las palabras del Señor: “Yo soy el Buen Pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen…” (San Juan 10:14). La misma línea siguen el Pseudo Dionisio y Teodoro de Mopsuestia.

b. Sentido de Protección:
Orígenes del uso y abuso de la Señal de la Cruz.


Gregorio de Nacianzo es el primero en dar a la sfragís sentido de protección, fundada en la pertenencia: “Si te armas con la sfragís, marcando tu alma y tu cuerpo con la unción (crisma - crisma) y con el Espíritu, ¿qué te podrá suceder? … …Y después de esta vida, podrás morir en paz, sin temor a ser despojado por Dios de los auxilios que te ha dado para tu salvación” (Del Bautismo 36: 377 A).

Desafortunadamente, Gregorio de Nisa y Orígenes, son dos escritores que atestiguan (en ellos mismos) la creencia común en las comunidades cristianas de habla griega, en el siglo IV, de antiguas ideas paganas sobre la vida después de la muerte (escatología). Gregorio de Nisa supone la vagancia del alma de quien ha muerto sin la marca del Bautismo: “…por los aires errante, sin que nadie la busque, porque ni dueño tiene. Buscará descanso sin hallarlo, llorando en vano y arrepintiéndose inútilmente”. (46, 424, C). Orígenes es más duro aún: “Las almas viles, encadenadas a la tierra a causa de sus pecados, son empujadas y arrojadas hacia abajo, sin que puedan siquiera tomar aliento: unas a las tumbas, donde aparecen los fantasmas de almas semejantes a sombras; otras, simplemente, hacia la superficie de la tierra.” (Contra Celso 7:5).

Asimismo, la sfragís autoimpuesta y usada cotidianamente por el propio cristiano después de su Bautismo (“autosignación”) es tan antigua como para que el Abad Antonio (siglos III y IV), y Cirilo de Jerusalén (s. IV), sean quienes recomienden usarla; vemos cómo el contexto de esta recomendación es, igualmente, protección y victoria sobre los demonios.

Atanasio de Alejandría, que escribe su biografía de Antonio, el Abad, en el siglo IV, relata una visita de peregrinos al santo asceta, quienes atestiguan uno de los famosos y fuertes ataques de los demonios contra él. Antonio invita a aquellos a retirarse: “Santiguaos (sfragísate ‘eavtoús) y retiraos tranquilos…” (Vida de Antonio 13).

Y Cirilo invita: “No nos avergoncemos de la Cruz de Cristo… llévala públicamente en la frente (sfragízou)… para que los demonios se alejen temblando. Haz esta señal (semeíon) cuando comas y bebas, cuando estés sentado o acostado, cuando te levantes; en una palabra, en toda ocasión.” (Patrología Griega 33: 472, B). “Hagamos… el sello de la Cruz (sfragís tou stavroú) en nuestra frente con los dedos… señal para los fieles, terror de los demonios, ya que en ella él los venció. Por eso, cuando ven la Cruz, se acuerdan del crucificado y temen al que les aplastó la cabeza.” (Idem. 33: 816, B).

La Biblia merece un respeto especial; pero estamos listos a analizarla y discernir (con la Razón), entre el mensaje del Espíritu Santo –su autor principal-, y las costumbres y cultura de los autores materiales. Igualmente, veneramos la Tradición (que, en principio, son estos escritos de los Padres de la Iglesia), pero también los sometemos a análisis.

Es importante darnos cuenta que algunos párrafos de los Padres –como éstos últimos-, han fundado temores y creencias de los que después se ha abusado para someter y chantajear la fe de las personas: como “las ánimas en pena”, los fantasmas, el purgatorio, y –muy especialmente, por desgracia-, una actitud, de tipo mágico, de adhesión desesperada al Bautismo en los casos de peligro de muerte, sobre todo de los niños. Estas ideas están fundadas –mayormente-, en autores paganos, en algunas concepciones sobre el Hades (lugar de los muertos), de los griegos.

Igualmente, estas ideas en los Padres, parecen ser no sólo la fuente de un sentido de protección, victoria y alegría de los cristianos basadas en los méritos y el triunfo sobre la muerte, obrado por Cristo en la Cruz, sino de un uso desesperado de la Cruz como placebo o droga adictiva que –entre más se ejecuta-, peor afirma aquello que pretende alejar, como: demonios y malos espíritus.

La idea cristiana que más constructivamente podemos sacar de todo esto es que pertenecer a Cristo es algo supremamente bueno y que Dios desea, es una garantía de comunión: que él nos conoce y nosotros a él (“yo conozco a mis ovejas y las mías me conocen” San Juan 10…), y de que la marca que nos identifica (la Cruz), es el signo del Amor más grande y seguro, mediante la fe: la Pasión y Muerte de Jesús, y de la victoria más triunfal: su resurrección.

Indudablemente que la fe cristiana incluye en su mensaje que existe la posibilidad de alejarnos de Dios y condenarnos a padecer las consecuencias de nuestra propia maldad; pero cuando se enfatizan el Bautismo y la Señal de la Cruz, como signos y conceptos que hay que practicar para prevenir perderse eternamente, o se les asocia mayormente con un temor a los demonios o el vacío y las sombras después de la muerte, hay que recordar siempre que estos miedos proceden de respuestas que los Padres de la Iglesia dieron basados en la cultura general de su tiempo (siglos II al VII, aproximadamente), y de su premura porque los cristianos no retrasaran el Bautismo hasta una edad demasiado avanzada (la regla era el Bautismo de adultos).

No se trata de tachar de “paganos”, ni chantajistas a los Padres de la Iglesia, ni tampoco de negar el grave riesgo que los cristianos reconocemos ante el alejarnos de la comunión con Dios, del mensaje y señorío de Cristo-, sino de discernir entre lo que es predicación del misterio de Dios en Cristo, en el poder del Espíritu Santo, y lo que son soluciones y preocupaciones propias de épocas y culturas.

La actitud de nuestro Maestro y Señor, no fue poner la confianza en signos y ceremonias externos, sino en un cambio interior que todas las personas podemos tener, con la Gracia de Dios. ¡Ese es el punto de partida! Nuestro trabajo como cristianos actuales, es avanzar y reformar nuestra actitud ante estos signos sacramentales bellos, elocuentes, eficaces, tradicionales y que reflejan la enseñanza contenida en las Sagradas Escrituras, haciendo de ellos un uso que fortalezca nuestra fe en el triunfo de Cristo, pero sin convertirlos en signos de miedo ni desesperación.

c. Sentido de Protección en el combate espiritual.
La sfragís desde el concepto militar: alistarse al servicio de Cristo.


San Pablo es el primer escritor cristiano en comparar la entrega a Cristo y el compromiso con él, con una lucha, ya bélica o atlética, y en usar los recursos de ambas disciplinas: armadura, yelmo, espada, carrera… (I Corintios 9:24-27; Efesios 6:10-17; Filipenses 3:12-14).

El rechazo de las primeras generaciones cristianas al Imperio Romano, al ejército, a las asociaciones paganas con uno y otro, al servicio militar y a otras derivaciones, hace comprensible el texto del Apocalipsis que usamos unos párrafos arriba. En el siglo IV, sin embargo, se operó un gran cambio. Con la victoria de Constantino como emperador romano, los cristianos adinerados que lo apoyaron obtuvieron considerables ventajas, como el reconocimiento público de su religión ya –para entonces-, no tan nueva.

Una leyenda dice que Constantino tuvo un sueño, antes de su decisiva batalla por Roma, en el Puente Milvio, en el año 312, en el que oyó una voz que le decía en griego: “ ’En avtó niká” = “Con esto vencerás”, o bien en latín: “In hoc Signo vinces” = “Con este Signo vencerás”. Según el mismo relato, inmediatamente Constantino hizo bordar, en sus lábaros, cruces y monogramas de Cristo.

Leyenda o no, el caso es que la Cruz, en tanto que trazo –que seguramente ya se usaba como símbolo de Cristo y de su mensaje en algunas comunidades cristianas-, definitivamente sí que entró, con Constantino, a ser el símbolo por antonomasia, amén de iniciarse con ello un largo Calvario (con todo y cruz), de relaciones de mutuo colaboracionismo, así como de mutuos recelos y afanes de poder entre la Iglesia (ahora reducida en su representatividad al clero), y el Imperio (valga decir: el Estado).

Naturalmente, la nueva situación histórica, facilitó (o exigió) una nueva simbólica de la Cruz y del cristianismo en general, que echó mano de la simbólica castrense o militar. De nuevo Cirilo de Jerusalén, da la nota positiva, aunque también vuelve al tema de los demonios: “Igual que quien se dispone a salir en campaña examina la edad y salud de los reclutas, así el Señor, al alistar (stratologeisthai = literalmente significa: “enlistarse como soldado”) a las almas, examina sus voluntades… …(El Señor) no arroja las cosas santas a los perros, sino que –cuando encuentra una conciencia recta, le imprime su sello (sfragís) saludable y maravillosa, que los demonios temen y los ángeles reconocen, de modo que aquéllos huyen y éstos la acompañan como a una amiga. Por tanto, quienes reciben esta sfragís saludable, deben poseer una voluntad adecuada.” (33: 373, A).

En otra parte, Cirilo de Jerusalén pone estas palabras en boca de Cristo: “Luego de mi combate en la cruz, concedo a mis soldados que lleven en la frente la sfragís regia” (33: 736, A). Este pasaje va en la misma dirección –aunque en sentido opuesto-, que el pasaje sobre la “marca de la Bestia” de Apocalipsis 13: 16 y 14: 9 que presentábamos más arriba, y podemos conectarlo con: “No hagan daño… …hasta que hayamos sellado (sfragísoomen) en sus frentes a los siervos de nuestro Dios.” (Ap. 7:3), y en secuencia: “…verán su rostro (de Dios), y su nombre estará en sus frentes”. (Ap. 22:4).

Probablemente, este pasaje de Ap., tiene base en este otro del Antiguo Testamento: “…Llamó Yahvéh al varón vestido de lino, que tenía a su cintura el tintero de escribano, y le dijo Yahvéh: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y claman a causa de todas las abominaciones que se cometen en medio de ella… … a todo aquel sobre el cual hubiere señal, no os acercaréis… “ (Ezequiel 9: 3b, 6a).

De modo similar habla Teodoro de Mopsuestia: “El soldado que, por su estatura y dotes físicas, parece digno de ser elegido para el servicio del imperio, recibe en la mano una marca que indica a qué rey sirve; así tú, ahora, por haber sido elegido para el reino del cielo, llevas visible la marca que te distingue como soldado del rey del cielo”. (13:17). Vemos -aquí también-, transformado el sentido negativo de la sfragís en Ap. 3:16 y 14:9, y reelaborado al servicio de la entrega a Cristo.

Hay que recordar que Teodoro de Mopsuestia reporta el uso de la sfragís, no después del baño bautismal (como Cirilo de Jerusalén), sino mucho antes, al momento de la inscripción en el registro de los catecúmenos para el Bautismo, esto puede abrirnos una vía más correcta para comprender el por qué de la Señal de la Cruz al principio de la Cuaresma, la cual representa el tiempo preparatorio para el Bautismo en la Pascua, independientemente de que el uso de la ceniza se le haya agregado posteriormente. Esto puede darnos pistas para una mejor catequesis de esa ceremonia donde fuere deseable tenerla.

Juan el Crisóstomo (siglos IV y V), compañero de Teodoro de Mopsuestia, definitivamente conecta el ejemplo de la marca militar con el Don del Espíritu Santo: “Como la sfragís es impuesta en los soldados, así el Espíritu Santo (lo es) en los creyentes.” (61: 418).

Es importante describir, que el alistamiento en el ejército constaba de tres partes: 1. la imposición del sello (sfragís), 2. la inscripción o registro, y 3. el juramento (en latín: sacramentum). Tertuliano fue un autor latino (escribió también en griego) del Norte de África, en el siglo II, y con el tiempo acabó pasándose a la facción cristiana de los montanistas, celosísimos en guardar los votos hechos a Cristo e intolerantes con quienes abjuraban de su fe ante las presiones del martirio. Tertuliano es –por ello mismo-, el primero en subrayar la importancia del juramento; de aquí, que la palabra mystérion que originalmente se usaba en griego, fuera desplazada –en los ambientes de habla latina-, por la palabra sacramentum (= “juramento”).

d. Sentido de Pertenencia al Señorío de Cristo.
La sfragís como stigma o marca en los esclavos
y como señal de consagración.


Mucho de la enseñanza cristiana tradicional, está basado en un método llamado tipología (griego: týpon = ejemplo), el cual consiste en el presupuesto de que los grandes acontecimientos de Cristo y de la Comunidad Cristiana, en el Evangelio, están prefigurados en acontecimientos relatados el Antiguo Testamento. Este método fue el preferido de la mayoría de los Padres de la Iglesia.

Según la tipología, tenemos una marca o estigma narrado en la Biblia, que hace inviolable, inmune, intocable a su portador. En ese sentido, hemos leído ya pasajes como Ezequiel 9: 3b-6ª y Apocalipsis 7: 3 y 22: 4, que este último parece depender del anterior.

Otro pasaje que se ve como tipo de la señal o sello bautismal es la “marca de Caín” Gén 4: 15, un signo que Dios impone a Caín después del asesinato de su hermano Abel, para que no sea objeto de la venganza de sangre; signo de la paciencia de Dios que protege al ser humano pecador.

Pero –aparte de la tipología-, hay testimonios desde el Antiguo Testamento del uso de marcas visibles (escarificación), para señalar a una persona consagrada, por ejemplo, los profetas-sacerdotes de Baal: “…Ellos clamaban a grandes voces, y se sajaban con cuchillos y con lancetas conforme a su costumbre, hasta chorrear la sangre sobre ellos.” (I Reyes 18:28). Estas marcas (estigmas) eran una forma material de imprimir carácter, y eran indelebles, de tal modo que –en situaciones adversas-, llegaban a ser un compromiso peligroso o mortal, así sucede cuando un profeta israelita trata de disimular su condición alegando que sus estigmas sagrados son heridas de riña callejera: “Sucederá en aquel tiempo, que todos los profetas se avergonzarán de ser videntes cuando profetizaren; ni nunca más vestirán el manto de pelo para contar mentiras. Llegarán a decir: ‘No soy profeta; sino labrador de la tierra, y he estado en el campo desde mi juventud’. Y le preguntarán: ‘¿Y esas heridas que llevas en tus manos?’ Y él responderá: ‘Me las hicieron en casa de unos amigos’ ”. (Zacarías 13: 4-6).

En castellano, el lenguaje coloquial actual, hablamos de “marcar” o “etiquetar” a una persona, cuando se le juzga bajo un punto de vista con preferencia a otros; más duramente, se habla de “estigmatizar” cuando la marca o etiqueta es infamante e indeleble (imborrable o al menos difícil de borrar), quizá esto tenga su origen en las costumbres grecolatinas de marcar en la frente a los esclavos, si bien parece que en Occidente, sólo se marcaba a los esclavos fugitivos. (cfr.: Ambrosio de Milán 16: 437).

Sin embargo, esta misma costumbre se extendía a los hieródulos (gr.: “esclavos sagrados”, sacerdotes o personas consagradas a un culto divino), así, Herodoto, refiere lo siguiente acerca de los hieródulos de Heracles, marcados con los santos estigmas (‘ágia stígmata): “…Y en la orilla (del Nilo) estaba un templo de Heracles, que todavía hoy existe, y en el cual, habiéndose refugiado un esclavo de cualquiera de los hombres -si se impusiere los sagrados estigmas, entregándose a sí mismo al dios-, no está permitido tocarlo”. (Historias 2: 113; 193, 194a). Podemos ver en esto un ejemplo de cómo -en la antigüedad-, los estigmas (stígmata) o sellos (sfragídes) de pertenencia a un amo podían abolirse por los de la pertenencia a otro, al menos si se trataba de la consagración religiosa a un dios.

6. La Circuncisión como tipo de la Señal de la Cruz y del Bautismo.

La cita anterior de Herodoto sobre las marcas o estigmas del hieródulo de Heracles, aclara ciertas palabras de San Pablo y poniéndonos frente a la enorme riqueza simbólica de este texto:


“Todos los que quieren agradar en la carne, éstos los obligan a ustedes a circuncidarse, solamente para no padecer persecución a causa de la cruz de Cristo. Ni siquiera esos mismos que se circuncidan guardan la Ley; pero sí quieren que ustedes se circunciden, para gloriarse en el cuerpo de ustedes. Yo, para nada quiero gloriarme, más que en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo; por él, el mundo es para mí como si estuviera crucificado, y yo crucificado para el mundo. En Cristo Jesús no vale nada ni estar circuncidado, ni el no estarlo, sino ser una nueva creación. Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios. De aquí en adelante nadie me cause molestias; porque yo llevo en mi cuerpo las marcas (stígmata) del Señor Jesús.” (Gálatas 6: 12-17).

Si tomamos el fragmento: “llevo en mi cuerpo las marcas (stígmata) del Señor Jesús”, donde stígmata puede ser entendido como: “marcas”, “señales”, “heridas”, o “sellos de propiedad”, etc., entonces, podría referirse:

1. A las heridas mismas de la Pasión de Cristo. El mensaje positivo aquí es que la Pasión consagra a los discípulos de Jesús.

Esto, llevándose irresponsablemente, del sentido figurado a la más burda literalidad, ha dado pie a una nociva milagrería posterior, sobre todo del Medioevo (“estigmatizaciones” y “estigmatizados” como los que se cuentan de Francisco de Asís y otros).

2. A auténticas heridas recibidas por Pablo en flagelaciones y malos tratos por el Nombre de Cristo. Aunque esto estaría en directa oposición al pensamiento general de Pablo sobre la inutilidad de los méritos propios ante la Gracia de Dios en los méritos de Cristo.

3. Pero parece haber una tercera posibilidad más viable:
San Pablo, sin duda, conoce la costumbre de su cultura, de marcar: ganado, soldados y esclavos. Es muy probable que tuviera noticia de que los estigmas, heridas o sellos de ciertas deidades paganas, hacían libre (en cierta forma) e intocable al esclavo que se le había consagrado (como especie de amparo religioso contra la justicia civil).

Resulta, entonces, lógico, que Pablo reclamara llevar en su cuerpo estos estigmas (usando un sentido figurado), pues estaría oponiéndolo a la obligación judía de practicarse la circuncisión –ella misma un estigma, marca, señal o sello físico y visible, primero meramente tribal, y después específicamente religioso.

Hay que recordar que una parte esencial del discurso cristiano de Pablo consiste en una lucha contra quienes –oriundos del judaísmo, pero ya dentro del seno del cristianismo-, obligaban a los creyentes no judíos a seguir las reglas de la Ley de Moisés, comenzando por la circuncisión. El tema de la Carta a los Gálatas es el señorío de Cristo, por encima de la severidad legal y culpígena de la Ley Mosaica. Así, la Circuncisión (en hebreo B’rit-Miláh – o Signo del Pacto”), viene a ser figura o týpon del Bautismo y –en este discurso en particular-, se convierte en una auténtica contraparte.

Podemos entenderlo enunciándolo con otras palabras: “Yo he sido liberado de los estigmas de ese amo que era la Ley, mediante los de mi nuevo Señor que es Cristo, las heridas de su Pasión y su Cruz, son mías ahora, y si llevo heridas propias, no es sino por él.” Por ello Pablo hace un énfasis tan fuerte en no gloriarse en otra cosa, sino en la Cruz de Cristo, que es lo que auténticamente consagra a un cristiano como tal.

Resulta lógico comprender cómo la cruz se convirtiera en un signo elocuente por sí mismo, y -una vez pasados algunos siglos-, su trazo pudiera verse –en el cristianismo posterior de los Padres, a partir de los siglos III y IV-, como una señal sustitutiva de la circuncisión.

De aquí se dedujo –siglos después-, la costumbre de bautizar al octavo día del nacimiento de un niño, según se hacía con la circuncisión en el judaísmo. Justino Mártir (s. II), es el primero en asociarlo, aun cuando tal no era la práctica en su temprana época: “El precepto de la circuncisión, que manda circuncidar a los niños al octavo día, es figura (týpon) de la verdadera circuncisión que los circuncida a ustedes del error y del pecado por aquél que resucitó de entre los muertos el primer día de la semana: Jesucristo, nuestro Señor…” (Diál. 41: 4).

Esta otra cita complementa perfectamente la de la Carta a los Gálatas, y deja clara la relación de la circuncisión con el Bautismo, de éste con el misterio de la Cruz y la Resurrección, y permite dar pie a la relación de la marca de la circuncisión con la de la Señal de la Cruz, como signo de victoria sobre el pecado y su condena (el acta de los decretos, o nota de cargo), y sobre los poderes espirituales de cualquier tipo:

“Ustedes también fueron circuncidados, mas no con una circuncisión hecha a mano, sino al arrojar de ustedes el cuerpo pecaminoso carnal, en esa circuncisión que es de Cristo, es decir: cuando fueron sepultados con él en el Bautismo. En el Bautismo también fueron resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que lo levantó a él de entre los muertos. Cuando ustedes estaban muertos en sus pecados, y sin tener circuncisión en la carne, Dios les ha dado vida juntamente con Cristo, al perdonarles a ustedes todos los pecados. Cristo anuló el acta de los decretos que había contra nosotros y que nos era contraria, la quitó de en medio y la clavó en la Cruz, así despojó a los principados y a las potestades, y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la Cruz. (Colosenses 2:11-15).

Si nuestro pasaje de la Carta a los Gálatas establece el señorío de Cristo por sobre la condena de la Ley, el de la Carta a los Colosenses lo establece por encima de las fatalidades de los “principados y potestades” del cosmos, propias del paganismo. En ambos casos, la Cruz es el signo de triunfo y dominio de Cristo Jesús, al gran acontecimiento de la Cruz (el Crucificado mismo) converge la Circuncisión como týpon o figura, y de ella deriva el Bautismo como antítypon o cumplimiento.


7. Conclusión: Sello de una Promesa irrevocable.

Tanto la Circuncisión –en el Antiguo Testamento-, como la Señal de la Cruz –dentro del contexto de la Iniciación bautismal-, representan (aunque en distintos contextos), una señal indeleble y permanente de pertenencia, protección, promesa. Es la señal exterior de una alianza que comienza con la iniciativa de Dios.

Es cierto que la mentalidad helenista de la antigüedad cristiana, vio el sello bautismal como una marca permanente en el alma, y esto ha quedado en la tradición cristiana. Sin embargo, según la dinámica bíblica, es Dios quien –fundamentalmente-, se obliga a sí mismo con el ser humano. Es solamente Dios –figurado en la llama de fuego-, y no Abraham, quien pasa por entre las mitades de los animales sacrificados por éste, lo cual –en el contexto de las instituciones del Próximo Oriente Antiguo-, representa un juramento solemne y obligatorio. Esta alianza se consagrará después con la ordenanza de la Circuncisión. Será Jesús –Dios hecho humano-, quien se ofrezca en sacrificio Vicario por la humanidad. Signo de esta redención es el Bautismo, con la sfragís que reproduce la Señal de la Cruz.

La indelebilidad del signo indica la permanencia de la Promesa y de la Gracia, y que aunque los seres humanos, por nuestra libertad y también por nuestros propios pecados-, pudiéramos llegar a apartarnos de la alianza que Dios hace con su comunidad, siempre existe ese orden estable de la Gracia al cual los seres humanos siempre tenemos la posibilidad de volver.


U.I.O.G.D.

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Notas:

Este trabajo ha sido elaborado con base en:
Jean Daniélou: Sacramentos y Culto según los Santos Padres. Cap. III La Sphragis. (1ª. Ed. París, 1958). Ed. Guadarrama; Serie: “Los Libros del Monograma”; Colección: “Cristianismo y Hombre Actual”, vol. 9; Madrid, 2ª. ed., 1964. Trad. española de Mariano Herranz y Alfonso de la Fuente.

Las citas de los Santos Padres son –mayormente-, traducción de J. Daniélou en la obra de referencia, cotejadas. Para la cita de Herodoto mencionada (aunque no vertida) por J. Daniélou, se usó el texto de Arturo Ramírez Trejo en Herodoto: Historias, Tomo I; Ed. UNAM, Col. “Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana”; México, D.F., 1984.

Las citas de la Sagrada Escritura, son de la edición Reina/Valera, 1960.
La redacción castellana de los textos ha sido arreglada por el autor donde ha sido necesario –respetando el sentido original-, de manera que resulten comprensibles.


FINIS.

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