sábado, 19 de julio de 2008

HOMILÍA DOMINICAL
20 de julio A.D. 2008
Léanse las lecturas del artículo siguiente:
Propios de la Santa Eucaristía…
¿Por qué tiene que existir el mal en el mundo…?
Pbro. Miguel Zavala-Múgica+
Todas las personas experimentamos diferentes tipos de injusticias, en diferentes proporciones y momentos de la vida; siempre nos preguntamos “¿por qué?” y “¿para qué?”, exigimos saber las causas y los propósitos de las injusticias. Pero una cosa son las desgracias que puedan ocasionarnos accidentes o circunstancias fuera del control humano, y otra enfrentarnos a la intención deliberada (mala o no, eso tiene que juzgarse aparte), de personas como nosotros: un jefe en el trabajo, un cónyuge resentido recién divorciado, un médico irresponsable, alguien que nos ha golpeado física o espiritualmente.
El texto del libro de la Sabiduría que hemos leído, parece demasiado optimista; me parece escuchar ese cantito tan alegre estilo Renovación Carismática…: “¡No hay dios tan grande como tú!”, según la enseñanza de este libro, y del Salmo 86 (“No hay dios comparable a ti…”), el mundo marcha maravillosamente guiado por la bondadosa, justa y compasiva mano de Dios, no hay gobernante que se le puede enfrentar, ni burlarse de él…
¡¿Por qué y por qué…!?
¿No será que algo en todo esto anda mal? ¿Qué pasa con gobernantes que abusan o mal administran lo que no es suyo?, ¿qué con gobernantes de esos de juntas militares o dictaduras, que han torturado, asesinado y atemorizado a miles de inocentes, durante largos años, impunemente, y quienes jamás reciben castigo justo ante sus víctimas o familiares de éstas? Estas preguntas no se pueden tomar a la ligera.
…Y además: ¿dónde anda Dios cuando a alguien lo están torturando en un campo de concentración, cuando a una familia humilde la van a sacar de su casa con lujo de fuerza y sin proveerle nada a cambio, porque encima de lo que fue su casa se va a construir un fraccionamiento a todo dar…?, ¿dónde está Dios cuando un cretino le dice qué hacer a una persona con más experiencia o más virtud?
El problema con todas las cuestiones que estoy proponiendo, es que –en parte-, implican juicios de valor, puntos de vista personales, y además ignoran el curso que los acontecimientos han de tomar; pero no deja de ser legítimo el grito del Salmo 86: “Una banda de insolentes y violentos, que no te tienen presente, se han puesto en contra mía y quieren matarme”, al menos se trata de la miseria y abandono sentidos por un ser humano en una circunstancia particular.
La frase: “actuando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser bondadoso…”, me pone a pensar si acaso los justos –en su bondad-, no tendrán que ser también exigentes y capaces de enfadarse ante la injusticia y ante los abusivos de este mundo…
Cuando viene San Pablo en la Carta a los Romanos y nos dice tal cosa como que… “Los sufrimientos del tiempo presente no son nada si los comparamos con la gloria que ha de venir…”, muchas personas intensamente sufrientes, honestamente sienten deseos de rebelarse contra una gloria ausente (“pa’cuando te mueras), que parece burlarse de un dolor muy presente.
Los curas y muchas personas piadosas, somos muy aficionados a ciertas salidas “fáciles” ante situaciones muy duras de gente a la que debemos consolar y fortalecer (en hospitales y funerarias, sobre todo…) –“Mire usted, tranquilícese… ¡eees la voluntad de Diooos!”; “Resignación, comadrita…”, y una sarta de boberías que deberíamos poner más cuidado en decir. Con justa razón, la gente se molesta, y con lágrimas en los ojos nos cuestiona si es la voluntad de Dios que una hija se le esté consumiendo de anorexia, o que un hermano se haya estampado en un muro con todo y moto, o –y aquí viene lo más difícil-: que a una nieta la hayan violado entre cuatro infelices, dejándola embarazada, o que un grupo de asesinos haya acabado con una familia entera en la propia casa de ésta.

La Voluntad de Dios: un proceso que no ha acabado…
La primera cosa que tendríamos que aprender, es a mirar bien lo que cada uno hace… y a responsabilizarnos apropiadamente. Antes que adjudicar a la voluntad de Dios injusticias, habría que reflexionar si los autores de tan tremendos pecados no serán acaso quienes quebrantan –con sus acciones-, la voluntad de Dios (San Pablo dijo a Timoteo: “Dios quiere que toda persona se salve y llegue al pleno conocimiento de la verdad”).
Pero cuando Pablo añade: “…La creación perdió su verdadera finalidad… le quedaba siempre la esperanza de ser liberada de la esclavitud y la destrucción, para alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios.” Tal parece como que las cosas no están TODAVÍA resueltas. La obra de salvación de Dios para nosotros, no está del todo concluida, estamos en un proceso: “…la creación entera se queja y sufre como una mujer con dolores de parto…”
El pasaje que se conoce como “el Sermón de la Cena”, es un discurso que el Evangelista Juan pone en boca de Jesús en su Última Cena antes de su Pasión, y los grandes temas de ese discurso son: la próxima ausencia de Jesús (iba a morir), y la llegada del Paráklito, “otro Consolador”, el fortalecedor, el abogado, el apoyo. La presencia de este Espíritu en la familia de Dios en el mundo es la garantía de que podemos seguir a Jesús a pesar de la dura prueba de no poder verlo en esta vida, a pesar de no poder ver muchas cosas en las que se nos pide: ¡Creer!, ¡tener confianza!, ¡estar firmes!
Ya el Antiguo Testamento nos presenta tres acciones de Dios que nos llevan a actitudes más positivas ante la vida:
1. “Llenaste a tus hijos de esperanza, al darles la oportunidad de arrepentirse de sus pecados.” Tenemos la oportunidad de cambiar, aún los más terribles y violentos pecadores.
2. “Enséñame tu camino, para que yo lo siga fielmente. Haz que mi corazón honre tu nombre.” Podemos pedir que Dios nos muestre lo que debemos hacer, en vez de exigir que Dios haga lo que nuestra desesperación nos instiga a demandar.
3. “Dame una clara prueba de tu bondad, que al verla se avergüencen los que me odian… ¡Tú, Señor, me das ayuda y consuelo!” La fe otorga firmeza, y nos permite pedir –de cuando en cuando-, señales que Dios no ha de negarnos, que nos den el “norte” a la navegación de nuestras vidas.
Las “arras” del Espíritu.
Si Juan decía en su Evangelio que el Espíritu Santo sería nuestra fortaleza y apoyo entre la Ascensión de Jesús y su vuelta al mundo, Pablo complementa diciendo que: “Tenemos el Espíritu como anticipo –como unas arras de boda-, de lo que vamos a recibir…” En una boda, los novios comparten entre sí unas monedas simbólicas que se conocen como “arras”; éstas representan un anticipo de una abundancia que los esposos piden a Dios, y de una solidaridad que ellos prometen compartir. No se trata del final de la historia, sino del principio.
Por eso Pablo añade: “Con esa esperanza hemos sido salvados…”, y habla de “…esperar sufriendo con firmeza.” De ninguna manera se trata de un mensaje de amor al sufrimiento por lo que éste es en sí mismo, sino de una invitación gozosa a que ese sufrimiento (al que de todas maneras tenemos que enfrentarnos), sea un instrumento de madurez y crecimiento en nuestra vida, y no de más amargura, frustración y autodestrucción.
No caminamos solos, tenemos la prenda, las arras de la presencia del espíritu de Dios –el Espíritu mismo que resucitó a Jesús-, dentro de nosotros, como comunidad y como individuos.
¿Por qué no mejor los malos se largan todos a…?
Una leyenda china habla de un anciano que instruía a su nieto a no decir nunca: “¡qué bueno!”, o “¡qué malo!”. El nieto trabajaba el campo, el día que se rompió una pierna hubiera querido decir “¡qué malo!”, pero al pasar la leva del emperador, su invalidez impidió que los militares lo reclutaran: habría querido decir: “¡qué bueno!”, pero entonces se le conmutó el servicio militar por provisión de bagajes; ¿cómo hacerlo si ahora estaba inválido?; habría querido decir: “¡qué malo!”, pero esta situación hizo que tuvieran que pedir ayuda a los vecinos, y al hacerlo, conocer a la chica que se convirtió después en su esposa… Así seguiría la cadena.
Mejor que juzgar de buenas o de malas las situaciones por las que pasamos en la vida, hay que vivirlas, enfrentarlas, y buscar el encuentro con Dios en cada una.
En este mes de julio en que he sugerido conocer y profundizar la tradición benedictina, he meditado sobre lo que un monje tendría que decir acerca de la libertad y la estabilidad. A este mundo donde tantos de nosotros vivimos situaciones de las que quisiéramos literalmente "salir corriendo", la tradición monástica le propone un valor ético: estabilidad, eso compromete la libertad. Hay que tener las agallas para distinguir entre lo que podemos cambiar de la vida y lo que no, y atrevernos a cambiar lo que sea necesario.
Pero también se necesita valor para enfrentar lo que no nos gusta y que no es necesariamente "el mal". Escuché un comentario muy valioso -que creo que es parte de la Palabra de Dios entre nosotros, las palabras de la actriz mexicana Ofelia Medina -tan comprometida con los derechos humanos y civiles en nuestra patria-:
"Uno no es libre nomás para hacer lo que le dé la gana, uno es libre para comprometerse y luchar por lo que uno cree."
El mismo criterio podemos aplicar cuando se trata de hacernos una idea de por qué estamos mezclados buenos y malos en el mundo. Aquí casi quisiera dejar claro que yo me considero del bando de los buenos... (¿quién me lo ha de creer?), entre quienes cuento a muchísima gente, mientras que tengo una larga lista de infortunados a quienes podría mandar al Infierno si yo fuese Dios: pero soy un simple ser humano, por fortuna para todos…, pero lo que acabo de decir es una tentación que muchos comparten conmigo.
Alguna vez –escuchando las lamentaciones de algún adulto sobre la gente que le hacía mal-, le pregunté a mi madre -siendo yo niño-, por qué Dios no tomaba a la gente mala del mundo y la enviaba a algún lugar donde no hiciera daño (aún pensaba –positivamente-, que los buenos éramos mayoría). Creo que fue –en esencia-, la misma pregunta que hicieron los obreros de la parábola acerca de si cortar la hierba mala. La respuesta del dueño: --“Al arrancar la mala hierba pueden arrancar también el trigo, mejor es dejarlos crecer juntos hasta la cosecha”.
Quizá podamos pensar que –si como dice Jesús-, la cosecha simboliza el fin del mundo, eso esté todavía lejos. Pero me parece que de cuando en cuando –a veces casi a diario-, o por temporadas que se reinician, pasamos por períodos de evaluación y rendición de cuentas en nuestras vidas, y esos períodos nos permiten aprender y crecer, aunque es cierto que Dios tiene la última palabra.
Antes de llamar ‘mala’ o ‘buena’ a nuestra vida, antes de desesperarnos por los cambios de sentido de nuestra existencia, antes de juzgar y condenar a las personas, o de elevarles altares, renunciemos de corazón a permanecer en el estrés de la búsqueda de control absoluto de la vida y pongamos nuestras pequeñas y falsas “seguridades” en manos de la verdadera Seguridad que hay en Dios. Convivamos con los ‘malos’, sabiendo que no nos vemos libres de ser tan ‘malos’ como ellos, y que ellos pueden, eventualmente, ser tan ‘buenos’ o mejores que nosotros… y que la última palabra, afortunadamente, la tiene nuestro Padre y Madre, Dios clemente y todopoderoso.

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U.I.O.G.D.

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